Un hombre de muchos talentos
El payaso Bonetito, nacido en San Antonio, Texas, era el hijo único de una costurera aventurera y un diplomático enigmático.
En su ciudad lo conocían como un hombre de muchos talentos.
No sólo alegraba a los niños con su arte circense, sino que también deleitaba a grandes y chicos con sus exquisitos donuts artesanales, daba clases de yoga para personas de la tercera edad, era guardavidas, arreglaba descargas de inodoros, tiraba las cartas, levantaba quiniela, tocaba la guitarra, tenía un telescopio, y sabía pescar con mosca, andar a caballo, hachar leña, y muchas otras cosas más.
No dejaba pasar un día sin haber aprendido algo.
Como tenía 51 años, y se había propuesto aprender siempre algo nuevo cuando tenía apenas 9, sabía también de historia y geografía, de aromaterapia y meditación, de veganismo y mecánica.
En síntesis, era una enciclopedia viviente y dominaba varios oficios.
Un día en el que se sentía un poco solo, decidió ir a un cabaret para saber más acerca de las mujeres que practicaban la profesión más antigua del mundo.
Conoció a una morocha que le hizo el amor con tanta dedicación y entusiasmo que lo dejó temblando y con dificultades para volver hasta su domicilio.
Cuenta la leyenda que la chica, llamada Celeste, lo amaba ya de antes, en secreto, ya que él era el profesor de yoga de su querida abuela Patricia.
Fue por eso que sin decirle nada le brindó un trato diferencial y lo hizo ver las estrellas sin necesidad de usar su telescopio.
Cuando Bonetito logró recuperarse de ese primer encuentro, a fuerza de guisos de lentejas e incontables horas de sueño profundo y reparador, volvió a verla.
La chica, que tenía también muchos talentos pero se especializaba en la práctica de la sexualidad, le explicó que si querían que su relación prosperara, él tendría que empezar a practicar regularmente el onanismo tántrico, ya que, si no lo hiciera, nunca estaría en condiciones de seguirle el tren.
Bonetito, entusiasmado ante la posibilidad de juntar sus ropas con las de aquella mujer, dijo que sí, que sí a todo, y le aseguró que iba a adentrarse en el estudio y en la práctica con la misma dedicación con la que siempre lo había hecho al enfrentar otros temas mucho menos apasionantes.
Las fuerzas que dirigen el cosmos premiaron al payaso de múltiples talentos con un amor efervescente.
Celeste y Bonetito se amaron sin medida, disfrutando de cada instante y renovándose día a día en la fuente mágica de su amor sagrado.
En su ciudad lo conocían como un hombre de muchos talentos.
No sólo alegraba a los niños con su arte circense, sino que también deleitaba a grandes y chicos con sus exquisitos donuts artesanales, daba clases de yoga para personas de la tercera edad, era guardavidas, arreglaba descargas de inodoros, tiraba las cartas, levantaba quiniela, tocaba la guitarra, tenía un telescopio, y sabía pescar con mosca, andar a caballo, hachar leña, y muchas otras cosas más.
No dejaba pasar un día sin haber aprendido algo.
Como tenía 51 años, y se había propuesto aprender siempre algo nuevo cuando tenía apenas 9, sabía también de historia y geografía, de aromaterapia y meditación, de veganismo y mecánica.
En síntesis, era una enciclopedia viviente y dominaba varios oficios.
Un día en el que se sentía un poco solo, decidió ir a un cabaret para saber más acerca de las mujeres que practicaban la profesión más antigua del mundo.
Conoció a una morocha que le hizo el amor con tanta dedicación y entusiasmo que lo dejó temblando y con dificultades para volver hasta su domicilio.
Cuenta la leyenda que la chica, llamada Celeste, lo amaba ya de antes, en secreto, ya que él era el profesor de yoga de su querida abuela Patricia.
Fue por eso que sin decirle nada le brindó un trato diferencial y lo hizo ver las estrellas sin necesidad de usar su telescopio.
Cuando Bonetito logró recuperarse de ese primer encuentro, a fuerza de guisos de lentejas e incontables horas de sueño profundo y reparador, volvió a verla.
La chica, que tenía también muchos talentos pero se especializaba en la práctica de la sexualidad, le explicó que si querían que su relación prosperara, él tendría que empezar a practicar regularmente el onanismo tántrico, ya que, si no lo hiciera, nunca estaría en condiciones de seguirle el tren.
Bonetito, entusiasmado ante la posibilidad de juntar sus ropas con las de aquella mujer, dijo que sí, que sí a todo, y le aseguró que iba a adentrarse en el estudio y en la práctica con la misma dedicación con la que siempre lo había hecho al enfrentar otros temas mucho menos apasionantes.
Las fuerzas que dirigen el cosmos premiaron al payaso de múltiples talentos con un amor efervescente.
Celeste y Bonetito se amaron sin medida, disfrutando de cada instante y renovándose día a día en la fuente mágica de su amor sagrado.