Preservativos
Odio los condones.
Sobre todo cuando son usados durante las relaciones sexuales.
Si se los emplea como elementos decorativos, o se los infla con helio para fines recreativos, no tengo problema.
Pero cuando la gente finge que es posible alcanzar algún tipo de intimidad a través de una capa de látex, me indigno.
Dejando de lado lo poco natural que es que una persona ande por la vida con un condón en el bolsillo, para estar prevenido en caso de que tenga la suerte de tener un encuentro corporal, la total falta de glamour que supone su colocación, por más sutileza o sentido del humor que se tenga al realizarla, hace que el ser primitivo que habita en mi interior se subleve con todas sus fuerzas.
Si el precio de la verdad es la monogamia o la muerte, las personas sensibles tendremos que pagarlo sin protestar.
Acabemos con esta farsa.
Si tenemos miedo a las enfermedades de transmisión sexual, practiquemos el celibato o la masturbación, pero no caigamos en la trampa de usar al otro como un objeto contra el cual frotarnos.
Si tenemos miedo de provocar un embarazo no deseado, tomemos la pastilla, estemos atentos a los ciclos naturales de la mujer, hagamos cualquier cosa, pero no permitamos que la semilla del hombre choque contra una pared de siliconas.
La semana pasada fui a un curso de meditación.
Después de practicar varias técnicas ancestrales, la profesora nos explicó que así como es posible concentrarnos en la respiración o la postura, también podemos enfocarnos en un tema.
Algunos alumnos sugirieron la imagen de Krishna, otros la de Jesús, algunos preguntaron si es posible enfocar nuestra atención en adjetivos abstractos como la libertad, la justicia o la paz.
Cuando sugerí que podíamos dedicarnos a meditar sobre la naturaleza y los usos del preservativo, me miraron como si hubiera profanado un templo con palabras impuras.
Impuros son los profilácticos.
¿O alguien se imagina a Romeo y Julieta usándolos?
El amor puede ser una tormenta, una brisa, o un océano, pero la palabra condón es siempre una extranjera no deseada en cualquier conversación que tenga que ver con romance o pasión.
No rima, no pertenece a la familia de la pureza.
Yo quiero fundirme con mi amada de manera total.
Así como no me bañaría con una armadura, tampoco ingresaría al palacio de jade de la mujer que amo con una vestimenta de plástico.
Bueno, creo que fui claro.
Si te parece que te gusto, nos encontramos y vemos qué pasa.
Si el destino nos lleva juntos a la cama, por favor, no hablemos de este tema.
Sobre todo cuando son usados durante las relaciones sexuales.
Si se los emplea como elementos decorativos, o se los infla con helio para fines recreativos, no tengo problema.
Pero cuando la gente finge que es posible alcanzar algún tipo de intimidad a través de una capa de látex, me indigno.
Dejando de lado lo poco natural que es que una persona ande por la vida con un condón en el bolsillo, para estar prevenido en caso de que tenga la suerte de tener un encuentro corporal, la total falta de glamour que supone su colocación, por más sutileza o sentido del humor que se tenga al realizarla, hace que el ser primitivo que habita en mi interior se subleve con todas sus fuerzas.
Si el precio de la verdad es la monogamia o la muerte, las personas sensibles tendremos que pagarlo sin protestar.
Acabemos con esta farsa.
Si tenemos miedo a las enfermedades de transmisión sexual, practiquemos el celibato o la masturbación, pero no caigamos en la trampa de usar al otro como un objeto contra el cual frotarnos.
Si tenemos miedo de provocar un embarazo no deseado, tomemos la pastilla, estemos atentos a los ciclos naturales de la mujer, hagamos cualquier cosa, pero no permitamos que la semilla del hombre choque contra una pared de siliconas.
La semana pasada fui a un curso de meditación.
Después de practicar varias técnicas ancestrales, la profesora nos explicó que así como es posible concentrarnos en la respiración o la postura, también podemos enfocarnos en un tema.
Algunos alumnos sugirieron la imagen de Krishna, otros la de Jesús, algunos preguntaron si es posible enfocar nuestra atención en adjetivos abstractos como la libertad, la justicia o la paz.
Cuando sugerí que podíamos dedicarnos a meditar sobre la naturaleza y los usos del preservativo, me miraron como si hubiera profanado un templo con palabras impuras.
Impuros son los profilácticos.
¿O alguien se imagina a Romeo y Julieta usándolos?
El amor puede ser una tormenta, una brisa, o un océano, pero la palabra condón es siempre una extranjera no deseada en cualquier conversación que tenga que ver con romance o pasión.
No rima, no pertenece a la familia de la pureza.
Yo quiero fundirme con mi amada de manera total.
Así como no me bañaría con una armadura, tampoco ingresaría al palacio de jade de la mujer que amo con una vestimenta de plástico.
Bueno, creo que fui claro.
Si te parece que te gusto, nos encontramos y vemos qué pasa.
Si el destino nos lleva juntos a la cama, por favor, no hablemos de este tema.