Viento
Trato de fingir que es normal, pero no puedo: Es demasiado fuerte.
Si sigue soplando así, este viento me va a llevar de paseo con casa y todo.
—Mirá, mirá... Ahí va volando un hombre, con un gato y una computadora—van a decir los niños del futuro, cuando vean el replay de esta escena en sus pantallas inorgánicas diseñadas para enseñarles algo acerca de la historia de la humanidad.
Creo que es una discusión entre las fuerzas que dirigen el cosmos. Los ángeles le dicen a los demonios que lo único que hacen es complicarle la vida a la gente, y los demonios les responden que son unos caretas, que tocando el arpa todo el mundo se aburre.
Ahí empiezan los insultos, los empujones, los te voy a matar, no tenés aguante, y todo eso.
El viento.
Cada frase que logro teclear es una frase ganada. Estoy a la deriva en un océano de viento.
Si tuviera un refugio subterráneo, estaría durmiendo, sin enterarme de nada, pero no lo tengo.
Lo que sí tengo es mucho sueño, aunque en estas condiciones no voy a conseguir relajarme. Sería más fácil dormirme sobre un trío eléctrico en el Carnaval de Río de Janeiro.
Morir y desintegrarse es más fácil que nacer y vivir.
La vida, en cualquiera de sus manifestaciones, es orden, disciplina.
El caos, por el contrario, es relajación, es un viva la pepa en donde a nadie le importa nada porque no hay nadie a quien nada pueda importarle algo. Es más tranquilo.
El orden dice: "yo estoy acá. El gato está ahí. La casa está temblando. Yo también. Afuera está el viento, soplando como si no hubiera un mañana."
El caos, por el contrario, es más cool. Dice: "tranquilo, no pasa nada. Es sólo viento. No existe nada que pueda ser destruido."
La solución mecánica sería tomarme una pastilla, ponerme tapones en los oídos, tal vez unos auriculares con supresión de ruido, acostarme boca arriba, y desaparecer por un rato. Después se vería si aparecí volando en un tornado o me despierto tranquilo.
El problema es que no tengo ni pastillas, ni tapones, ni auriculares con supresión de ruido. Y boca arriba no me voy a dormir ni en pedo.
No me va a quedar otra que apelar a mis recursos zen: cerrar bien todo, tomarme una botella de vino, ponerme los auriculares -normales-, y escuchar una sinfonía de Beethoven, o un disco de esos con sonidos de la naturaleza.
Ese sería el camino del guerrero.
Seguir acá tecleando es cosa de locos.
Me retiro.
Seguiremos la próxima, si el viento lo permite.
Si sigue soplando así, este viento me va a llevar de paseo con casa y todo.
—Mirá, mirá... Ahí va volando un hombre, con un gato y una computadora—van a decir los niños del futuro, cuando vean el replay de esta escena en sus pantallas inorgánicas diseñadas para enseñarles algo acerca de la historia de la humanidad.
Creo que es una discusión entre las fuerzas que dirigen el cosmos. Los ángeles le dicen a los demonios que lo único que hacen es complicarle la vida a la gente, y los demonios les responden que son unos caretas, que tocando el arpa todo el mundo se aburre.
Ahí empiezan los insultos, los empujones, los te voy a matar, no tenés aguante, y todo eso.
El viento.
Cada frase que logro teclear es una frase ganada. Estoy a la deriva en un océano de viento.
Si tuviera un refugio subterráneo, estaría durmiendo, sin enterarme de nada, pero no lo tengo.
Lo que sí tengo es mucho sueño, aunque en estas condiciones no voy a conseguir relajarme. Sería más fácil dormirme sobre un trío eléctrico en el Carnaval de Río de Janeiro.
Morir y desintegrarse es más fácil que nacer y vivir.
La vida, en cualquiera de sus manifestaciones, es orden, disciplina.
El caos, por el contrario, es relajación, es un viva la pepa en donde a nadie le importa nada porque no hay nadie a quien nada pueda importarle algo. Es más tranquilo.
El orden dice: "yo estoy acá. El gato está ahí. La casa está temblando. Yo también. Afuera está el viento, soplando como si no hubiera un mañana."
El caos, por el contrario, es más cool. Dice: "tranquilo, no pasa nada. Es sólo viento. No existe nada que pueda ser destruido."
La solución mecánica sería tomarme una pastilla, ponerme tapones en los oídos, tal vez unos auriculares con supresión de ruido, acostarme boca arriba, y desaparecer por un rato. Después se vería si aparecí volando en un tornado o me despierto tranquilo.
El problema es que no tengo ni pastillas, ni tapones, ni auriculares con supresión de ruido. Y boca arriba no me voy a dormir ni en pedo.
No me va a quedar otra que apelar a mis recursos zen: cerrar bien todo, tomarme una botella de vino, ponerme los auriculares -normales-, y escuchar una sinfonía de Beethoven, o un disco de esos con sonidos de la naturaleza.
Ese sería el camino del guerrero.
Seguir acá tecleando es cosa de locos.
Me retiro.
Seguiremos la próxima, si el viento lo permite.