Escrito en las estrellas
—Lo único que aceptamos es material original. Y siempre y cuando sea recién nacido, claro. No podemos darnos el lujo de recibir algo que fue escrito la semana pasada. Si bien AQUÍ no le quitamos el mérito a lo antiguo, lo único que nos interesa lo que está saliendo de la fuente AHORA —dijo Sasha, Jefa de Redacción de la revista digital Vanguardia.
—Vea, Sasha, mis escritos son efervescentes, duran lo que un suspiro en una canasta. A mí me gusta pensar que cuando alguien los lee, se desintegran. Además, son inofensivos. Me parece que se van a adaptar muy bien al perfil de su editorial —respondí.
—Lo que dice me llena de ilusiones. La mayoría de las cosas que leo parecen salidas de una máquina de producir lugares comunes. Si le impusieran un límite de 350 palabras, ¿cómo definiría su arte?
—Diría que tiene algo del arte de pescar con mosca. Para mí, lo más importante es capturar el instante. La principal diferencia con esa práctica brutal es que yo, en vez de hacer sufrir a un pobre pez, devuelvo el instante a la existencia lo más rápido que puedo. Y, en la medida en que mis capacidades literarias lo permiten, mejorado.
—Muy bien, Alejandro. Me parece que usted puede aportar mucho a nuestro futuro catálogo de obras inconclusas.
—Sería un placer enorme. Yo sé lo difícil que es dirigir un proyecto editorial.
—Dígamelo a mí...
—¿A quién se lo voy a decir, si no? Hasta donde yo sé, acá estamos usted y yo.
—Ese es un tema delicado. Usted sabe que la tecnología avanzó mucho. Cuénteme, por favor, un poquito más acerca de su obra —dijo ella, y miró hacia un costado, sonriendo.
—Sasha, ¿usted no estará filmando, no? ¿o transmitiendo en vivo?
—Alejandro, yo soy una sacerdotisa de la palabra instantánea. Hago lo que sea necesario para estar a la altura de las nuevas tendencias. Si usted tiene inconvenientes con la exposición masiva, esta editorial no es para usted.