Cómo disfrazarse de uno mismo

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuando uno está por perder las pocas esperanzas que le quedan, como por arte de magia empiezan a ocurrírsele todo tipo de cosas que en otro momento ni se le hubieran ocurrido.

A pesar de ser un estudiante disciplinado de la ciencia de la mente, durante una reciente visita a la capital de Argentina fui embestido por una ola de tristeza que me dejó con el ánimo por el piso.

Cuando ya no sabía qué hacer para escaparme de ese estado lamentable, destelló en mi mente la idea de hacer algo que ahora veo como una locura, pero que en su momento me parecío lo mejor que podía hacer: disfrazarme de mi mismo.

Por medio de una novedosa combinación de técnicas de marketing, aromaterapia kármica y neurolingüística aplicada, conseguí mimetizarme y pasar desapercibido durante algún tiempo para la mayoría de mis conocidos.

Por algunos momentos pensé que ya nadie se iba a dar cuenta de lo mal que estaba, e incluso tuve la esperanza de que hasta yo mismo pudiera olvidarme del asunto, pero la sensibilidad humana es grande y pronto muchos empezaron a decirme que estaba raro, que ya no era el de antes.

Así como dicen que la mentira tiene patas cortas, pronto se me hizo evidente que a la verdad le gusta manifestarse abiertamente para acabar de un plumazo con todo lo que no es genuino y auténtico.

Me descubrieron. 

No me quedó otra alternativa que aceptar la realidad. 

Si quiero seguir evolucionando en el mundo del disfraz, voy a tener que asumir el papel de ser yo mismo con tal intensidad que el personaje deje de ser una representación y se encarne en mi realidad cotidiana de forma total.

Entiendo que un procedimiento tan sutil va a requerir la destreza de un neurocirujano, la intuición de un poeta y la audacia de un clavadista mexicano.

Pero estoy decidido a volver a ser yo mismo y voy a hacer lo que sea necesario para lograrlo.

Aunque no tenga que hacer nada.




 

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