Mi bar en la playa

Bárbara soñaba con tener un bar en la playa, un novio con barba, y un barco.

Quería vivir en Barcelona, medir la presión con un barómetro y conocer a un Barón en Bariloche.

Quería que todo fuera como ella quería.

En realidad, quería que todo fuera como ella, ya que se consideraba la mejor creación del Señor, la medida justa del universo.

A la mañana, pretendía seguir una rutina perfecta que había diseñado mientras estaba bajo los efectos de un hongo alucinógeno.

Ese plan de fitness físico, mental y espiritual, incluía todo tipo de disciplinas destinadas a engrandecer su existencia: gimnasia, lectura, maquillaje, meditación, escribir sus objetivos en un diario íntimo y secreto en donde lo primero que hacía era expresar su agradecimiento por ser como era y por poder hacer lo que se le cantaba.

Después —qué importa del después, toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado, cantaba a veces, víctima de una predilección oculta por algunos tangos que la acechaban de manera inexplicable—, se daba una ducha, tomaba un desayuno paleo y salía en busca de aventuras.

En una de esas aventuras, llegó hasta mi bar en la playa.

Yo estaba sentado en un banquito, pensando en cosas inútiles, esperando que ocurriera un milagro.

De repente, como si a las cuatro de la mañana tu perro empezara a ladrar como loco porque se dio cuenta de que un zorrino cayó en la pileta que tenés en el jardín, llegó.


—Hola. Quiero tomar un jugo —dijo, mientras se sacaba los lentes y de sus ojos empezaba a emanar una luz que le daba vida a todo.

—Te puedo ofrecer de naranja, ananá, maracuyá, durazno o melón, o, si estás
buscando algo distinto, el clásico de la casa, «Amor a Primera Vista», que es una combinación de dos o más frutas a elección —logré decir, sin poder sacar a relucir toda mi capacidad poética, en esa respuesta improvisada, porque me temblaban las piernas y no podía pensar con claridad.

—Mirá, en realidad, yo quiero amor a primera vista. Pero amor de verdad. Yo quiero un tornado. Ver amanecer en el Machu Picchu, tomar champagne en un puente de París, quiero cosas que ni siquiera sé que quiero. Quiero sorprenderme, maravillarme. Quiero agradecer a la vida por haberme juntado con un compañero de aventuras perfecto. Lo quiero todo y lo quiero ya, y me parece que lo encontré —respondió.

El resto es magia pura, pero lo dejamos para otro día porque por hoy ya hemos superado las normas Twitter de higiene literaria.






 



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