Yoga challenge

—Un templo es un lugar en donde se habla en voz baja y no se dicen boludeces —dijo Daniel, el profesor de yoga, tratando de transmitir su mensaje a pesar de las circunstancias.

—Como se habrán dado cuenta, en esta playa que prometía estar semidesierta,  nos vemos obligados hoy a enterarnos de los pormenores de la vida y obra de un grupo de estudiantes secundarios en celo. No podemos evitar conocer sus opiniones ni ver nuestro trabajo afectado por sus expresiones desmedidas de entusiasmo, algunas sin motivo aparente, otras fruto, tal vez, de la adrenalina que segrega en sus cuerpos el tener a su disposición cinco cuatriciclos y poder desplazarse libremente sobre ellos como si fueran los jinetes del apocalipsis. La completa ausencia de control policial, los anima a dar rienda suelta a sus impulsos naturales. Por lo que puedo ver, oler e intuir, también a estimularse todavía más con drogas y alcohol de las más variadas clases. Creo que tenemos que aceptar que estamos perdidos y emprender la retirada —agregó.

—No es para tanto, Profe. Ellos en la suya y nosotros en la nuestra. Mientras no nos pasen por encima con el cuatriciclo, podemos usar el ruido para poner a prueba nuestra capacidad de concentración. En un templo practica cualquiera. Usted mismo lo dijo el sábado pasado —dijo Carla, con una sonrisa encantadora, elevando su cabeza desde una perfecta paschimottanasana.

—No, che, tiene razón Daniel. Son insoportables. Vamos a mi casa —sugirió Celeste, una bibliotecaria que hacía tiempo buscaba la oportunidad de llevar al grupo a un lugar más privado, con la esperanza de que estirándose y hablando de tantra, se generara el ambiente propicio para que se produjera una orgía mística yóguica.

—Estoy de acuerdo. Acá no podemos hacer nada —dijo el Profe.


—Yo voy. Si quieren, almorzamos juntos —dijo Patricia, que se ve que de alguna manera tenía más o menos las mismas intenciones que Celeste.

Mientras juntaban sus cosas, sacudiéndose la arena que los convertía en relojes de sol inconscientes, se acercó uno de los adolescentes.

—Disculpen —dijo—. No se vayan. Ustedes estaban primero. Mi mamá es profesora de yoga. A nosotros nos da lo mismo cualquier playa. Ahí los junto a los pibes y nos vamos a otro lado.

—Gracias por el gesto— respondió el Profe. Pero ya estamos en camino. Todo me hace suponer que hoy, motivados por ustedes, vamos a entregarnos a una orgía multinivel que -en caso de que existiera la categoría- entraría en el libro Guinness de los records. Gracias de nuevo por la consideración.

—Disculpe de nuevo ¿no podríamos ir también nosotros? No sabe cómo estamos. Dele, nos vamos a divertir. Nuestras chicas son un infierno.

—Mirá, lo primero, si estamos charlando de estos temas, tratame de vos. Disculpe es para los profesores del colegio. A ver... ¿estamos más o menos parejos? Sí, sí, puede ser. Pero con una condición —dijo el Profe, ya totalmente lanzado a la aventura.

—¿Cuál?

—Respeto, silencio. Me refiero a silencio de pavadas. Gemidos, «ay, sí, así, cogeme, mi amor», y todo eso, sí. «Eh, shoni, pasame la birra, jajajajaj», no. O sea, si lo van a tomar con seriedad, como un encuentro generacional, como un compartir experiencia y saberes, una práctica de desarrollo del mundo interno, sí, son bienvenidos. Ahora, si vienen a satisfacer sus impulsos primitivos como trogloditas, no. Acá somos todos practicantes. Nos gusta coger, sí, pero con respeto, con amor.

—Sí, maestro, lo que usted diga. Digo, lo que vos digás. Esperá que les comento a los pibes y seguro que vamos. En silencio, tranquilos. Lo único que vamos a gritar es Oooommmm. Vas a ver que lo vamos a pasar bien. En el fondo son buenos, es que están un poco locos.

—Bueno, gente. Como pueden apreciar, la clase tomó un rumbo inesperado. Aquellos que quieran ir a lo de Celeste y dedicarse a celebrar el contacto de los cuerpos y las almas, libres de inhibiciones y prejuicios, junto a un grupo de adolescentes drogados que prometen comportarse como personas civilizadas y compartir con nosotros su juventud y su entusiasmo, síganme. Los que no, nos vemos el sábado que viene, como de costumbre, dispuestos a practicar pero, como corresponde a verdaderos buscadores, abiertos siempre a fluir con el río de la vida cuando las señales sean inequívocas.  

 



 

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