Celestes ecos
María Celeste sufría de claustrofobia.
Soñaba con dar la vuelta al mundo, pero todos los medios de transporte le daban terror.
Sólo una vez pudo vencer el pánico que le generaban los espacios cerrados y fue el día en que se decidió a viajar hasta las Islas Canarias para intentar restablecer su relación con un poeta aventurero que en ese momento estaba intentando escaparse del frío y de si mismo.
Usando técnicas ancestrales de vudú africano, logró reconquistar al artista que había hecho vibrar por primera vez las cuerdas de su corazón, y lo trajo de vuelta a la tierra en donde ella pensó que podrían vivir su amor más allá de cualquier circunstancia climática.
—María, tu presencia me hace temblar de alegría, pero algo me dice que será tu ausencia la que me permita por fin desprenderme de las cáscaras de mi pasado y ser lo suficientemente libre como para poder algún día amarte sin piedad ni misericordia. Esto ahora no va a funcionar. Sugiero que, por lo menos por un tiempo, no volvamos a vernos. Tuve la suerte de amarte mientras una alineación planetaria extraordinaria me permitió liberarme temporalmente de las rígidas estructuras del ego, pero ahora soy otra vez víctima de mis patrones neuronales y no podré entregarme a esta maravillosa aventura hasta que no consiga volver a funcionar desde mi espíritu inmortal —le dijo un día el Poeta.
—No seas exagerado, amor —respondió ella. Todo eso lo podemos ir arreglando de a poco. El asunto es que nos amamos, eso es lo más importante.
—Amor, amor... enamorarse de un poeta es como enamorarse de un tornado. Más tarde o más temprano, alguien va a salir lastimado. Yo necesito limpiarme de mi mismo, de este personaje que encuentra siempre más atraído por los atardeceres que por los empleos. Vos sos de géminis y yo de libra. Así no vamos a ir muy lejos. Alguien tiene que poner los pies sobre la tierra. Además, sos muy joven y no tenés elementos para comparar, no sabés si tu amor es genuino o si es apenas el producto de una ilusión desbordada.
—No seas pelotudo, amor. Me tomé un avión para ir a verte. ¿Qué importa el origen de mi amor? Lo que importa es que te amo y que quiero pasar el resto de mi vida con vos.
—Yo también te amo, Celu. Te amo desde siempre, incluso desde antes de conocerte, pero la fruta no está madura. Por ahora, me parece que lo mejor que podemos hacer es separarnos.
—¿De qué me estás hablando?¿Vos escuchás lo que te digo?
—No sólo que te escucho sino que puedo ver toda la película desde un futuro que ahora parece muy lejano, pero que cuando llegue será perfecto y le dará a nuestra unión la estabilidad que siempre soñamos.
—¿Tengo que entender que me tomé el avión al pedo y que vos no estás dispuesto a comprometerte?
—Tomarte el avión fue lo mejor que podrías haber hecho. Venciste tu miedo, y eso fue genial. En cuanto a lo del compromiso, lo dejo a tu criterio. Vas a ver que cuando pasen quince o veinte años, yo voy a seguir pensando en vos.
—A mi no me importa de aquí a veinte años. Yo te quiero ahora.
—Ahora no podría más que hacerte daño.
María Celeste prendió un cigarrillo, le dio dos pitadas, lo apagó y se fue. Nunca más se volvieron a ver.
Sin embargo, ese amor quedó dando vueltas en el aire como las palomas que viven en una estación de tren: parece que viven encerradas, pero en cualquier momento pueden ver la luz del sol.
Soñaba con dar la vuelta al mundo, pero todos los medios de transporte le daban terror.
Sólo una vez pudo vencer el pánico que le generaban los espacios cerrados y fue el día en que se decidió a viajar hasta las Islas Canarias para intentar restablecer su relación con un poeta aventurero que en ese momento estaba intentando escaparse del frío y de si mismo.
Usando técnicas ancestrales de vudú africano, logró reconquistar al artista que había hecho vibrar por primera vez las cuerdas de su corazón, y lo trajo de vuelta a la tierra en donde ella pensó que podrían vivir su amor más allá de cualquier circunstancia climática.
—María, tu presencia me hace temblar de alegría, pero algo me dice que será tu ausencia la que me permita por fin desprenderme de las cáscaras de mi pasado y ser lo suficientemente libre como para poder algún día amarte sin piedad ni misericordia. Esto ahora no va a funcionar. Sugiero que, por lo menos por un tiempo, no volvamos a vernos. Tuve la suerte de amarte mientras una alineación planetaria extraordinaria me permitió liberarme temporalmente de las rígidas estructuras del ego, pero ahora soy otra vez víctima de mis patrones neuronales y no podré entregarme a esta maravillosa aventura hasta que no consiga volver a funcionar desde mi espíritu inmortal —le dijo un día el Poeta.
—No seas exagerado, amor —respondió ella. Todo eso lo podemos ir arreglando de a poco. El asunto es que nos amamos, eso es lo más importante.
—Amor, amor... enamorarse de un poeta es como enamorarse de un tornado. Más tarde o más temprano, alguien va a salir lastimado. Yo necesito limpiarme de mi mismo, de este personaje que encuentra siempre más atraído por los atardeceres que por los empleos. Vos sos de géminis y yo de libra. Así no vamos a ir muy lejos. Alguien tiene que poner los pies sobre la tierra. Además, sos muy joven y no tenés elementos para comparar, no sabés si tu amor es genuino o si es apenas el producto de una ilusión desbordada.
—No seas pelotudo, amor. Me tomé un avión para ir a verte. ¿Qué importa el origen de mi amor? Lo que importa es que te amo y que quiero pasar el resto de mi vida con vos.
—Yo también te amo, Celu. Te amo desde siempre, incluso desde antes de conocerte, pero la fruta no está madura. Por ahora, me parece que lo mejor que podemos hacer es separarnos.
—¿De qué me estás hablando?¿Vos escuchás lo que te digo?
—No sólo que te escucho sino que puedo ver toda la película desde un futuro que ahora parece muy lejano, pero que cuando llegue será perfecto y le dará a nuestra unión la estabilidad que siempre soñamos.
—¿Tengo que entender que me tomé el avión al pedo y que vos no estás dispuesto a comprometerte?
—Tomarte el avión fue lo mejor que podrías haber hecho. Venciste tu miedo, y eso fue genial. En cuanto a lo del compromiso, lo dejo a tu criterio. Vas a ver que cuando pasen quince o veinte años, yo voy a seguir pensando en vos.
—A mi no me importa de aquí a veinte años. Yo te quiero ahora.
—Ahora no podría más que hacerte daño.
María Celeste prendió un cigarrillo, le dio dos pitadas, lo apagó y se fue. Nunca más se volvieron a ver.
Sin embargo, ese amor quedó dando vueltas en el aire como las palomas que viven en una estación de tren: parece que viven encerradas, pero en cualquier momento pueden ver la luz del sol.