Primavera


Subo al colectivo.

Tengo en mi mano izquierda millones de átomos que todavía mantienen la apariencia de una flor.

Le llevo una rosa a la mujer que amo.

Sé que me permitirá transmitir con un gesto los sentimientos que a la palabra se le dificultaría expresar.

Nota: Regalar flores, así como escribir cartas de papel, son costumbres que por estar en peligro de extinción se han vuelto a convertir en excelentes medios de comunicación.

Me siento.

Como no es un horario pico, el colectivo está casi vacío.

La gran mayoría de las personas que tienen trabajo están trabajando.

Yo tengo trabajo, pero decidí tomarme el día libre para llevarle una rosa a la mujer que amo.

Me pareció que el destino del universo dependía de esa simple acción.

Me acordé de ese párrafo tan lindo de la Biblia que leen en algunos casamientos, ese que dice que uno puede hacer esto y lo otro, hablar todos los idiomas de la tierra, etc, pero que, si no tiene amor, no es nada.

Voy mirando por la ventana. Es un día de sol.

Es el día de la primavera.

Me siento invencible.

Un simple accidente de tránsito podría ponerle fin a mi estancia en la Tierra, pero estoy convencido de que lo que siento en el corazón me sobreviviría.

Siento ganas de bajar.

Como aprendí a confiar en mi intuición, toco el timbre.

Nunca estuve en este barrio.

Espero poder encontrarla.

Claro que si supiera su nombre, o tuviera una idea aproximada de cómo podría ser su rostro, sería más fácil.

Pero, vamos, si yo estuviera en busca de lo fácil no me hubiera escapado del trabajo para entregarle una rosa a una mujer que amo y todavía no conozco.

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