El lado oscuro de la fuerza


Un cohete no tripulado fue lanzado ayer en dirección a la luna.

El propósito de la misión era recolectar muestras de suelo para así poder conocer un poco mejor la composición química de nuestro querido satélite.


No llegó a salir de la atmósfera. Explotó en el aire y todavía no se sabe por qué.

—Dentro de todo, mejor así. No hay mal que por bien no venga —dijo Martin, un afroamericano que se ocupaba de la limpieza de los baños de la NASA.

—¿Por qué dices eso, Martin? —preguntó el Dr. Reynolds, encargado del proyecto. Con este accidente se ha perdido mucho dinero, e incontables horas de trabajo.

—Precisamente por eso. No hay nada como el fracaso para estimular el espíritu humano. Si hubieran tenido éxito, en poco tiempo habrían perdido el entusiasmo. ¿Qué importa si la luna está compuesta de un material o de otro? El problema es que nos estamos aburriendo a escala cósmica, y ya ni Amazon ni Netflix pueden levantarnos el ánimo. Estamos a punto de matarnos en una guerra de todos contra todos. Ahora, gracias a esta desgracia —si se me permite esa expresión que parece contradictoria pero es un intento genuino de expresar mi actitud mental positiva ante la adversidad y la derrota—, volvemos a empezar de cero. Ahora habrá que investigar para ver qué pasó, volver a planear, juntar dinero, construir, etc. Años de trabajo y esperanzas.

—Pero, Martin, el universo es infinito. En cuanto trajéramos muestras del suelo de la luna le íbamos a apuntar a Marte. Si lo que tenías era miedo a perder tu empleo, podrías haberlo consultado con alguno de los consejeros que trabajan en la planta.

—Ya lo hice. Están todos más asustados que yo. En cuanto se relajan un poco, confiesan que le ven muy poco futuro a toda esta payasada.

—Me cuesta creer lo que dices... Además ¿no pensaste que en el peor de los casos podrías conseguir empleo en otra empresa? Baños hay en todas partes, y tú estás muy bien calificado.

—Querido amigo... si se cae la NASA, voy a tener que volver a vivir de la caza y de la pesca. Yo ya no estoy para eso. Vengo en mi propio vehículo, tengo un buen sueldo, un mes de vacaciones y me faltan sólo cinco años para jubilarme. ¿Qué más puedo pedir? La verdad es que le recé a la Virgen de Itatí para que explotara el cohete.

—Martin, para empezar, no soy tu amigo, soy tu jefe. Creo que estás muy confundido. Tu lógica no tiene ningún sentido. Si sigues hablando así voy a tener que denunciarte a la Junta Directiva.

—Por favor, señor Reynolds, no lo haga. Tengo esposa e hijos. Recuerde que en nuestro país hay libertad de culto.

—No es por eso, Martin. Es porque estás muy agresivo, creo que necesitas ayuda.

—Yo creo que el que necesita ayuda es usted. Si mis cálculos son correctos, ya debe estar paralizado y no será capaz de articular otra frase. Coloqué una potente droga en su café. Su muerte será lenta pero indolora. La verdad es que no sólo le recé a la virgen. Me puse en acción. Mi padre siempre decía «A Dios rogando, pero con el mazo dando». Aprovechando que hace más de treinta años que trabajo aquí —y que nadie me toma en cuenta—, coloqué un dispositivo explosivo en su querida nave. La hice volar yo, Sr. Reynolds. La verdad es esa. Soy un agente infiltrado. Tardé treinta años en cumplir mi objetivo, sí, pero ahora voy a tener una jubilación privada mejor de la que van a tener la mayoría de los directivos de su proyecto. Y por haber acabado de modo discreto con uno de los mejores científicos de esta noble institución, voy a tener la admiración de mis compañeros y la recomendación de mis superiores. Creo que no sería raro que consiga un ascenso.

—M... m...

—Martin, sí, Martin Luther King Jr., pero ese es apenas mi pseudónimo. Mi verdadero nombre es Muerte y hoy vine para ayudarlo a convertirse en una de esas muestras de suelo que a usted tanto le gustaba investigar.

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