La sacerdotisa ninfómana

Chuang Tzu soñó que era una mariposa.

Al despertar no sabía si era Chuang Tzu que había soñado ser una mariposa o si era una mariposa que ahora soñaba ser Chuang Tzu.

Este sueño se hizo famoso entre aquellos intelectuales que con tal de no trabajar y cobrar el seguro de desempleo son capaces de aceptar la posibilidad de ser apenas el sueño de una mariposa.

Sin embargo, el famoso oriental tenía también otros sueños que demuestran que en su universo onírico no sólo se deleitaba imaginando escenarios fantásticos sino que también estaba comprometido con la realidad que le tocaba vivir.

Uno de ellos, muy poco conocido, pero no por eso menos valioso, aparece en su «Libro de Sueños» bajo el título «La sacerdotisa ninfómana».

El filósofo lo describe así: «Estoy en un templo antiguo, ubicado en medio de una selva espesa. Hay luna llena. Una sacerdotisa, vestida apenas con unas minúsculas prendas de cuero, oficia una ceremonia sagrada. Junto a ella, sobre un altar de piedra, un grupo de jóvenes mantiene todo tipo de relaciones sexuales, siguiendo el ritmo de tambores ancestrales que impregnan el aire con una frecuencia hipnótica. Siete panteras duermen mientras la luz de la luna se refleja sobre sus cuerpos perfectos. Un hombre azul toca una melodía embriagadora con su flauta. Creo que es Krishna, pero no estoy seguro. Me dieron de beber una poción mágica y estoy un poco mareado. Hay un gran fuego. Todo está muy animado. Me doy cuenta de que tengo las manos y los pies atados. Estoy desnudo. Me parece que van a matarme. Dos eunucos fisiculturistas me depositan sobre una cama redonda. La sacerdotisa toma una daga pequeña y, con movimientos veloces, corta sus prendas y las arroja al fuego. Es hermosa. Con otro movimiento supersónico, lanza la daga y la incrusta en la cabeza de un papagayo de madera. Ese sonido seco, como si fuera una orden imposible de desobedecer, hace que los tambores redoblen su ritmo. El templo está que arde. Yo empiezo a sospechar que no voy a morir. Tengo la secreta esperanza de ser, por alguna razón que desconozco, el protagonista de un encuentro sexual sagrado con la sacerdotisa. Ella me mira como dándome a entender que en cualquier momento me va a saltar encima para hacer de mi un objeto de su lujuria desenfrenada. Gracias a Dios, mis sospechas se convierten en realidad. No sé si por causa de la bebida que tomé, o por la excitación del momento, pero casi sin que me de cuenta dé lo que está pasando, mi sexo erecto ya está en su boca cálida. Ella lo trabaja como si fuera una piedra preciosa. Es una artista. Me siento en el cielo. Está sobre mi, estoy dentro de ella. Danza y se mueve como si su vida dependiera de la belleza de cada uno de sus movimientos. Escucho los tambores. Veo a los jóvenes entregarse al placer con abandono total. Empiezo a sentir que en mis entrañas el fluido seminal se prepara para fecundar a la diosa. No lo fuerzo ni lo reprimo. Es algo que está pasando. Lo observo. No puedo hacer nada para detenerlo. Como un torrente incontrolable, la energía de vida comienza a moverse en mi interior. Siento la armonía cósmica, la danza de las esferas. Las panteras observan, parecen aprobar lo que sucede. La sacerdotisa está lista para recibir mi semilla. La represa se rompe, las compuertas se abren. El torrente fluye, es un disparo de amor. Me despierto. Estoy temblando. Me doy cuenta de que tuve una polución nocturna. Tengo bien claro que no soy una mariposa, soy medio pelotudo pero no tanto. Lo que es más, me doy cuenta de que ya casi es hora de levantarme para ir a trabajar. Quiero volver al templo, trato de escuchar los tambores, visualizar a la sacerdotisa. No hay caso. Soy Chuang Tzu. Si no voy a laburar, la cosa se va a poner espesa, mi mujer me va a mandar a la mierda. Me levanto. Caliento un poco de agua. Me lavo lo mejor que puedo. Me visto, tomo un té y salgo a la calle. Me encuentro con algunos vecinos que están en la misma. Buen día, les digo. Buen día, responden. Comienza un nuevo día.»


Este sueño, ya sea por su complejidad simbólica o por su carácter  sexual, no es tan popular como aquel de la mariposa, pero contiene enseñanzas sutiles que pueden transformar tu vida.

Intenta asimilar la esencia de su mensaje.

Si ves que tu ser no vibra con esta historia, elige tu propia aventura.

«En un caso así, no queda otra que hacer la tuya» dijo también Chuang Tzu.


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