Vacío, al horno, sin papas.
Al mundo nada le importa, yira, yira. Así como cuando estás viviendo tu mejor temporada te puede traer un frío que te congela los huesos, en el momento en que te sentís acabado te trae una primavera maravillosa.
El mundo hace su trabajo, que es dar vueltas y presentarles a las personas que viven en determinadas latitudes una sucesión alternada de cuatro estaciones más o menos definidas. A los que viven en el trópico, o cerca de los polos, les presenta un menú fijo de acuerdo a su ubicación.
Si bien estar deprimido en invierno es muy desagradable, es todavía más doloroso cuando a tu alrededor todo conspira para celebrar la renovación de la vida.
Los pajaritos cantan, las chicas exhiben sus sonrisas publicitarias vestidas apenas con lo indispensable para que no las lleven presas, los colectiveros conversan entre ellos y son menos los que protestan porque parece que de repente nadie tiene apuro por llegar a ningún lado.
Llegó la primavera. La orden del día es estar feliz, sin embargo, te sentís a la miseria. No tenés un trabajo en donde podés expresarte en libertad y pagar tus cuentas al mismo tiempo, no sabés qué hacer para conseguirlo, ni cómo crearlo. No tenés pareja, o tenés una que te trae tantos problemas que estás pensando en no tenerla. Te gustaría viajar y no tenés dinero. Tu vida es un desastre.
Tratás de fingir entusiasmo para intentar sintonizarte con la algarabía general de la naturaleza, pero no hay caso, te sentís para la mierda.
El sol brilla en el cielo, el clima es amigable. En el río hay cientos de veleros, yendo de acá para allá, y de allá para acá. Hay gente jugando al fútbol, andando en patín y en bicicleta, jóvenes tocando la guitarra, comiendo sándwiches y besándose.
Vos mirás todo como si ya hubieras muerto, como si fueras un fantasma que no se resigna a abandonar las cosas de la tierra.
Estás deprimido. Te gustaría que te ayude un poder superior, que el amor de tu vida llegue por sorpresa. Te gustaría cambiar de canal y ver otra película. No sabés qué hacer. Te sentís vacío, al horno, y sin papas.
De repente, algo te golpea la cabeza. Es una pelota. Te das vuelta para insultar a tu atacante y te das cuenta de que es un niño de cinco años que está lleno de primavera. Te das cuenta de que su sonrisa no fue menos luminosa durante el invierno y que muy posiblemente tampoco lo sea ni en verano ni en otoño.
Ves el resplandor de una alegría inexplicable, injustificada. Por un lado, te sentís ofendido y te gustaría patearle la pelota y que tenga que correr para alcanzarla hasta caer desmayado. Por otro, tenés ganas de abrazarlo y darle las gracias.
No hacés ni una cosa ni la otra. Sos duro. Le devolvés la pelota con un gesto civilizado y seguís tu camino insensato como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, en esa batalla naval que es tu vida, fuiste tocado. Falta poco para que tu máscara se hunda y el bote salvavidas que es tu ser original empiece a surcar el océano con la ilusión de una carabela.
Vamos, joder, que es PRIMAVERA!!
El mundo hace su trabajo, que es dar vueltas y presentarles a las personas que viven en determinadas latitudes una sucesión alternada de cuatro estaciones más o menos definidas. A los que viven en el trópico, o cerca de los polos, les presenta un menú fijo de acuerdo a su ubicación.
Si bien estar deprimido en invierno es muy desagradable, es todavía más doloroso cuando a tu alrededor todo conspira para celebrar la renovación de la vida.
Los pajaritos cantan, las chicas exhiben sus sonrisas publicitarias vestidas apenas con lo indispensable para que no las lleven presas, los colectiveros conversan entre ellos y son menos los que protestan porque parece que de repente nadie tiene apuro por llegar a ningún lado.
Llegó la primavera. La orden del día es estar feliz, sin embargo, te sentís a la miseria. No tenés un trabajo en donde podés expresarte en libertad y pagar tus cuentas al mismo tiempo, no sabés qué hacer para conseguirlo, ni cómo crearlo. No tenés pareja, o tenés una que te trae tantos problemas que estás pensando en no tenerla. Te gustaría viajar y no tenés dinero. Tu vida es un desastre.
Tratás de fingir entusiasmo para intentar sintonizarte con la algarabía general de la naturaleza, pero no hay caso, te sentís para la mierda.
El sol brilla en el cielo, el clima es amigable. En el río hay cientos de veleros, yendo de acá para allá, y de allá para acá. Hay gente jugando al fútbol, andando en patín y en bicicleta, jóvenes tocando la guitarra, comiendo sándwiches y besándose.
Vos mirás todo como si ya hubieras muerto, como si fueras un fantasma que no se resigna a abandonar las cosas de la tierra.
Estás deprimido. Te gustaría que te ayude un poder superior, que el amor de tu vida llegue por sorpresa. Te gustaría cambiar de canal y ver otra película. No sabés qué hacer. Te sentís vacío, al horno, y sin papas.
De repente, algo te golpea la cabeza. Es una pelota. Te das vuelta para insultar a tu atacante y te das cuenta de que es un niño de cinco años que está lleno de primavera. Te das cuenta de que su sonrisa no fue menos luminosa durante el invierno y que muy posiblemente tampoco lo sea ni en verano ni en otoño.
Ves el resplandor de una alegría inexplicable, injustificada. Por un lado, te sentís ofendido y te gustaría patearle la pelota y que tenga que correr para alcanzarla hasta caer desmayado. Por otro, tenés ganas de abrazarlo y darle las gracias.
No hacés ni una cosa ni la otra. Sos duro. Le devolvés la pelota con un gesto civilizado y seguís tu camino insensato como si nada hubiera pasado.
Sin embargo, en esa batalla naval que es tu vida, fuiste tocado. Falta poco para que tu máscara se hunda y el bote salvavidas que es tu ser original empiece a surcar el océano con la ilusión de una carabela.
Vamos, joder, que es PRIMAVERA!!