Ave Fénix

Bajé de la limusina y sonreí para las cámaras y las personas que me habían estado esperando por horas.

Sabían que había descubierto la fórmula de la felicidad y que estaba a punto de entregársela al mundo.

Cuando llegué al borde del escenario, me recibió una mujer con ojos de reptil y un tatuaje en el pecho. Con una voz increíblemente sexy me pidió que esperara. Por suerte, no me pidió otra cosa, porque el deseo que yo sentía de satisfacer cualquiera de sus deseos era enorme y eso podría haberme llevado por mal camino.

Todos aplaudían de pié.

En cuanto vio que estaba ahí, el anfitrión empezó a presentarme.

—Señoras y señores, creo que hoy cualquier cosa que pudiera decir estaría de más. Estamos en presencia de uno de esos hombres que tienen la capacidad de cambiar el rumbo de la historia. Vino para decirnos lo que tanto necesitamos escuchar y estoy seguro de que este júbilo, este entusiasmo que desborda, le demuestra que estamos ansiosos por recibir su mensaje ¿No es así? A ver esas palmas, a ver esos gritos. Vamos que no los escucho. Más fuerte, más fuerte. Eso es, este es el pueblo que quiere oír la verdad, el pueblo que está sediento de la palabra que cura. Vamos, Argentina. Vamos la Tierra. Quiero verlos felices, los quiero muy arriba. Me atrevo a sugerir que hoy es el cosmos el que está de fiesta, las estrellas brillan con más fuerza. Los ángeles se abrazan para recibir a este gigante, a este artífice de lo imposible, a este mago que hoy nos abrirá las puertas del reino encantado de la felicidad para que grandes y chicos podamos recuperar ese estado de inocente alegría que sabemos tan nuestro y sin embargo tantas veces vemos nublado por las circunstancias de la vida...

La mujer con los ojos de reptil y el tatuaje en el pecho sonreía y asentía con la cabeza como si fuera Miss Mundo en un evento de beneficencia.

En un momento, cuando entendió que el presentador no iba a parar de hablar nunca, y se dio cuenta de que yo ya estaba con ganas de volver a mi casa, me dijo al oído:

—Tiene problemas con la cocaína, pero estoy segura de que ya falta poco. De todas formas, por las dudas, sugiero que nos vayamos acercando.

El presentador seguía:

—... porque cuando estábamos perdidos, temblando sin saber adónde ir, en medio de la noche más oscura, esa noche oscura del alma de la que tanto nos han hablado místicos, apareció él, este maestro que ahora por fin podemos ver con nuestros propios ojos, este que está a punto de tocar nuestros corazones con su sabiduría infinita...

La mujer reptiliana le sacó el micrófono y dijo:

—Señoras y señores, con ustedes, el Maestro Kálmán Kalocsay.

Me vi tentado a corregirla, a decirle mi verdadero nombre, y la verdad es que me dolió un poco que no lo supiera, pero cuando vi que la gente aplaudía y gritaba igual, me di cuenta de que en definitiva lo que les importaba no era mi nombre sino mi mensaje. 

No me permití caer en esa trampa del ego. Tomé el micrófono y le di un golpecito, para ver si funcionaba. Cosa de amateur.

—Buenas noches a todas y a todos... muchas gracias por venir... —dije.

Cuando estaba a punto de empezar, sentí algo extraño, como si me hubiera picado un bicho en la frente. Un segundo después me di cuenta de que estaba muerto. Me habían disparado. 

Después, bueno, sería una historia muy larga de contar. 

Resumiendo, digamos que después de un largo proceso de purificación, y unas merecidas vacaciones estelares, renací y me convertí en este que soy ahora.

La verdad es que me siento bastante bien. 

El único problema es que por más que lo pienso no me puedo acordar de cuál era el mensaje que tenía para dar. 

 


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