Belleza americana

Los sonidos guturales que emitían los obreros de la construcción al verla pasar reverberaban en sus oídos como esos truenos majestuosos que hacen temblar el suelo durante los inviernos escandinavos.

Los odiaba.

Se vestía de la manera más discreta posible, sin embargo, aunque tratara de evitarlo, era evidente que su belleza se transmitía a través del aire en forma de feromonas irresistibles que despertaban en los hombres las reacciones más brutales.

—Cómo me gustaría ser fea —dijo, en voz lo suficientemente alta para que la escuchara una mujer que justo pasaba por ahí.

—Querida, no digas eso... —le respondió.

—Es que no aguanto más. No les importa saber si soy monja o la mujer más perversa de la tierra, me quieren coger igual. Viejos, jóvenes, mujeres... hasta los perros se me tiran encima. No sé qué hacer...

—Si me permitís que te diga algo, creo que lo primero que tenés que hacer es prestar atención. Acá tenés dos problemas. Primero, sos una desagradecida. Millones de mujeres darían lo que no tienen por tener lo que vos tenés. Segundo, sos ansiosa. Esto te va a durar lo que un suspiro en una canasta. Más te vale aprovecharlo ahora...

—¿Cómo podría aprovechar del hecho de ser tratada como un objeto?

—Ahí está la cosa. Creo que el primero que respondió tu pregunta fue Arquímedes cuando dijo «denme un punto de apoyo y moveré al mundo».

—¿Qué tiene que ver eso conmigo? —preguntó la joven.

—Que vos tenés el punto de apoyo...

—¿Qué punto de apoyo?¿Cuál es?


—Mirá, si querés acabar de una vez por todas con tu sufrimiento, vení a visitarme mañana a las 19 hs. Acá tenés mi dirección. El valor de la consulta es de $5000.

—Qué caro ¿es psicóloga?

—No, soy coach sistémica, vidente y multi millonaria.

—¿Está segura de que me puede ayudar?¿No me puede hacer una rebaja?

—Estoy tan segura que no quiero que el dinero sea un problema. Vos vení mañana y si no quedás satisfecha no me pagás nada.

Al otro día, a las 19hs., la joven tocaba el timbre de una mansión tan lujosa que la hizo sentir segura de que su problema estaba a punto de resolverse.

—Hola, mi ángel. Qué bueno que viniste. No me dijiste tu nombre.
—Larisa.
—Bienvenida, Larisa. Yo soy Astrid. Pasá por acá.

Un hombre vestido de frac le trajo a Larisa un jugo de naranja.

Ella se alegró porque era justo lo que quería tomar y porque él apenas le dirigió la mirada.

Se sentía muy protegida en ese entorno.

Astrid la llevó a un cuarto de ensueño, con jacuzzi y una cama gigante cubierta con sábanas de seda.

Por alguna razón, en cuanto le pidió que se quitara la ropa y se acostara, accedió.

Cerró los ojos y empezó a sentir como una fuerza extraña y hasta ese momento desconocida se apoderaba de ella.

Astrid comenzó a recorrer su cuerpo con sus manos. La besó.

Larisa se preguntó porqué no hacía nada para resistirse, pero antes de que su cerebro tuviera oportunidad de formular una respuesta, ya estaba haciendo el amor con ella y el hombre que antes estaba vestido de frac como si fuera la cosa más normal del mundo.

Por primera vez, se sintió libre.

Expresó su sexualidad con el mismo desenfreno que antes había imaginado tendrían los obreros de la construcción.

Después de haberse entregado por completo a las distintas opciones de placer que ese ardiente trío les permitía, se bañaron en el jacuzzi mientras bebían un exquisito champagne francés.

—¿Y, mi amor? ¿Bien? —le preguntó Astrid a Larisa, mientras el hombre le daba un masaje en los pies.
—Guau... fue increíble. No entiendo por qué pero me siento mejor que nunca.
—Ingeriste una droga de última generación desarrollada por la CIA. Mañana te vas a acordar de todo pero quedate tranquila que no vas a sentir culpa. La desarrollaron para permitirles a determinadas personas disfrutar de su sexualidad sin ningún tipo de inhibiciones.
—Pero.. ¿ahora me van a empezar a gustar los obreros?
—No, mi reina. Lo que te va a gustar ese venir acá. Somos los únicos que tenemos acceso a esa sustancia milagrosa, y damos las mejores fiestas de la ciudad. Vas a ser muy popular.



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