Me quito el sombrero

Me quito el sombrero ante los grandes artistas del pasado, del presente y del futuro.

Me lo quito con cabeza y todo.

Me lo quito tan quitado que me quito hasta las ganas de quitármelo.

Ne me quitte pas.

¿Quién me quita lo bailado? 

Quito, capital de Ecuador.

Me quito todo y me quedo apenas con el recuerdo difuso de unos dedos que me resultan familiares y teclean iluminados por el brillo de una pantalla que, como si fuera un espejo roto, refleja los pensamientos de una mente que no es mia.

Cuando quiero decir lo indecible, y me doy cuenta de que no puedo, digo otra cosa, algo parecido, pero nunca me quedo callado. 

En ese aspecto, soy bastante pelotudo. 

Aunque sé que el silencio está más cerca de expresar la verdad, me baño una y otra vez en un océano de palabras que se agrupan ante mis ojos de acuerdo a las más descabelladas normas de la asociación espontánea.

A veces, digo cualquier cosa: troc, puc, te amo, cualquier cosa, lo que me salga en el momento. 

Hay días en que se me da por decirle poncho a cualquier cosa, y al perro lo llamo poncho, a los pájaros les digo poncho y a la computadora la miro como si fuera un poncho. 

Lo peor es que ni siquiera tengo uno porque acá hace calor y no se conocen.

Te decía que me quito el sombrero ante los grandes artistas porque son los que me inspiran a seguir adelante, los que renuevan mi esperanza de poder algún día conjugar la combinación secreta que me permita encontrarte y abrir las puertas de tu corazón. 

Vos me dirás que no por nada la esperanza estaba en la Caja de Pandora, y que la única manera de encontrar es dejar de buscar.

Y yo te responderé que sí, que ya sé, que tenés razón, pero que lo que pasa es que a veces me olvido y los únicos que pueden rescatarme son los poetas, los músicos y los amigos que cuentan chistes.





 


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