Vida después de la muerte
Para tratar de imaginar cómo sería una eventual vida después de la muerte, analicemos las dos propuestas más populares:
La de la Iglesia Católica, en la que después de morir vamos a algún lugar en el cielo en el que nos encontramos con nuestros seres queridos y somos felices por los siglos de los siglos, y la Hindú, en la que pasamos un tiempo desencarnados, repasando lo que aprendimos en la Tierra, y volvemos a encarnar para seguir aprendiendo.
La visión cristiana:
Sin ser un erudito en el tema, entiendo que la doctrina católica propone tres posibilidades:
La visión cristiana:
Sin ser un erudito en el tema, entiendo que la doctrina católica propone tres posibilidades:
El Cielo, para aquellos que tuvieron en vida una conducta que se ajusta a sus estándares morales, El Purgatorio, para los que no fueron tan impecables, y El Infierno, para los que hicieron todo lo contrario a lo que la Iglesia recomendaba.
Pensemos un poco en los aparentemente afortunados que van al cielo. Lo primero que quieren hacer es encontrarse con sus abuelitas y abuelitos, para ponerse al día. Al llegar, se dan cuenta de que ellos están queriendo pasar su tiempo con sus propios abuelitos, que a su vez están interesados en los suyos, y así por delante. Los amigos de la Tierra se alegran de vernos, pero están también tratando de recuperar el interés de sus familias que se divide en infinidad de afectos nacidos a lo largo del tiempo.
En los momentos en que dos o más personas consiguen juntarse, empiezan a hablar de su tiempo en la Tierra. Dicen: ¿Te acordás cuando hicimos esto? ¿Te acordás cuando fuimos a tal lugar? ¡Qué lindo era todo! Si no fuera por esos recuerdos terrestres que guardan en común, no tendrían un lazo que los uniera. A fin de cuentas, lo que mantiene los afectos es la memoria. Aquel que por alguna razón la pierde, no encuentra a sus hijos más dignos de amor que al carnicero.
Una vez que se agotan las charlas del pasado, la gente se pregunta cuál será la mejor manera de pasar sus días. Ahí empiezan a tocar el arpa, que es el entretenimiento básico de los ángeles. Una vez que han dominado el instrumento y han saciado su sed de música, tocando solos y en grupo, le piden al Altísimo alguna tarea más estimulante. Como en el cielo propiamente dicho no hay nada para hacer, los manda a la Tierra de nuevo, en forma de espíritus, a velar por aquellos que todavía están encarnados. La doctrina católica, hasta donde yo sé, y vuelvo a aclarar que es poco, no explica porqué las personas tienen que nacer en la Tierra.
El trabajo es, al comienzo, divertido. Pronto los espíritus se dan cuenta de que, en caso de tener éxito y lograr encarrillar a su protegido, este, al morir, irá a parar al cielo y su destino será igual al suyo, tocar el arpa, aburrirse e ir a la Tierra a ayudar a otros, en un círculo insensato que se repetirá por toda la eternidad.
En cuanto al Purgatorio y el Infierno, vamos a juntarlos en la misma bolsa. Son más o menos lo mismo. La diferencia fundamental es que en ninguno de los dos hay arpas y que en cuanto las personas empiezan a aburrirse no tienen ni siquiera la ilusión de ir a la Tierra a ayudar a otros. Son seres abandonados de la mano de Dios. Por unos pocos años de mala conducta, confinados a un sufrimiento eterno. Viven en una especie de Papelera de Reciclaje de la existencia, con la única diferencia que la suya no puede ser vaciada y está cada vez más llena de espíritus rebeldes que no se comportaron como se esperaba.
Es un espanto. Uno se pregunta cómo es que a un Dios tan creativo, maravilloso y compasivo como el nuestro no se le ocurrió algo más delicado. Después de haber inventado los colibríes y las mariposas, bien podría haberles dado un destino más luminoso a aquellos desafortunados que víctimas de su propia ignorancia eligieron el mal como camino.
Con lo que vimos, tenemos mucho material para reflexionar. Veamos entonces la otra alternativa.
La visión hindú
Aquí también me veo obligado a comenzar mi análisis aclarando que si bien he leído algo sobre el tema, no soy un especialista. A veces me pregunto si hay alguien que sí lo sea, porque hasta donde nos informan los periódicos, nadie puede dar pruebas concretas de haber estado en el otro lado. Aquí y allá, algún niño parece reconocer un juguete de su vida anterior y se lo convierte en Dalai Lama o en alguna otra celebridad. Sin embargo, a la hora de la verdad, aunque tuvieran el coraje de declarar con convicción que en una vida anterior fueron tal o tal otro, nadie les cree. En el fondo, la gente no ama la idea de la reencarnación, le tiene miedo.
La primera pregunta es porqué los espíritus inmortales y perfectos tienen que embarrarse en la tierra para evolucionar, porqué no pueden hacerlo en donde están. Suponiendo que tengan que aprender compasión, amor o tolerancia, ¿por qué acá? ¿por qué no practican en donde están que no precisan perder el tiempo yendo al dentista?
La respuesta es que las condiciones miserables en las que se vive muchas veces en la Tierra la hacen un lugar perfecto para poder practicar y así perfeccionarse en las virtudes superiores. Es como entrenar fútbol en una cancha de arena, cuando uno sale al pasto le parece que todo es fácil. «En la luna, cualquiera es levantador de pesas», dijo un sabio hindú.
La segunda pregunta es por qué hay que andar siempre evolucionando, porque no puede uno ya nacer evolucionado o vivir tranquilo sin necesidad de andar siendo siempre un poco mejor que antes, ya que el hecho de tener que andar siempre mejorando implicaría que uno nunca es lo suficientemente bueno.
Parece que aquellos que aprendieron todas las lecciones van a un espacio de la conciencia que se parece un poco al cielo y se llama Paranirvana.
La tercera pregunta, entonces, es: ¿qué hacen ahí?
Algunos hinduistas —que es muy probable que no tengan que trabajar para pagar sus cuentas— responderán que no hacen nada, que están en un ámbito de conciencia de dicha pura, Sat Chit Ananda.
¿Cómo pueden estar tan bien mientras hay gente con miedo, durmiendo en las calles, viviendo en la ignorancia?
Conclusión
Es evidente que algo raro pasa, pero parece que por el momento nadie sabe bien qué es.
Pensemos un poco en los aparentemente afortunados que van al cielo. Lo primero que quieren hacer es encontrarse con sus abuelitas y abuelitos, para ponerse al día. Al llegar, se dan cuenta de que ellos están queriendo pasar su tiempo con sus propios abuelitos, que a su vez están interesados en los suyos, y así por delante. Los amigos de la Tierra se alegran de vernos, pero están también tratando de recuperar el interés de sus familias que se divide en infinidad de afectos nacidos a lo largo del tiempo.
En los momentos en que dos o más personas consiguen juntarse, empiezan a hablar de su tiempo en la Tierra. Dicen: ¿Te acordás cuando hicimos esto? ¿Te acordás cuando fuimos a tal lugar? ¡Qué lindo era todo! Si no fuera por esos recuerdos terrestres que guardan en común, no tendrían un lazo que los uniera. A fin de cuentas, lo que mantiene los afectos es la memoria. Aquel que por alguna razón la pierde, no encuentra a sus hijos más dignos de amor que al carnicero.
Una vez que se agotan las charlas del pasado, la gente se pregunta cuál será la mejor manera de pasar sus días. Ahí empiezan a tocar el arpa, que es el entretenimiento básico de los ángeles. Una vez que han dominado el instrumento y han saciado su sed de música, tocando solos y en grupo, le piden al Altísimo alguna tarea más estimulante. Como en el cielo propiamente dicho no hay nada para hacer, los manda a la Tierra de nuevo, en forma de espíritus, a velar por aquellos que todavía están encarnados. La doctrina católica, hasta donde yo sé, y vuelvo a aclarar que es poco, no explica porqué las personas tienen que nacer en la Tierra.
El trabajo es, al comienzo, divertido. Pronto los espíritus se dan cuenta de que, en caso de tener éxito y lograr encarrillar a su protegido, este, al morir, irá a parar al cielo y su destino será igual al suyo, tocar el arpa, aburrirse e ir a la Tierra a ayudar a otros, en un círculo insensato que se repetirá por toda la eternidad.
En cuanto al Purgatorio y el Infierno, vamos a juntarlos en la misma bolsa. Son más o menos lo mismo. La diferencia fundamental es que en ninguno de los dos hay arpas y que en cuanto las personas empiezan a aburrirse no tienen ni siquiera la ilusión de ir a la Tierra a ayudar a otros. Son seres abandonados de la mano de Dios. Por unos pocos años de mala conducta, confinados a un sufrimiento eterno. Viven en una especie de Papelera de Reciclaje de la existencia, con la única diferencia que la suya no puede ser vaciada y está cada vez más llena de espíritus rebeldes que no se comportaron como se esperaba.
Es un espanto. Uno se pregunta cómo es que a un Dios tan creativo, maravilloso y compasivo como el nuestro no se le ocurrió algo más delicado. Después de haber inventado los colibríes y las mariposas, bien podría haberles dado un destino más luminoso a aquellos desafortunados que víctimas de su propia ignorancia eligieron el mal como camino.
Con lo que vimos, tenemos mucho material para reflexionar. Veamos entonces la otra alternativa.
La visión hindú
Aquí también me veo obligado a comenzar mi análisis aclarando que si bien he leído algo sobre el tema, no soy un especialista. A veces me pregunto si hay alguien que sí lo sea, porque hasta donde nos informan los periódicos, nadie puede dar pruebas concretas de haber estado en el otro lado. Aquí y allá, algún niño parece reconocer un juguete de su vida anterior y se lo convierte en Dalai Lama o en alguna otra celebridad. Sin embargo, a la hora de la verdad, aunque tuvieran el coraje de declarar con convicción que en una vida anterior fueron tal o tal otro, nadie les cree. En el fondo, la gente no ama la idea de la reencarnación, le tiene miedo.
La primera pregunta es porqué los espíritus inmortales y perfectos tienen que embarrarse en la tierra para evolucionar, porqué no pueden hacerlo en donde están. Suponiendo que tengan que aprender compasión, amor o tolerancia, ¿por qué acá? ¿por qué no practican en donde están que no precisan perder el tiempo yendo al dentista?
La respuesta es que las condiciones miserables en las que se vive muchas veces en la Tierra la hacen un lugar perfecto para poder practicar y así perfeccionarse en las virtudes superiores. Es como entrenar fútbol en una cancha de arena, cuando uno sale al pasto le parece que todo es fácil. «En la luna, cualquiera es levantador de pesas», dijo un sabio hindú.
La segunda pregunta es por qué hay que andar siempre evolucionando, porque no puede uno ya nacer evolucionado o vivir tranquilo sin necesidad de andar siendo siempre un poco mejor que antes, ya que el hecho de tener que andar siempre mejorando implicaría que uno nunca es lo suficientemente bueno.
Parece que aquellos que aprendieron todas las lecciones van a un espacio de la conciencia que se parece un poco al cielo y se llama Paranirvana.
La tercera pregunta, entonces, es: ¿qué hacen ahí?
Algunos hinduistas —que es muy probable que no tengan que trabajar para pagar sus cuentas— responderán que no hacen nada, que están en un ámbito de conciencia de dicha pura, Sat Chit Ananda.
¿Cómo pueden estar tan bien mientras hay gente con miedo, durmiendo en las calles, viviendo en la ignorancia?
Conclusión
Es evidente que algo raro pasa, pero parece que por el momento nadie sabe bien qué es.