El amor en la zona de confort
En sólo dos meses ya nos habíamos acostumbrado a dormir juntos.
Si bien no nos llamábamos "amor", creo que conseguíamos viajar por el superpoblado espacio de la rutina y el aburrimiento con bastante dignidad.
Claro, si hubiéramos sido un poco más exigentes, hubiéramos escuchado esa pequeña voz que nos recordaba que estábamos juntos apenas porque para los dos sería peor no tener quién nos enjabonara la espalda, pero el asunto es que como preferíamos no escucharla nos sentíamos y parecíamos una pareja normal.
Eso era mucho más de lo que habíamos tenido en los últimos años, así que no nos quejábamos.
Lo que desató la tormenta fue algo ridículo.
Estábamos desayunando. En el momento en que fui a untar una tostada con queso crema —después de haber leído en voz alta un capítulo particularmente largo del Curso de Milagros, costumbre que yo había aceptado sólo para darle el gusto—, me dijo que yo comía mucho queso y que a ella el dinero no se lo regalaba nadie, que toda su vida había trabajado mucho para poder tener la heladera llena, etcétera.
Nota: antes de seguir adelante, es importante aclarar que en esa época yo era un feminista que había demostrado no tener problemas en que lo mantuviera su mujer y que me dedicaba a hacer un programa de radio que producía muchas risas, pero poquísimo dinero. A ella le había gustado mi humor efervescente y se las había ingeniado para conocerme y llevarme a vivir a su casa. También es importante destacar que era una mujer que vivía de rentas. Y que vivía muy bien de rentas. Con esto quiero decir que no sufría privaciones económicas de ningún tipo —por lo menos desde mi punto de vista de aquella época—.
Tal vez ella estaba en un mal día, pero en cuanto dijo eso yo, que todavía tenía orgullo y una red de contención que me permitía manifestarlo sin necesidad de tener que ir a dormir a la calle, me fui a buscar mi valija.
Estaba dispuesto a irme a vivir al estudio de radio, si fuera necesario, pero en esas condiciones no quería seguir.
Me sentía tan mal que por un instante evalué hasta la posibilidad de volver a trabajar.
—¿Qué hacés? —me preguntó.
—Me voy, esto así no va a funcionar. Yo acepté fingir que las diferencias económicas entre nosotros no existían, pero desde el momento en que me acusás de malgastar tu fortuna al poner mucho queso en la tostada, siendo que andamos de acá para allá en una Toyota Hillux, no tengo más fuerzas para seguir fingiendo. Hacer de cuenta de que está todo bien, puede ser. Maltrato, no.
—¿Pero, qué te pasa, por una cosa de nada vas a dejar todo así nomás?¿No te parece que tenemos que pelear por el amor?
—La verdad es que no. Creo que podemos alimentarlo, cuidarlo y celebrarlo, pero pelear por el amor me parece una contradicción. Además ¿a qué ser amado se le niega un poco de queso crema?
—No seas exagerado, che, me salió del alma, lo dije sin querer.
—No, por favor, no me lo expliques porque me siento cada vez peor.
—Dale, Ale, no seas así. Es normal que tengamos alguna discusión. Lo importante es que nos queremos.
Después de decir eso, se me sentó encima y me empezó a besar.
Terminamos haciendo el amor y pidiéndonos perdón.
No es fácil salir de la zona de confort.
Si bien no nos llamábamos "amor", creo que conseguíamos viajar por el superpoblado espacio de la rutina y el aburrimiento con bastante dignidad.
Claro, si hubiéramos sido un poco más exigentes, hubiéramos escuchado esa pequeña voz que nos recordaba que estábamos juntos apenas porque para los dos sería peor no tener quién nos enjabonara la espalda, pero el asunto es que como preferíamos no escucharla nos sentíamos y parecíamos una pareja normal.
Eso era mucho más de lo que habíamos tenido en los últimos años, así que no nos quejábamos.
Lo que desató la tormenta fue algo ridículo.
Estábamos desayunando. En el momento en que fui a untar una tostada con queso crema —después de haber leído en voz alta un capítulo particularmente largo del Curso de Milagros, costumbre que yo había aceptado sólo para darle el gusto—, me dijo que yo comía mucho queso y que a ella el dinero no se lo regalaba nadie, que toda su vida había trabajado mucho para poder tener la heladera llena, etcétera.
Nota: antes de seguir adelante, es importante aclarar que en esa época yo era un feminista que había demostrado no tener problemas en que lo mantuviera su mujer y que me dedicaba a hacer un programa de radio que producía muchas risas, pero poquísimo dinero. A ella le había gustado mi humor efervescente y se las había ingeniado para conocerme y llevarme a vivir a su casa. También es importante destacar que era una mujer que vivía de rentas. Y que vivía muy bien de rentas. Con esto quiero decir que no sufría privaciones económicas de ningún tipo —por lo menos desde mi punto de vista de aquella época—.
Tal vez ella estaba en un mal día, pero en cuanto dijo eso yo, que todavía tenía orgullo y una red de contención que me permitía manifestarlo sin necesidad de tener que ir a dormir a la calle, me fui a buscar mi valija.
Estaba dispuesto a irme a vivir al estudio de radio, si fuera necesario, pero en esas condiciones no quería seguir.
Me sentía tan mal que por un instante evalué hasta la posibilidad de volver a trabajar.
—¿Qué hacés? —me preguntó.
—Me voy, esto así no va a funcionar. Yo acepté fingir que las diferencias económicas entre nosotros no existían, pero desde el momento en que me acusás de malgastar tu fortuna al poner mucho queso en la tostada, siendo que andamos de acá para allá en una Toyota Hillux, no tengo más fuerzas para seguir fingiendo. Hacer de cuenta de que está todo bien, puede ser. Maltrato, no.
—¿Pero, qué te pasa, por una cosa de nada vas a dejar todo así nomás?¿No te parece que tenemos que pelear por el amor?
—La verdad es que no. Creo que podemos alimentarlo, cuidarlo y celebrarlo, pero pelear por el amor me parece una contradicción. Además ¿a qué ser amado se le niega un poco de queso crema?
—No seas exagerado, che, me salió del alma, lo dije sin querer.
—No, por favor, no me lo expliques porque me siento cada vez peor.
—Dale, Ale, no seas así. Es normal que tengamos alguna discusión. Lo importante es que nos queremos.
Después de decir eso, se me sentó encima y me empezó a besar.
Terminamos haciendo el amor y pidiéndonos perdón.
No es fácil salir de la zona de confort.