Houston, tenemos un problema
—Houston, tenemos un problema. Cambio.
—¿Qué pasa, Jenkins? Cambio.
—El comandante Reynolds se deprimió. Cambio.
—¿Cómo que se deprimió? Cambio.
—Así como lo oye. No quiere comer, no quiere hablar, no quiere ni mirar por la ventana. Dice que todo esto es una maravilla pero que no sabe para qué vino. Cambio.
—Escúcheme una cosa, Jenkins. Lo de Reynolds debe ser algo circunstancial. Hace cinco años que nos estamos preparando, no puede ser que justo ahora tenga dudas, se le debe haber aflojado un tornillo. Pero lo suyo es inaceptable, no puedo creer que un astronauta como usted me llame diciendo que tenemos un problema. Tiene que resolver Jenkins, fue entrenado para eso. Cambio.
—Sí, ya sé, lo que pasa es que yo no estoy mucho mejor. No sé de dónde saqué fuerzas para llamar. Debe ser la conciencia de la inmensidad, ver todo tan distinto. Una cosa es practicar en la base y otra estar acá arriba. Uno se plantea muchas cosas. Cambio.
—Jenkins, ustedes no se entrenaron para jugar a la bolita. Sabían adónde iban. ¿Qué pensaron que iban a ver, pajaritos de colores? ¿Y Andrews cómo está? Cambio.
—El caso de Andrews es un poco más complicado. Cambio.
—¿Está más deprimido que ustedes? Cambio.
—No, peor. Se lo digo de una vez así tiene un panorama completo y vemos si hay alguna manera elegante de resolver este asunto. La verdad es que Andrews ya tenía dudas antes de salir. No dijo nada porque necesitaba plata para terminar su casa de verano y no se quería quedar sin trabajo. El tema es que como tenía miedo de irse tanto tiempo, adentro de la ropa trajo unos ácidos para que el viaje no se le hiciera tan largo. Hace dos horas se tomó uno y ahora lo acabo de ver por la ventana. Me está haciendo señas, no sé si para que lo rescate o para que vaya ahí afuera con él. Cambio.
—Jenkins, ¿usted me está hablando en serio? Cambio.
—Muy en serio, señor. Cambio.
—¿Y usted qué sugiere que hagamos? Cambio.
—En cuanto a Andrews, creo que no hay nada que hacer. Yo no lo voy a ir a buscar, y Reynolds menos. Si él se da maña para volver a entrar, lo recibiremos con mucho gusto, pero si no, que Dios lo ayude. Me parece que de esto se tiene que hacer cargo él. En cuanto a nosotros, me atrevo a sugerir que lo que más nos levantaría el ánimo sería enfilar para la Tierra. Acá no da para más. Yo creo que en cuanto Marte se vea en el horizonte, Reynolds se va con Andrews. Y yo no sé que voy a hacer acá solo. Cambio.
—¿Usted también se volvió loco, Jenkins? Invertimos siete mil trescientos millones de dólares en esta misión. No puedo creer lo que me está diciendo. ¿Qué le digo al Presidente? Cambio.
—Si me permite una sugerencia, dígale que hubo un problema técnico, que Andrews lo quiso arreglar, arriesgando su vida en nombre de la patria, pero que no pudo y que es muy probable que no pueda volver a casa, así que usted, con gran dolor, pero tratando al menos de preservar la vida de dos de sus hombres, nos ordenó que regresáramos. Cambio.
—Dentro de lo irregular de la situación, suena bastante bien. Además, usted dice que no hay alternativa. Cambio.
—Me parece que es la mejor solución para todos. Llegamos con un héroe muerto y algunas fotos bastante buenas. Los aspectos técnicos los arreglamos en Tierra. En cuanto Reynolds sepa que volvemos, se le va a disparar la creatividad, por eso no se preocupe. Después de la conferencia de prensa, renunciamos los dos, eso se lo prometo por mis hijas. Con la jubilación de la NASA vamos a vivir como reyes. En ese aspecto, este viaje fue revelador. Cambio.
—¿En qué aspecto? Cambio.
—En el de darnos cuenta de que lo que realmente necesitamos está siempre cerca, que lo que en el fondo buscamos es al que busca, y que en la Tierra se puede vivir mucho mejor que en Marte. Cambio.
—Tiene razón, Jenkins, no perdamos más tiempo con esta payasada. Pegue la vuelta. Dígale a Reynolds que llegó la hora de volver a casa, a ver si se anima un poco. Y fijesé si lo pueden rescatar a Andrews, que después de todo es un buen hombre. Cambio.
—Ya me pongo en campaña, jefe. Gracias por la comprensión. Abrazo grande y hasta pronto. Cambio.
—Hasta pronto, querido. Lo dejo en contacto con la torre de control para organizar los detalles del arribo. Cambio.
—Fenómeno, quedamos así. Gracias de nuevo. Cambio y fuera.
—¿Qué pasa, Jenkins? Cambio.
—El comandante Reynolds se deprimió. Cambio.
—¿Cómo que se deprimió? Cambio.
—Así como lo oye. No quiere comer, no quiere hablar, no quiere ni mirar por la ventana. Dice que todo esto es una maravilla pero que no sabe para qué vino. Cambio.
—Escúcheme una cosa, Jenkins. Lo de Reynolds debe ser algo circunstancial. Hace cinco años que nos estamos preparando, no puede ser que justo ahora tenga dudas, se le debe haber aflojado un tornillo. Pero lo suyo es inaceptable, no puedo creer que un astronauta como usted me llame diciendo que tenemos un problema. Tiene que resolver Jenkins, fue entrenado para eso. Cambio.
—Sí, ya sé, lo que pasa es que yo no estoy mucho mejor. No sé de dónde saqué fuerzas para llamar. Debe ser la conciencia de la inmensidad, ver todo tan distinto. Una cosa es practicar en la base y otra estar acá arriba. Uno se plantea muchas cosas. Cambio.
—Jenkins, ustedes no se entrenaron para jugar a la bolita. Sabían adónde iban. ¿Qué pensaron que iban a ver, pajaritos de colores? ¿Y Andrews cómo está? Cambio.
—El caso de Andrews es un poco más complicado. Cambio.
—¿Está más deprimido que ustedes? Cambio.
—No, peor. Se lo digo de una vez así tiene un panorama completo y vemos si hay alguna manera elegante de resolver este asunto. La verdad es que Andrews ya tenía dudas antes de salir. No dijo nada porque necesitaba plata para terminar su casa de verano y no se quería quedar sin trabajo. El tema es que como tenía miedo de irse tanto tiempo, adentro de la ropa trajo unos ácidos para que el viaje no se le hiciera tan largo. Hace dos horas se tomó uno y ahora lo acabo de ver por la ventana. Me está haciendo señas, no sé si para que lo rescate o para que vaya ahí afuera con él. Cambio.
—Jenkins, ¿usted me está hablando en serio? Cambio.
—Muy en serio, señor. Cambio.
—¿Y usted qué sugiere que hagamos? Cambio.
—En cuanto a Andrews, creo que no hay nada que hacer. Yo no lo voy a ir a buscar, y Reynolds menos. Si él se da maña para volver a entrar, lo recibiremos con mucho gusto, pero si no, que Dios lo ayude. Me parece que de esto se tiene que hacer cargo él. En cuanto a nosotros, me atrevo a sugerir que lo que más nos levantaría el ánimo sería enfilar para la Tierra. Acá no da para más. Yo creo que en cuanto Marte se vea en el horizonte, Reynolds se va con Andrews. Y yo no sé que voy a hacer acá solo. Cambio.
—¿Usted también se volvió loco, Jenkins? Invertimos siete mil trescientos millones de dólares en esta misión. No puedo creer lo que me está diciendo. ¿Qué le digo al Presidente? Cambio.
—Si me permite una sugerencia, dígale que hubo un problema técnico, que Andrews lo quiso arreglar, arriesgando su vida en nombre de la patria, pero que no pudo y que es muy probable que no pueda volver a casa, así que usted, con gran dolor, pero tratando al menos de preservar la vida de dos de sus hombres, nos ordenó que regresáramos. Cambio.
—Dentro de lo irregular de la situación, suena bastante bien. Además, usted dice que no hay alternativa. Cambio.
—Me parece que es la mejor solución para todos. Llegamos con un héroe muerto y algunas fotos bastante buenas. Los aspectos técnicos los arreglamos en Tierra. En cuanto Reynolds sepa que volvemos, se le va a disparar la creatividad, por eso no se preocupe. Después de la conferencia de prensa, renunciamos los dos, eso se lo prometo por mis hijas. Con la jubilación de la NASA vamos a vivir como reyes. En ese aspecto, este viaje fue revelador. Cambio.
—¿En qué aspecto? Cambio.
—En el de darnos cuenta de que lo que realmente necesitamos está siempre cerca, que lo que en el fondo buscamos es al que busca, y que en la Tierra se puede vivir mucho mejor que en Marte. Cambio.
—Tiene razón, Jenkins, no perdamos más tiempo con esta payasada. Pegue la vuelta. Dígale a Reynolds que llegó la hora de volver a casa, a ver si se anima un poco. Y fijesé si lo pueden rescatar a Andrews, que después de todo es un buen hombre. Cambio.
—Ya me pongo en campaña, jefe. Gracias por la comprensión. Abrazo grande y hasta pronto. Cambio.
—Hasta pronto, querido. Lo dejo en contacto con la torre de control para organizar los detalles del arribo. Cambio.
—Fenómeno, quedamos así. Gracias de nuevo. Cambio y fuera.