Om
Sentado frente a su computadora, Eleuterio Domínguez se dedicaba casi sin descanso a contemplar las distintas opciones de significado que le ofrecía la pantalla.
Cuando se sentía satisfecho, después de haber cargado su cerebro con informaciones relativas a los temas más diversos, se desconectaba de Internet y se sumergía con todo su ser en lo que él llamaba su «tarea sagrada».
Su objetivo no era otro que sintetizar el conocimiento cósmico disponible para la raza humana en unas pocas palabras que cualquiera pudiera comprender.
Para intentar materializar ese noble propósito, cerraba los ojos y meditaba, en la soledad de su cuarto de trabajo, con un lápiz y un cuaderno siempre a mano.
Sus primeros intentos fueron, naturalmente, tan obvios como intrascendentes.
Las palabras libertad, consciencia, existencia y totalidad, le parecían al comienzo imprescindibles.
Sin embargo, después de experimentar un poco con su «Primer Modelo de Resumen del Todo», se dio cuenta de que esos vocablos maravillosos eran tan abarcativos como abstractos.
Pronto comprendió que si bien un yogur —también conocido como yogurt, yogourt, yoghurt, yoghourt, yogurth o yagurt, aunque la Real Academia Española recomienda la forma «yogur»— está indudablemente incluido en la totalidad de la existencia, al decir «La totalidad de la existencia» no hay manera de saber si estamos hablando de un yogur —también conocido como yogurt, yogourt, yoghurt, yoghourt, yogurth o yagurt, aunque la Real Academia Española recomienda la forma «yogur»— o de un fisiculturista sueco.
Eleuterio era ambicioso.
Quería encontrar una especie de Abracadabra que funcionara en todas las situaciones y le permitiera responder con una sola respuesta estándar a cualquier pregunta que la mente humana pudiera concebir.
Su mujer, que al principio compartía su entusiasmo, imaginando que tal vez estaba en presencia de un genio que le daría a la humanidad una fórmula mágica capaz de resolver de manera sencilla todos los problemas que alguna vez tuviera que enfrentar, empezó a cansarse de verlo pasar días enteros frente a la computadora sin producir resultado alguno.
Cuando se animó a preguntarle cómo iba su trabajo, y él respondió imitando el zumbido de una abeja, empezó a sospechar que era posible que su marido necesitara ayuda.
Decidido a triunfar a cualquier precio, Eleuterio se encerró en su cuarto.
Tuvieron que sacarlo los bomberos. Un equipo de emergencias lo llevó al hospital de su barrio. No necesitaron realizarle muchos exámenes para comprender que se trataba de un caso psiquiátrico: lo único que hacía era repetir el mantra Om.
No hubo más remedio que internarlo.
Durante siete años, no pronunció otro sonido que no fuera el mantra Om.
Algunas enfermeras aseguraban que su cuerpo lo producía incluso cuando dormía. Una de ellas, que le tenía tanta admiración como miedo, llegó a decir que ella lo escuchaba incluso desde su casa que estaba a dos horas de distancia en colectivo.
Finalmente, un día en el que ya nadie esperaba que dijera otra cosa que no fuera Om, volvió a hablar.
La diferencia era que se había convertido en un hombre tan simpático y atractivo que sólo demoraron en liberarlo el tiempo necesario para conseguirle un trabajo y una casa en donde pudiera vivir, ya que su ex esposa se había vuelto a casar y no quería ni escuchar su nombre.
A partir de allí, se convirtió en un erudito que podía expresarse con total autoridad en varias lenguas sobre cualquier tema, en un Don Juan que hechizaba a las mujeres con su sola presencia.
Un admirador que conocía su historia le preguntó un día en qué había quedado su proyecto de resumir el conocimiento humano en unas pocas palabras.
—En el olvido del que nunca debería haber salido. Este es un universo vasto y lleno de posibilidades, ¿para qué podría querer alguien sensato limitarlo en un resumen? —respondió.
Cuando se sentía satisfecho, después de haber cargado su cerebro con informaciones relativas a los temas más diversos, se desconectaba de Internet y se sumergía con todo su ser en lo que él llamaba su «tarea sagrada».
Su objetivo no era otro que sintetizar el conocimiento cósmico disponible para la raza humana en unas pocas palabras que cualquiera pudiera comprender.
Para intentar materializar ese noble propósito, cerraba los ojos y meditaba, en la soledad de su cuarto de trabajo, con un lápiz y un cuaderno siempre a mano.
Sus primeros intentos fueron, naturalmente, tan obvios como intrascendentes.
Las palabras libertad, consciencia, existencia y totalidad, le parecían al comienzo imprescindibles.
Sin embargo, después de experimentar un poco con su «Primer Modelo de Resumen del Todo», se dio cuenta de que esos vocablos maravillosos eran tan abarcativos como abstractos.
Pronto comprendió que si bien un yogur —también conocido como yogurt, yogourt, yoghurt, yoghourt, yogurth o yagurt, aunque la Real Academia Española recomienda la forma «yogur»— está indudablemente incluido en la totalidad de la existencia, al decir «La totalidad de la existencia» no hay manera de saber si estamos hablando de un yogur —también conocido como yogurt, yogourt, yoghurt, yoghourt, yogurth o yagurt, aunque la Real Academia Española recomienda la forma «yogur»— o de un fisiculturista sueco.
Eleuterio era ambicioso.
Quería encontrar una especie de Abracadabra que funcionara en todas las situaciones y le permitiera responder con una sola respuesta estándar a cualquier pregunta que la mente humana pudiera concebir.
Su mujer, que al principio compartía su entusiasmo, imaginando que tal vez estaba en presencia de un genio que le daría a la humanidad una fórmula mágica capaz de resolver de manera sencilla todos los problemas que alguna vez tuviera que enfrentar, empezó a cansarse de verlo pasar días enteros frente a la computadora sin producir resultado alguno.
Cuando se animó a preguntarle cómo iba su trabajo, y él respondió imitando el zumbido de una abeja, empezó a sospechar que era posible que su marido necesitara ayuda.
Decidido a triunfar a cualquier precio, Eleuterio se encerró en su cuarto.
Tuvieron que sacarlo los bomberos. Un equipo de emergencias lo llevó al hospital de su barrio. No necesitaron realizarle muchos exámenes para comprender que se trataba de un caso psiquiátrico: lo único que hacía era repetir el mantra Om.
No hubo más remedio que internarlo.
Durante siete años, no pronunció otro sonido que no fuera el mantra Om.
Algunas enfermeras aseguraban que su cuerpo lo producía incluso cuando dormía. Una de ellas, que le tenía tanta admiración como miedo, llegó a decir que ella lo escuchaba incluso desde su casa que estaba a dos horas de distancia en colectivo.
Finalmente, un día en el que ya nadie esperaba que dijera otra cosa que no fuera Om, volvió a hablar.
La diferencia era que se había convertido en un hombre tan simpático y atractivo que sólo demoraron en liberarlo el tiempo necesario para conseguirle un trabajo y una casa en donde pudiera vivir, ya que su ex esposa se había vuelto a casar y no quería ni escuchar su nombre.
A partir de allí, se convirtió en un erudito que podía expresarse con total autoridad en varias lenguas sobre cualquier tema, en un Don Juan que hechizaba a las mujeres con su sola presencia.
Un admirador que conocía su historia le preguntó un día en qué había quedado su proyecto de resumir el conocimiento humano en unas pocas palabras.
—En el olvido del que nunca debería haber salido. Este es un universo vasto y lleno de posibilidades, ¿para qué podría querer alguien sensato limitarlo en un resumen? —respondió.