¿Hay algún carpintero abordo?

Las cosas no estaban yendo de acuerdo a lo planeado.

Nos habían ordenado por peso y tamaño.

Nosotros estábamos abajo, junto a los más grandes, supuestamente para darle soporte y estabilidad al arca.

Durante algunas horas, junto a elefantes, osos e hipopótamos, fingimos convivir pacíficamente en esa antinatural armonía que imaginamos sería breve y mucho más confortable de lo que en realidad era.

Después de dos días de ayuno, recibiendo como único alimento apenas los excrementos de los animales más pequeños, el descontento general empezó a expresarse de maneras cada vez menos sutiles.

—A ver los monitos, si se pueden hacer cargo de sus cosas. Si es necesario, saquen la colita por la ventana —, dijo una vaca, a punto de perder la paciencia.

La estadía se prolongaba. Afuera no paraba de llover. Había rayos, truenos, olas.

De repente, se escuchó un grito.

En el aire viciado del recinto flotaron algunas plumas.

—Esta guacha me quiso morder —, dijo el loro.
—Perdón, no sé qué me pasó. Te confundí con una hoja —, se disculpó la jirafa.

En ese momento, mientras afuera las ballenas, las orcas y los peces, se preguntaban porqué habría tantos animales encerrados en un barco, los que estaban dentro se dieron cuenta de que en el arca reinaba la anarquía.

Cuando comprendieron que nosotros no íbamos a hacer nada y que Noé no iba a salir de su cabina porque lo único que le importaba era cumplir con la misión que le habían encomendado, empezó la batalla.

Ahí fue un sálvese quien pueda.

En menos de una hora desaparecieron aproximadamente 325 especies.

Yo me escondí detrás de una columna, tratando de protegerme y de proteger a mi compañera de especie, María Magdalena.

El asunto fue que en medio de la correría, alguien, tal vez el rinoceronte, le dio un golpe a la pared y de repente hubo un agujero por el que empezó a entrar agua.

En cuanto se corrió la voz, se acabó el banquete y renació la solidaridad. Todos volvieron a amarse los unos a los otros y empezaron a buscar en conjunto una solución al problema que estaba a punto de convertirlos en alimento para tiburones.

El león, cumpliendo con su rol de dirigente natural, dijo: "Bueno, queridos, lo primero es organizarnos. Como rey de la selva, me propongo como coodinador. Les pido por favor que no empecemos a discutir si soy el más idóneo para el cargo porque no tenemos mucho tiempo. Lo primero que sugiero es que alguno de los que están arriba lo vaya a buscar a Noé, a ver si se le ocurre algo."

La rata dijo «yo voy», y salió corriendo.

No necesitó correr mucho porque el arca era grande pero no para tanto. En menos de un minuto, apareció Noé.

—Pero, che, no los puedo dejar solos. Ni dos días aguantaron sin comportarse como animales. ¿Ahora qué hacemos? ¿Hay algún carpintero abordo?—, dijo.

Ahí todas las miradas se dirigieron hacia mí.

—No, calma, calma, paremos un poco. Yo sé de carpintería, sí, pero sin herramientas no puedo hacer nada.

Ahí María Magdalena se puso a llorar. Noé se agarraba la cabeza. Los tucanes querían salir volando pero se daban cuenta de que sería inútil.

Cuando ya más de uno se preparaba para lo peor, se escuchó una voz.

—Otra vez me toca a mí, siempre lo mismo... Tranquilos que esto lo soluciono en menos de lo que canta el gallo, pero, por favor, a partir de ahora pórtense bien y en los libros del futuro no me hagan quedar como una bruja —, dijo la serpiente.

Hizo que los más pesados se pusieran de un lado y en cuanto la presión del agua disminuyó, se deslizó por el agujero cumpliendo la función de un tapón viviente.

—Mientras no venga un pescado y me coma la cola, vamos bien. Ahora, si no fuera mucho pedir, a ver si alguien gestiona un milagro, que me parece que este asunto del Diluvio ya cumplió su ciclo —, agregó.

En ese momento, no sé de dónde saqué fuerzas pero me paré y dije:

—Ahí creo que puedo ayudar. Me tengo fe. Siento que hoy no hay nada imposible. Es víspera de Navidad.

Junté mis manos y oré.

El resto está todo escrito.

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