Los libros de la buena memoria
La primera vez que la vio, fue en televisión.
Ella estaba siendo consultada en un programa de variedades en el que se discutía si las personas de ahora leían más o menos que antes de que apareciera Internet.
En cuanto la vio, Julio se convenció de que pertenecía a una especie mutante que con su sola presencia demostraba la existencia de un poder superior.
Supo que, además de ser extraordinariamente bella, era bibliotecaria y se llamaba Sandra.
Impulsado por una pasión ardiente, consiguió vencer su inercia existencial y empezó a desplazarse todos los días hasta el edificio en donde ella trabajaba.
Después de mirarla de lejos durante meses, tratando de evitar que alguien sospechara que tenía objetivos que nada tenían que ver con la búsqueda del conocimiento, se animó a pedirle un libro.
Ella lo trató con la misma amabilidad con la que trataba a todos, pero para él su voz fue como el canto de una sirena.
Al escuchar la melodiosa entonación con la que dijo: "sí, lo tenemos. Está en el sector de poesía, en la estantería C4, número 935", Julio se desmayó en el acto.
Cuando recobró el conocimiento, al entender lo que había pasado, El Príncipe se disculpó y se retiró sin mirar para atrás.
Nunca supo que Sandra lo tuvo en sus brazos, ni que le limpió la frente con su propio pañuelo.
Mucho menos imaginó que unos momentos después de que él se hubiera retirado, ella le dijo a una compañera que le había llamado la atención el hombre que se había desmayado, porque no todos los días llegaba hasta esa biblioteca alguien tan buen mozo y con tan buen gusto para la poesía.
Él se sintió tan avergonzado que decidió no ir nunca más a esa biblioteca.
Por causa de esa pésima decisión, lo que podría haber sido una historia de amor terminó siendo apenas un relato de desventuras.
Si estás en una situación similar, date una oportunidad.
Es mejor enfrentar un posible no, que vivir sin saber si podría haber sido un sí.