La muerte de una estatua
Dependiendo del material del que esté hecha y del lugar en donde esté instalada, una estatua puede vivir entre unas pocas horas y miles de años.
Algunas, las más resistentes, se van deteriorando de a poco, como el sol o las montañas.
Es evidente que su vida no está tan organizada como la nuestra y que sus aventuras, en caso de que pudieran entenderlas, carecerían de interés incluso para las integrantes de su propia especie.
La historia de una estatua de mármol es la historia del mármol. Una vez que fue esculpida, se desarrolla igual que si nunca la hubieran tocado. Es un pedazo de mármol que apenas representa algo para quien la hizo, para los que la miran y los pájaros que se posan sobre ella.
Los átomos que forman lo que llamamos mármol se moverán igual en un museo que en una cantera. Claro, habrá pequeñas diferencias, y es posible que el marmol que fue tallado y es preservado en un cuarto con temperatura controlada siga siendo mármol más tiempo que aquel que está a la merced de los cambios climáticos.
Sin embargo, al mármol nada le importa. Los átomos que lo forman son corrientes de energía neutra. No son como nosotros. Les da lo mismo estar en una estatua o en una empanada. A nosotros no. Preferimos estar de vacaciones en un hotel cinco estrellas a trabajar diez horas por día como peones de albañil en una obra en construcción.
Nosotros, cuando todavía no nos hemos endurecido al punto de empezar a parecernos a las estatuas, nos interesamos por las cosas. Nos gustan algunas personas, nos enamoramos de otras, podemos hasta llegar a desarrollar un interés genuino por la organización social o la conservación del medio ambiente, podemos soñar con viajar a otros planetas, o meditar hasta alcanzar un estado de unión con el todo que nos mantenga en un estado constante de amor incondicional.
Somos más sensibles que los pájaros. Podemos viajar en el tiempo, imaginar otras realidades posibles.
Finalmente, claro, nuestros cuerpos se desintegran como los cuerpos de todo lo que existe, y nuestros electrones salen a toda velocidad para formar parte de otras estructuras. Por eso algunos esotéricos insisten en que ya fuimos rocas, plantas y animales.
Otros esotéricos, más osados, dicen que somos espíritu, la fuerza que aglutinaría la materia con fines evolutivos.
No vamos a abrir esa puerta. Ahora estamos hablando de las estatuas. De su vida y su muerte.
Yo nunca vi morir una estatua, del mismo modo que nunca vi a una decir buen día. Lo que sí vi es como no sufrían ni se alegraban por nada.
Eso me dio mucha tristeza.
Algunas, las más resistentes, se van deteriorando de a poco, como el sol o las montañas.
Es evidente que su vida no está tan organizada como la nuestra y que sus aventuras, en caso de que pudieran entenderlas, carecerían de interés incluso para las integrantes de su propia especie.
La historia de una estatua de mármol es la historia del mármol. Una vez que fue esculpida, se desarrolla igual que si nunca la hubieran tocado. Es un pedazo de mármol que apenas representa algo para quien la hizo, para los que la miran y los pájaros que se posan sobre ella.
Los átomos que forman lo que llamamos mármol se moverán igual en un museo que en una cantera. Claro, habrá pequeñas diferencias, y es posible que el marmol que fue tallado y es preservado en un cuarto con temperatura controlada siga siendo mármol más tiempo que aquel que está a la merced de los cambios climáticos.
Sin embargo, al mármol nada le importa. Los átomos que lo forman son corrientes de energía neutra. No son como nosotros. Les da lo mismo estar en una estatua o en una empanada. A nosotros no. Preferimos estar de vacaciones en un hotel cinco estrellas a trabajar diez horas por día como peones de albañil en una obra en construcción.
Nosotros, cuando todavía no nos hemos endurecido al punto de empezar a parecernos a las estatuas, nos interesamos por las cosas. Nos gustan algunas personas, nos enamoramos de otras, podemos hasta llegar a desarrollar un interés genuino por la organización social o la conservación del medio ambiente, podemos soñar con viajar a otros planetas, o meditar hasta alcanzar un estado de unión con el todo que nos mantenga en un estado constante de amor incondicional.
Somos más sensibles que los pájaros. Podemos viajar en el tiempo, imaginar otras realidades posibles.
Finalmente, claro, nuestros cuerpos se desintegran como los cuerpos de todo lo que existe, y nuestros electrones salen a toda velocidad para formar parte de otras estructuras. Por eso algunos esotéricos insisten en que ya fuimos rocas, plantas y animales.
Otros esotéricos, más osados, dicen que somos espíritu, la fuerza que aglutinaría la materia con fines evolutivos.
No vamos a abrir esa puerta. Ahora estamos hablando de las estatuas. De su vida y su muerte.
Yo nunca vi morir una estatua, del mismo modo que nunca vi a una decir buen día. Lo que sí vi es como no sufrían ni se alegraban por nada.
Eso me dio mucha tristeza.