Una línea, y otra línea, y otra línea más

Allá por los ochenta, cuando fumar, beber y drogarse estaban mucho mejor vistos que ahora, Rita Latorre, una joven artista plástica nacida en Quilmes, se dedicaba casi sin descanso a tratar de sintetizar en sus cuadros la mayor cantidad de experiencias imaginables con la menor cantidad de trazos posibles.

Un domingo de agosto fue a visitar una exposición de arte moderno.

De repente, sintió la necesidad de ir al baño.

Sin habérselo propuesto, se vio obligada a presenciar una escena en donde dos conocidas críticas de arte inhalaban cocaína con el mismo entusiasmo con que un buscador de perlas vuelve a respirar después de haber estado cinco minutos bajo el agua.

Si bien en un primer momento el acto le pareció repulsivo, una extraña fascinación la obligó a fijar su atención en esas aspiraciones brutales.

mfff mfff...nggngngn... mfff mfff.... aahhhh

sshhht shshsht kkkkk... sshhht mmmfff mmfff ahhhh

Cuando logró vencer sus prejuicios, y pudo dejar de pensar en el mal que esas mujeres le estaban haciendo a sus neuronas, logró ver la escena como lo que realmente era: un acto de magia.

«Ahora hay una línea, ahora ya no está», pensó.

—Son líneas de fuga... —dijo.
—No, es cocaína ¿querés? —respondió una de las mujeres.
—No, gracias, disculpen, soy artista plástica.
—Muchos artistas consumen.
—Sí, ya sé, chicas, gracias, pero por hoy no... Paso al baño y me voy.

Volvió a su casa y se puso a trabajar.

«Son líneas que entran en vez de salir... que desaparecen en vez de aparecer. Es la materia transformándose... y el espíritu guiándolo todo», pensaba.

Sus trazos empezaron a volar, a abandonar el marco limitante de la hoja.

Se sentía libre.

Dejó que su creatividad fluyera y empezó a pintar en el aire.

Comenzó a hacer de esa práctica una rutina diaria.

Después de tres meses, comprobó que no había producido nada.

Se sentía bien, sí, pero se dio cuenta de que con ese arte tan sutil nunca conseguiría pagar sus cuentas.

Una fuerte contradicción empezó a debatirse en su interior: ¿Debía seguir el camino que le dictaba su corazón, o volver al ilusorio mundo de las formas?

Optó por volver al mundo de las formas.

Con los pocos ahorros que tenía, y algo de dinero que le prestaron sus padres, abrió un negocio de ropa.

Fue un éxito.

Los clientes la adoraban porque siempre estaba de buen humor. Se desplazaba por el salón como si estuviera en un teatro. Vendía bombachas con la misma alegría con la que los famosos vendían sus cuadros.

En todas partes veía líneas en movimiento y su corazón se alegraba porque sabía que detrás de ese arte vivo y omnipresente estaba la inteligencia infinita que no conoce fronteras ni divisiones de ninguna especie.

Nota: Este informe estaría incompleto si no dijéramos que también se alegraba porque estaba facturando muy bien y por primera se iba a ir de vacaciones a Tailandia.




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