Trabajar por amor
Contrataron a un ebanista para que les fabricara tres sillas con motivos tallados en madera de excelente calidad.
El hombre dijo que necesitaría un mes para completar el trabajo y que el costo sería de u$s 5.000.
El representante de la Universidad, respaldado por una empresa que financiaba el proyecto, aceptó las condiciones.
Pasado el mes, el ebanista se presentó con las tres sillas construidas de la forma en que le habían encargado.
Fueron colocadas en una sala vidriada que él podía ver mientras esperaba su pago.
Para su sorpresa, a la sala ingresaron varios hombres con motosierras, hachas, martillos, lápices y cuadernos. Los que tenían motosierras, hachas y martillos, las destruyeron, cada cual al ritmo que les permitía su instrumento y su capacidad física.
Los que tenían cuadernos, hicieron un informe detallado del proceso.
Una vez que le hubieron pagado, le encargaron otras tres sillas. Él preguntó si también pensaban destruirlas. Le respondieron que eso lo decidirían los científicos de acuerdo a sus necesidades.
El ebanista dijo que las próximas tres sillas costarían u$s 10.000.
El representante de la Universidad aceptó sin protestar.
Pasado otro mes, volvió el artesano con otras tres sillas. El proceso de destrucción se repitió de igual manera.
Cuando le encargaron otras tres, dijo que el costo sería de u$s 100.000. El representante de la Universidad le dijo que no podrían pagar ese precio pero que sí estarían dispuestos a pagar u$s 20.000.
El ebanista se retiró diciendo que tenía otros compromisos y que no estaba dispuesto a ver cómo destruían su trabajo. Se negó a aceptar una oferta cuatro veces mayor que el valor original que había solicitado dos meses atrás.
Los científicos concluyeron que quien trabaja por amor no está dispuesto a cambiar su tiempo por dinero.