La sombra de tu sonrisa
La existencia nos ama. Si no, no estaríamos acá. Algunos desgraciados insisten en afirmar que la Tierra es una especie de gallinero cósmico para seres invisibles que se alimentan de conciencias. Yo no puedo afirmarlo ni negarlo. No sé. Lo que sí sé es que es posible encariñarse con un pollito, una gallina o un gallo. El amor puede surgir en cualquier parte.
Estaba a punto de responderle un mensaje de Tinder a una señorita con la que había iniciado una conversación que me llenó de esperanzas cuando, de manera inesperada, la conversación desapareció y perdí todo contacto. Qué desagradable. No tanto como ser alimento de ángeles y otros seres misteriosos, pero desagradable. Tenía una sonrisa muy especial. Se llamaba Renata.
Ahora estoy acá, entregándome a las palabras, revolcándome en sus brazos. Te mentiría si no te dijera que preferiría hacerlo después de haberme revolcado en los brazos de Renata, pero también lo haría si no aceptara que entregarse al tecleo se siente bien. Es un refugio.
Estoy escuchando unos mantras que grabé en febrero pasado. Uno, que pensé que era el peor de mi cosecha, acaba de llevarme de paseo. Por eso me ausenté unos instantes. Claro que vos ni te diste cuenta porque aquí las palabras se presentan todas ordenadas y una después de la otra. Pretenden a veces ser un hilo mágico que une nuestras conciencias.
Son las 19:35 de un viernes tan igual y tan distinto a todos los viernes que pasaron y a los que vendrán. Dentro de un rato voy a ir a un bar que está cerca del lugar adonde vivo. Voy a girar como un trompo y a sintonizarme con el infinito. Voy a fundirme con las sombras de otras sonrisas. Ya no puedo esperarte. No tengo tiempo. O tal vez tengo, pero ya no sé lo que es, lo que para los fines prácticos es más o menos lo mismo.
Estaba a punto de responderle un mensaje de Tinder a una señorita con la que había iniciado una conversación que me llenó de esperanzas cuando, de manera inesperada, la conversación desapareció y perdí todo contacto. Qué desagradable. No tanto como ser alimento de ángeles y otros seres misteriosos, pero desagradable. Tenía una sonrisa muy especial. Se llamaba Renata.
Ahora estoy acá, entregándome a las palabras, revolcándome en sus brazos. Te mentiría si no te dijera que preferiría hacerlo después de haberme revolcado en los brazos de Renata, pero también lo haría si no aceptara que entregarse al tecleo se siente bien. Es un refugio.
Estoy escuchando unos mantras que grabé en febrero pasado. Uno, que pensé que era el peor de mi cosecha, acaba de llevarme de paseo. Por eso me ausenté unos instantes. Claro que vos ni te diste cuenta porque aquí las palabras se presentan todas ordenadas y una después de la otra. Pretenden a veces ser un hilo mágico que une nuestras conciencias.
Son las 19:35 de un viernes tan igual y tan distinto a todos los viernes que pasaron y a los que vendrán. Dentro de un rato voy a ir a un bar que está cerca del lugar adonde vivo. Voy a girar como un trompo y a sintonizarme con el infinito. Voy a fundirme con las sombras de otras sonrisas. Ya no puedo esperarte. No tengo tiempo. O tal vez tengo, pero ya no sé lo que es, lo que para los fines prácticos es más o menos lo mismo.