¿Cómo se le ocurre querer ser como yo?


Había una vez un hombre que quería ser como Francis Mallmann.

Tomaba cursos de cocina, de paisajismo, de relaciones exteriores.

Había ganado el Quini 6, pero no sabía qué hacer con su dinero. No le alcanzaba con ser millonario. Quería cocinar, rodearse de famosos, ser amado.

«Él lo tiene todo», afirmaba.

Intentando liberarse de su obsesión, practicó equinoterapia, se sometió a largas sesiones de hipnosis kármica y consultó a todo tipo de brujas y hechiceros. 

No hubo caso. 

Seguía queriendo ser Mallmann.

En un momento de inspiración, se dio cuenta de que la única forma de alcanzar su objetivo sería tener un encuentro presencial con su maestro para poder absorber la mayor cantidad de detalles posible.

Aprovechando los beneficios que otorga el contar con mucho dinero para materializar las cosas que uno quiere, consiguió una entrevista con el autor de «Siete Fuegos».

Después de besarle las manos y felicitarlo varias veces, le habló de su historia y del propósito de su visita.

—Querido... ¿Cómo se le ocurre querer ser como yo? Usted puede admirarme, tal vez hasta copiar alguna característica mia que le parezca digna de incorporar a su personalidad, pero de ahí a querer ser como yo hay una distancia enorme. Cada uno es como es, y así está bien. Además, usted ganó el Quini. Alégrese. Yo, si quiero ir a Tailandia, tengo que cocinar como un esclavo, escribir tres libros y aparecer en quince programas de televisión. Usted va directo. Claro, a mi me gusta lo que hago, pero también me gusta lo que puede hacer usted. No sea pelotudo, sea feliz y déjese de joder—, fue lo primero que le dijo el número uno de la cocina patagónica.

El admirador le besó otra vez las manos y le dio las gracias hasta que un asistente del Chef lo invitó a retirarse.

Se fue pensando que su mentor había tenido la grandeza de darle la clave.

Lo admiró más que antes, pero se propuso, además de seguir admirándolo, digerir su enseñanza y ponerla en práctica.

—Tengo que relajarme—, se dijo a sí mismo.

Se internó durante 40 días en el Hotel Conrad de las Islas Maldivas. 

Pronto se dio cuenta de que ser él mismo estaba muy bien.

Conoció a una profesora de yoga, se casó con ella, tuvo dos hijos, y fue tan feliz como supo y pudo.

Para su casamiento, eso sí, contrató los servicios de su cocinero favorito.


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