Miss Memoria
Estoy escribiendo mis memorias.
Sé que me estoy olvidando de algo, pero no sé de qué.
Si supiera, me acordaría.
Siento que entre lo que me estoy olvidando y el deseo de recordarlo hay un agujero negro.
Sin embargo, hay un rayo de esperanza: me acuerdo de que me estoy olvidando de algo.
Peor sería haber sido azafata, o descubierto América, y no acordarme.
Bueno, en realidad, acordarse de que uno fue Cleopatra, un jugador de rugby, o un profesor de dibujo, podría ser una sorpresa desagradable.
Por dos razones:
1 - Darse cuenta de que uno era mucho más de lo que pensaba y no lo sabía.
2 - Comprender que es muy posible que uno se esté olvidando de más cosas.
—No me acuerdo si te he enjabonado —me dijo Miss Memoria, pícara, al llegar a casa.
Acabábamos de volver del baile anual del grupo de Amnésicos Anónimos.
—¿Vengo aquí a menudo? —me preguntó.
Después de alzarse con el trofeo «Miss Olvido» (o Miss Memoria, la verdad es que no me acuerdo bien cuál fue el premio que ganó), se dirigió directamente a mí.
—Me parece que te conozco de algún lado... —dijo.
—Claro, amor, si estamos casados hace doce años —respondí.
—No...
—Sí...
—Ya me parecía. No puedo ser tan colgada... ¿En serio?
—Sí, princesa, sí... sólo tuvimos un disgusto porque me fuiste infiel con Miss Recuerdo... pero te perdoné porque me prometiste que para compensarlo hoy vamos a dormir los tres juntos...
—Ahí me parece que estás exagerando...
—Bueno... si no te acordabas de que eras mi esposa, esto sería un detalle menor...
—Tenés razón... además, Miss Recuerdo está para partirla en cuatro..
Y así íbamos conversando, y creando una realidad maravillosa, hasta que de repente vi que tenía un hilito rojo atado en el dedo.
—Ah, no, pará, disculpame, me dejé llevar. La verdad es que soy un pintor multimillonario y vivo en un castillo en Tailandia, tengo una plantación de palmitos. No estamos casados, perdoname, es que tengo la memoria un poco frágil... —dije yo, cuando creí haber recordado la verdad.
—Qué lástima, me había gustado la idea. Parecés un muchacho encantador.
—Gracias, hacía tiempo que no recibía un piropo ¿Conocés Tailandia?
—No, qué voy a conocer, si apenas me conozco a mi misma...
—Bueno, en algo nos parecemos, luna de mi soledad, yo voy andando y cantando que es mi modo de alumbrar...
—Sos todo un poeta...
—A veces me inspiro, sí. Un placer conocerte, me llamo Atahualpa.
—Rita... Rita Hayworth... encantada.
Sé que me estoy olvidando de algo, pero no sé de qué.
Si supiera, me acordaría.
Siento que entre lo que me estoy olvidando y el deseo de recordarlo hay un agujero negro.
Sin embargo, hay un rayo de esperanza: me acuerdo de que me estoy olvidando de algo.
Peor sería haber sido azafata, o descubierto América, y no acordarme.
Bueno, en realidad, acordarse de que uno fue Cleopatra, un jugador de rugby, o un profesor de dibujo, podría ser una sorpresa desagradable.
Por dos razones:
1 - Darse cuenta de que uno era mucho más de lo que pensaba y no lo sabía.
2 - Comprender que es muy posible que uno se esté olvidando de más cosas.
La memoria es un dragón enjaulado. Veamos un ejemplo:
—No me acuerdo si te he enjabonado —me dijo Miss Memoria, pícara, al llegar a casa.
Acabábamos de volver del baile anual del grupo de Amnésicos Anónimos.
—¿Vengo aquí a menudo? —me preguntó.
Yo no sé si es o se hace. Me gusta creer que me quiere de verdad.
Después de alzarse con el trofeo «Miss Olvido» (o Miss Memoria, la verdad es que no me acuerdo bien cuál fue el premio que ganó), se dirigió directamente a mí.
—Me parece que te conozco de algún lado... —dijo.
—Claro, amor, si estamos casados hace doce años —respondí.
—No...
—Sí...
—Ya me parecía. No puedo ser tan colgada... ¿En serio?
—Sí, princesa, sí... sólo tuvimos un disgusto porque me fuiste infiel con Miss Recuerdo... pero te perdoné porque me prometiste que para compensarlo hoy vamos a dormir los tres juntos...
—Ahí me parece que estás exagerando...
—Bueno... si no te acordabas de que eras mi esposa, esto sería un detalle menor...
—Tenés razón... además, Miss Recuerdo está para partirla en cuatro..
Y así íbamos conversando, y creando una realidad maravillosa, hasta que de repente vi que tenía un hilito rojo atado en el dedo.
—Ah, no, pará, disculpame, me dejé llevar. La verdad es que soy un pintor multimillonario y vivo en un castillo en Tailandia, tengo una plantación de palmitos. No estamos casados, perdoname, es que tengo la memoria un poco frágil... —dije yo, cuando creí haber recordado la verdad.
—Qué lástima, me había gustado la idea. Parecés un muchacho encantador.
—Gracias, hacía tiempo que no recibía un piropo ¿Conocés Tailandia?
—No, qué voy a conocer, si apenas me conozco a mi misma...
—Bueno, en algo nos parecemos, luna de mi soledad, yo voy andando y cantando que es mi modo de alumbrar...
—Sos todo un poeta...
—A veces me inspiro, sí. Un placer conocerte, me llamo Atahualpa.
—Rita... Rita Hayworth... encantada.