Tu clon en Zombilandia

—No me gusta Tinder. Es un catálogo de gente—, dijo Laurita.

Sin saberlo, había sido sedada y traída a la Tierra como parte de un experimento científico llevado a cabo en su planeta de origen. 


El paquete incluía un reseteo total de cerebro y el posterior implante de la memoria de una mujer terrestre elegida al azar.


Con ese experimento, los científicos trataban de probar la existencia del espíritu.


En su planeta, Laurita era considerada casi como una santa. 


No debido a su conducta sexual irreprochable siempre abierta de manera incondicional al "todos contra todos", algo que en su cultura era muy bien visto, sino por causa de la sutil y esperanzadora interpretación de la realidad que hacía y expresaba con total fluidez cuando se encontraba en estado de trance hipnótico.


La ingesta de hongos alucinógenos era común en su mundo, pero sus semejantes, por lo general, tenían la costumbre de perderse en espectáculos de formas y colores totalmente desprovistos de mensajes o contenido.


Ella era distinta. Tenía visiones místicas.


Los científicos la escuchaban con mucha atención. 


Para ser honestos, debemos destacar que si bien la escuchaban con mucha atención, la atención de la que disponían no era mucha, y la poca que tenían estaba bastante atenuada por decadas ininterrumpidas de consumir sustancias psicotrópicas. 


Creo que un cajero de supermercado jubilado, un domingo de verano, a las tres de la tarde, después de haber bebido dos litros de vino y comido un asado con papas fritas, y flan con dulce de leche de postre, tendría más capacidad de atención.


Ella parecía ver a los hombres que se le ofrecían en su teléfono como si fueran zombies.

Era evidente que se sentía muy sola. 

Sin saberlo, estaba despierta en ese desierto sin memoria al que la habían llevado sus propios compatriotas. 


—Aunque, mirándolo bien, a este morocho lo parto en cuatro antes de que pueda decir hola —, agregó.


Los científicos estaban encantados. Era la prueba que estaban buscando. Su esencia romántica se manifestaba a pesar del reseteo cerebral y la nueva memoria.


En ese momento, dos dragones se posaron sobre la cabaña en la que estaban realizando el experimento y les propusieron llevarlos a su planeta por una tarifa irrisoria.


Todos aceptaron sin pensarlo dos veces. 


Estaban cansados. 


Querían entregarse sin más trámite al sueño profundo y reparador que está reservado apenas para los niños, los inconscientes y aquellos que tienen la genuina sensación del deber cumplido.

Fffffiiiuuuu Ffiiiuuuu, hicieron los dragones, y todo se resolvió en un abrir y cerrar de ojos.


Y así pasó otro día en Zombilandia.





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