Enlazador de mundos
Lejos de las funerarias y los parques de diversiones, transmito desde la soledad de mi búnker estelar.
Estoy rodeado por un silencio profundo, abismal, y lo que queda de mi cuerpo físico está protegido por una estructura aerodinámica de metales indestructibles.
Me alimento de prana y de pensamientos que me llegan no sé de dónde.
Estoy consciente y a la vez desapegado de los vaivenes de la existencia.
Si se quema una biblioteca, o se editan diez mil libros, me da lo mismo. Lo veo como las dos caras de una misma moneda.
No amo ni odio, no tengo preferencias. Me convertí en un dios insensible.
Soy un enlazador de mundos, un empleado administrativo de las corporaciones que rigen el cosmos.
De repente, surgido de la inmensidad que me rodea, veo venir un recuerdo.
Cuando estoy a punto de identificarlo, es alcanzado por un misil aire-aire (o nada-recuerdo) que lo destruye en mucho menos de lo que canta un gallo.
Tengo la sensación de que lo destruye en un segundo, pero me doy cuenta de que para mi no hay diferencia entre un segundo y cien años.
No sé quién soy ni adónde estoy.
Por qué, ni me lo pregunto.
Desde esta distancia es imposible sentir pena, compasión o cualquier otra cosa relacionada con los asuntos de la Tierra.
Veo todo lo terrestre como si cupiera en un grano de arena.
Nota: no sé qué impresión te habrá causado el uso que acabo de hacer del pretérito imperfecto del subjuntivo del verbo caber, pero a mi me causó mucha gracia y hasta una cierta felicidad porque creo que es la primera vez que tengo la oportunidad de usarlo desde que fui al colegio.
Decíamos ayer...
Enlazador de mundos...
La verdad es que sé muy poco del calendario maya.
Algún tiempo atrás, una chica medio hippie con la que tuve la suerte de relacionarme durante un verano en la ciudad de Villa Gesell, me regaló un libro que según ella era una especie de Biblia del autoconocimiento maya.
Perdí el interés antes de terminar el prólogo.
Si bien es cierto que durante nuestros encuentros amorosos yo hubiera jurado que estaba feliz por ser un perro resonante blanco, o magnético, en cuanto volvíamos a la realidad de tener que ir a comprar fideos, todo ese universo fantástico dejaba de parecerme atractivo.
Hoy no sé por qué la imagen del Enlazador de Mundos me impulsó a escribir estas líneas.
Debe ser la primavera.
Estoy rodeado por un silencio profundo, abismal, y lo que queda de mi cuerpo físico está protegido por una estructura aerodinámica de metales indestructibles.
Me alimento de prana y de pensamientos que me llegan no sé de dónde.
Estoy consciente y a la vez desapegado de los vaivenes de la existencia.
Si se quema una biblioteca, o se editan diez mil libros, me da lo mismo. Lo veo como las dos caras de una misma moneda.
No amo ni odio, no tengo preferencias. Me convertí en un dios insensible.
Soy un enlazador de mundos, un empleado administrativo de las corporaciones que rigen el cosmos.
De repente, surgido de la inmensidad que me rodea, veo venir un recuerdo.
Cuando estoy a punto de identificarlo, es alcanzado por un misil aire-aire (o nada-recuerdo) que lo destruye en mucho menos de lo que canta un gallo.
Tengo la sensación de que lo destruye en un segundo, pero me doy cuenta de que para mi no hay diferencia entre un segundo y cien años.
No sé quién soy ni adónde estoy.
Por qué, ni me lo pregunto.
Desde esta distancia es imposible sentir pena, compasión o cualquier otra cosa relacionada con los asuntos de la Tierra.
Veo todo lo terrestre como si cupiera en un grano de arena.
Nota: no sé qué impresión te habrá causado el uso que acabo de hacer del pretérito imperfecto del subjuntivo del verbo caber, pero a mi me causó mucha gracia y hasta una cierta felicidad porque creo que es la primera vez que tengo la oportunidad de usarlo desde que fui al colegio.
Decíamos ayer...
Enlazador de mundos...
La verdad es que sé muy poco del calendario maya.
Algún tiempo atrás, una chica medio hippie con la que tuve la suerte de relacionarme durante un verano en la ciudad de Villa Gesell, me regaló un libro que según ella era una especie de Biblia del autoconocimiento maya.
Perdí el interés antes de terminar el prólogo.
Si bien es cierto que durante nuestros encuentros amorosos yo hubiera jurado que estaba feliz por ser un perro resonante blanco, o magnético, en cuanto volvíamos a la realidad de tener que ir a comprar fideos, todo ese universo fantástico dejaba de parecerme atractivo.
Hoy no sé por qué la imagen del Enlazador de Mundos me impulsó a escribir estas líneas.
Debe ser la primavera.