Responsabilidad ilimitada

Había una vez un hombre que se dio cuenta de que era Dios y empezó a firmarlo todo.

Los árboles, las cucarachas, los helicópteros. Todo.

Así como algunos niños están orgullosos de sus heces, este hombre estaba orgulloso de cualquier cosa que existiera.

No diferenciaba entre una guerra, un cucurucho o un cortocircuito. Todo le parecía hermoso.

Se sentía cada mujer y cada hombre que caminaban sobre la tierra, cada insecto.

Se llamaba a sí mismo Adán, Eva, LGTBIQ, y todas las combinaciones de letras habidas y por haber.

Era el Alfa, el Omega 3 y el dale que va.

Se responsabilizaba por la Mona Lisa y por cada atardecer, aunque también por la contaminación ambiental, las caries y las colas en los bancos.

Era generoso, honesto e infinitamente amable, pero también un miserable y un onanista confeso.

Levantaba Quiniela en Aldo Bonzi y salvaba ballenas en Australia.

Lo único que no aguantaba era el ateísmo.

—Eso me parece una falta de respeto —, decía.



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