La libertad es un unicornio amaestrado

Si quiero dormir en tu cama, necesito tu permiso.

Para comprar una Ferrari, necesito una cantidad de dinero de la cual no dispongo.

Algunos me dirán que soy libre de crear una empresa que me permita ganarlo.

Yo les preguntaré si tienen el dinero que se necesita para comprar una Ferrari.

Si quiero pasar el día sin producir nada más que sonrisas y sentimientos positivos, voy a estar en problemas. Los únicos que pueden darse ese lujo son los políticos, los terratenientes y los financistas.

Es por eso que tantos sueñan con ser políticos, terratenientes o financistas.

Si quiero vivir en una de las cinco mil propiedades desocupadas que posee un determinado magnate inmobiliario, no seré libre para hacerlo a menos que pueda pagar el alquiler.

Tampoco seré libre de matarlo si se niega a aceptarme a menos que pague el alquiler.

O sí, seré libre de matarlo, pero después tendré que pagar un precio muy caro por haberlo hecho: mi supuesta libertad.

La libertad es una ilusión de la mente.

En este universo todo esta interrelacionado, todo depende del resto.


—Quiero ser libre como un pájaro —, gritan algunos idealistas.

No se dan cuenta de lo difícil que es ser pájaro y tener que andar todo el día buscando algo para picotear, siempre atento para que no te coma un gato o te aprisione un ser humano.

El otro día hablaba con una chica que no trabaja porque tuvo la suerte de casarse con un millonario del que después se separó pero le pasa una buena cantidad para mantener a sus dos hijos, y me decía que se había enamorado de él porque era un hombre muy libre.

Yo pensé que se enamoró de él no porque fuera muy libre sino porque era muy rico, pero no se lo dije porque tenía esperanzas de hacerle el amor. 

Traté de mostrarme también como un hombre libre. 

No funcionó. 

Parece que a ella le gustan los hombres libres y ricos.

La libertad es un sueño, un ideal.

Todos estamos obligados a dar vueltas en el cosmos.

Algunos me dirán que podríamos suicidarnos. 

Sí, claro, pero no solucionaríamos el problema.

Si después de la muerte no hubiera nada, tampoco habría quien pudiera experimentar la aparente libertad de la que disfrutaría por haberse suicidado. 

Si la vida continuara, volveríamos a empezar. 

Estaríamos en la misma.

El asunto y esto no lo digo sólo para que no pienses que estoy resentido contra esta prisión maravillosa en la que vivimos y tenemos nuestro ser es que dentro de las limitaciones naturales que nos ofrece la existencia tenemos la posibilidad de vivir algunos momentos especiales, oportunidades de sentirnos libres.

Esos momentos hacen que el viaje valga la pena.



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