Ajedrez

— A veces me parece que estoy predicando en el desierto, pero sigo adelante porque estoy convencido de que el amor y la risa son las únicas cosas que pueden justificar esta existencia—, dijo El Poeta sin Obra y se quedó callado, dedicándome una de esas miradas de lobo marino embalsamado que siempre me obligaron a preguntarle algo.

— ¿Esto me lo dice por algo en particular o es para conversar nomás?

— Querido, me extraña... Si estuviera conversando con una turista sueca, una pregunta como la suya podría ser pertinente, pero nosotros nos conocemos hace años. Usted sabe bien que a mi no me gusta dar puntada sin hilo. Le pido, por favor, que me permita continuar con mi discurso...

— Disculpe, lo vi tan callado que pensé que había terminado...

— No, estaba apenas preparándome para empezar... como lo veo un poco ansioso, voy a ir directo al grano. Necesito abrir mi corazón y hablarle un poco de ajedrez.
— ¿Ajedrez? No sabía que jugaba...

— Jugar, jugar... ahí está la cosa... Aunque estoy lejos de ser un Gran Maestro, me atrevo a afirmar que ante otro mueve piezas estoy en condiciones de defenderme. Digamos que sé cómo deberían comportarse un alfil, un caballo o una torre. El asunto es que el otro día fui a la plaza y un jubilado me invitó a jugar. Yo acepté porque me pareció que rechazar una invitación de esa naturaleza me colocaría en un lugar despreciable en la historia del universo. Nos sentamos. El hombre hizo un sorteo y a mi me tocaron las piezas negras. Hasta ahí, sin problemas. Usted sabe que soy un hombre holístico y que amo tanto los colores como su ausencia. Y que aunque tenga una debilidad por las suecas, si es limpia y simpática le doy para adelante...

— Por favor, no se disperse.

— Sí, tiene razón... es que fue algo horrible...

— Horrible es ser cajero de supermercado... una partida de ajedrez, por peor que sea, no puede ser tan horrible...

 Ah ¿no? Ahora usted va a tener la oportunidad de juzgar por sí mismo... El hombre abrió con peón cuatro rey... Un conservador... Jugar, jugar... ¿Vamos a jugar o a repetir los gestos de nuestros antepasados? Ahí yo exploté y con mi caballo mágico le comí el rey. Me miró sorprendido. —"¿Qué hace?"—, preguntó. "Estoy jugando respondí—, le acabo de comer el rey. Digamos que voy uno a cero. Si quiere, jugamos otra". "Por favor, señor. ¿Usted sabe jugar o no?", preguntó él. En ese momento sentí una gran compasión por esa oveja descarriada y le dije que no, que él había ganado, y me fui.

— Me parece que usted anda con la tolerancia un poco baja... creo que tendría que salir más... ir a algún centro cultural, hacer un curso... no sé... esperar que un jubilado en la plaza lo invite a jugar al ajedrez y su apertura sea peón por dama, es una esperanza comparable a querer ganar la Lotería.

— Yo jamás protestaría ante una jugada tan magistral...

— Me imagino... ¿Pedimos unas empanadas?

— Por favor. Yo quisiera dos de verdura y tres de humita. Me encanta que las llamen de humita y no de choclo. Para recuperarme de una partida tan dura necesito mucha poesía... 









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