La danza de los robots de protoplasma

En donde trabajo, una vez por mes, tenemos la costumbre de tomarnos una tarde libre para hacer una confraternización, una actividad extra laboral en horario laboral.

Entiendo que el objetivo es conocernos mejor los unos a los otros y no olvidar que además de producir bienes y servicios somos un grupo de seres humanos que pasan varias horas por día juntos.

Hoy fuimos al Centro Cultural del Banco de Brasil, que suele presentar todo tipo de expresiones artísticas.

Había una exposición que celebraba los 50 años del realismo en la pintura y las artes plásticas.

Yo, que del tema sabía poco, pronto entendí que la idea era copiar la realidad, o expresar una realidad imaginada, de la manera más realista posible.

Por ejemplo, una pintura de un niño bebiendo una lata de Coca Cola, en estilo realista, debería ser lo más parecida posible a una buena foto de esa escena.

Cuando vi los primeros dos o tres cuadros, me maravillé por la capacidad técnica de los artistas para lograr ese objetivo. Sus pinturas parecían fotos.


Después del cuarto cuadro ya me aburrí y empecé a prestarle atención al movimiento de las personas dentro de las distintas salas.

De ahí surgió el título de esta entrada.

Me acordé de una publicidad de un nuevo teléfono celular al que se le puede adosar una cuchara para ir comiendo mientras uno mira los mensajes.

Pensé que el próximo paso sería adicionarles también una esponja o un preservativo para que podamos ver los mensajes mientras nos bañamos o hacemos el amor.

El punto máximo de esa evolución sería un celular que tuviera adosado otro celular en el que pudiéramos ver los mensajes mientras estamos viendo los mensajes.

Saliendo de ese trance hipnótico, inducido tal vez por el aburrimiento y el nacimiento espontáneo de un torrente de pensamientos filosóficos no deseados, comprendí que la evolución natural del realismo es hacernos sentir algo que no es real con la misma intensidad que deberíamos experimentar lo real si no hubiéramos perdido la capacidad de hacerlo.


Pensé que después de satisfacer todos nuestros deseos a través de experiencias virtuales, vamos a querer llegar al punto máximo, que no es otro que la realidad cotidiana.

Claro que en la virtual, aquellos que quieran experimentar la paternidad por tiempo limitado y sin responsabilidades podrán elegir si quieren que su hijo lloré o que se ría todo el día, que se haga pis en la cama o que de saltos mortales al cumplir un año.

En la real habrá que enfrentar lo que venga.

Imagino que en algún momento de la evolución de la virtualidad alguien le va a pedir a los fabricantes de ilusiones que le hagan un amigo, una novia o unos parientes a medida.

Y en algún momento, cuando las fábricas de sueños empiecen a desmoronarse, los empresarios se verán obligados a contratar actores y venderán sus servicios por horas, meses o años.

Uno de esos actores, tal vez motivado por el hambre, la locura o incluso una auténtica vocación, entregará su vida para convertirse en el ser amado de una mujer que no conoce. 

Esos actores serán capaces de fingir todas las emociones humanas y de obedecer las órdenes más descabelladas de sus clientes con tal de pagar sus cuentas o expresarse en el nuevo entorno virtual en el que tendrán que desenvolver su arte.

Hasta que alguien que los contrate les dirá "me parece que en el fondo vos no me querés... recién ahora me doy cuenta de que estás haciendo todo como si fuera un trabajo".

Y por más que los robots de protoplasma les juren que no es así, que lo suyo es verdadero amor eterno, saldrán en busca de nuevas emociones a la tradicional jungla de la realidad imperfecta.






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