Creatividad
"Nada se pierde, todo se transforma", afirmó el químico Antoine Lavoisier.
Si así fuera, la creatividad sería imposible: lo único que existiría sería una infinita posibilidad de reorganizar elementos.
La frase —no tan célebre — del ornitólogo italonorteamericano Tony Capana, que afirma lo contrario al sugerir que "Todo se pierde y nada se transforma", es, por razones obvias, igualmente falsa.
Si entendiéramos esto a nivel visceral, veríamos que el único camino posible para experimentar la creatividad real sería posicionarnos fuera de la perspectiva dual.
Aquellos que lo han intentado saben que hacerlo no es tan fácil como pretenderlo, tal vez por la delicadísima sutileza que un movimiento tan simple y natural requiere.
Los poetas experimentales, intentando liberarse por cualquier medio de los confines de la ciencia bruta, han propuesto distintas combinaciones irracionales con la esperanza de trascender así los límites de lo conocido:
El ser explota en cilindros turbios
se doma, tuba,
pantera y
saltasobrelanoche
plástica
mercenario que duerme
en
galaxias taciturnas
En ese tipo de combinaciones no hay libertad ni creación alguna.
Incluso si sus poemas tomaran formas como esta:
sçdfhaspodnasio
asdlçljdjaga
a
gad
a
(hipopótamo, pernasio, ccalefón)
g
fga
fgsdf
hs
no habría más que viento.
Sin necesidad de dar un salto mortal de la imaginación, podemos ver que la creatividad se origina siempre en quien percibe, nunca en lo percibido. Lo percibido, mutante por naturaleza, es apenas una consecuencia inevitable de un acto de percepción inexplicable.
El Gran Misterio —que supera al de la Creación en elegancia y magnitud —, es el origen del propio Creador.
Nota: lo llamamos Creador por llamar a Lo que Existe —y que al ser causa primera no puede ser nombrado — de alguna manera.
Estamos hablando de La Existencia, esa sopa infinita en la que nos movemos y tenemos nuestro ser, esa serpiente que se retuerce, por lo general, en ritmos constantes, y se sacude, de vez en cuando, en épicas catarsis epilépticas, en súbitos espasmos aleatorios que podrían compararse un poco a los tornados y otro poco a los orgasmos involuntarios de las vírgenes y los santos.
Ven a mí, gacela de vidrio
tibia y dulce mujer de porcelana
lame mis poros y haz que me olvide
por un siglo o dos
de los ilusorios límites que nos separan
Si así fuera, la creatividad sería imposible: lo único que existiría sería una infinita posibilidad de reorganizar elementos.
La frase —no tan célebre — del ornitólogo italonorteamericano Tony Capana, que afirma lo contrario al sugerir que "Todo se pierde y nada se transforma", es, por razones obvias, igualmente falsa.
Si entendiéramos esto a nivel visceral, veríamos que el único camino posible para experimentar la creatividad real sería posicionarnos fuera de la perspectiva dual.
Aquellos que lo han intentado saben que hacerlo no es tan fácil como pretenderlo, tal vez por la delicadísima sutileza que un movimiento tan simple y natural requiere.
Los poetas experimentales, intentando liberarse por cualquier medio de los confines de la ciencia bruta, han propuesto distintas combinaciones irracionales con la esperanza de trascender así los límites de lo conocido:
El ser explota en cilindros turbios
se doma, tuba,
pantera y
saltasobrelanoche
plástica
mercenario que duerme
en
galaxias taciturnas
En ese tipo de combinaciones no hay libertad ni creación alguna.
Incluso si sus poemas tomaran formas como esta:
sçdfhaspodnasio
asdlçljdjaga
a
gad
a
(hipopótamo, pernasio, ccalefón)
g
fga
fgsdf
hs
no habría más que viento.
Sin necesidad de dar un salto mortal de la imaginación, podemos ver que la creatividad se origina siempre en quien percibe, nunca en lo percibido. Lo percibido, mutante por naturaleza, es apenas una consecuencia inevitable de un acto de percepción inexplicable.
El Gran Misterio —que supera al de la Creación en elegancia y magnitud —, es el origen del propio Creador.
Nota: lo llamamos Creador por llamar a Lo que Existe —y que al ser causa primera no puede ser nombrado — de alguna manera.
Estamos hablando de La Existencia, esa sopa infinita en la que nos movemos y tenemos nuestro ser, esa serpiente que se retuerce, por lo general, en ritmos constantes, y se sacude, de vez en cuando, en épicas catarsis epilépticas, en súbitos espasmos aleatorios que podrían compararse un poco a los tornados y otro poco a los orgasmos involuntarios de las vírgenes y los santos.
Ven a mí, gacela de vidrio
tibia y dulce mujer de porcelana
lame mis poros y haz que me olvide
por un siglo o dos
de los ilusorios límites que nos separan
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