Las pantuflas diabólicas
Cuando Leonardo Asmodeo consiguió finalmente publicar su novela "Las Pantuflas Diabólicas", en los planos etéricos se produjo un gran revuelo.
En el denso universo de la materia, por el contrario, la repercusión fue mínima.
Había tenido que vender su Ford Fiesta modelo 76 para poder pagar por la diagramación e impresión de las dos mil copias que había encargado mientras estaba en un estado de conciencia alterada.
Por eso estaba en el colectivo, tratando de vender alguna, cuando vislumbró la idea que habría de cambiar el curso de su vida para siempre.
La idea era tan osada, tan audaz, que, aunque lo entusiasmara, casi no podía aceptarla. Parecía venir de un lugar que él no se habría atrevido a explorar ni siquiera en sueños.
La idea le decía que debía enamorar ni más ni menos que a Meridiana Gomory, la heredera al trono de un imperio comercial que se había construído con base en el gran éxito de ventas de los calzados Gomory, símbolo de elegancia y buen gusto en varios países de Europa.
No la conocía, no tenía idea de cómo eso podría ayudarlo a difundir su obra, y sabía que no tenía nada que ofrecerle a una mujer tan hermosa y poderosa como Meridiana.
Nota: Es importante destacar que en esa época Leonardo Asmodeo pesaba 123 kilos, era calvo, y tenía en el rostro algunas picaduras de viruela que hacían que los niños huyeran de él en cuanto lo veían, pensando que se trataba de una versión moderna del Hombre de la Bolsa.
Los que han leído a Napoleon Hill saben que una buena idea es todo lo que se necesita para dar el primer paso en el camino del éxito.
Leonardo, sin saber cómo la había conseguido, ya la tenía.
Pensó un poco y, sin hacer un gran esfuerzo, pronto empezó a vislumbrar el abanico de posibilidades que se le abrirían en caso de materializarse ese romance.
Ella tenía dinero, contactos, y seguramente podría proporcionarle placer en dosis industriales, ya que por lo que se decía de ella en la prensa era evidente que era una niña rebelde y malcriada a la que le gustaban las fiestas más que respirar.
Totalmente motivado por la promesa de una vida mejor, entendió que lo único que se interponía entre él y su plan era la realidad.
Había que modificarla.
Comenzó a seguir una dieta estricta, se dejó crecer la barba y con los últimos recursos que le quedaban contrató los servicios de un estilista, un asesor de imagen y un talabartero.
Al talabartero lo despidió en seguida porque no conseguía saber para qué lo había contratado.
Se perdonó a sí mismo por ese descuido diciéndose que cuando uno persigue una visión es normal que cometa errores.
En cuanto consiguió transformar su cuerpo en el de un atleta, y su apariencia en la de un príncipe, fue a pedir empleo como vendedor a la sucursal matriz de Calzados Gomory.
Algo habría en el brillo de sus ojos porque lo contrataron en la primera entrevista.
Nota 2: O tal vez eran todos títeres de un destino pre diseñado por una divinidad perversa.
Durante cuatro años, Asmodeo trabajó vendiendo zapatos, esperando en silencio su oportunidad de verla y seducirla.
Una mañana de primavera, en la que él ya casi se había olvidado de su propósito, la vio entrar por la puerta principal.
Sus sensores se activaron.
El recuerdo de los incontables sacrificios que había tenido que realizar para poder publicar su primer y único trabajo literario, unido al de los cuatro años que acababa de pasar esperándola, hicieron que pudiera transmitirle en pocas palabras una visión tan irresistible que encantó a la princesa Gomory y la hizo delirar de deseo anticipándose al placer que imaginaba que el apuesto Asmodeo le daría.
El romance comenzó en ese instante. La unión de los cuerpos se consumó esa misma noche, antes de cenar, poco después de que Leonardo saliera del trabajo.
Nota 3: Los dos estaban en llamas, pero en esos cuatro años de trabajos forzados, Asmodeo se había vuelto muy responsable y, por más entusiasmado que estuviera con la princesa, no quiso abandonar las responsabilidades que había aprendido a cumplir con tal de poseerla.
El resto es literatura.
Se convirtió en un empresario de éxito y se olvidó por completo de su obra maestra.
Tuvieron tres hijos y fueron bastante felices.
En el denso universo de la materia, por el contrario, la repercusión fue mínima.
Había tenido que vender su Ford Fiesta modelo 76 para poder pagar por la diagramación e impresión de las dos mil copias que había encargado mientras estaba en un estado de conciencia alterada.
Por eso estaba en el colectivo, tratando de vender alguna, cuando vislumbró la idea que habría de cambiar el curso de su vida para siempre.
La idea era tan osada, tan audaz, que, aunque lo entusiasmara, casi no podía aceptarla. Parecía venir de un lugar que él no se habría atrevido a explorar ni siquiera en sueños.
La idea le decía que debía enamorar ni más ni menos que a Meridiana Gomory, la heredera al trono de un imperio comercial que se había construído con base en el gran éxito de ventas de los calzados Gomory, símbolo de elegancia y buen gusto en varios países de Europa.
No la conocía, no tenía idea de cómo eso podría ayudarlo a difundir su obra, y sabía que no tenía nada que ofrecerle a una mujer tan hermosa y poderosa como Meridiana.
Nota: Es importante destacar que en esa época Leonardo Asmodeo pesaba 123 kilos, era calvo, y tenía en el rostro algunas picaduras de viruela que hacían que los niños huyeran de él en cuanto lo veían, pensando que se trataba de una versión moderna del Hombre de la Bolsa.
Los que han leído a Napoleon Hill saben que una buena idea es todo lo que se necesita para dar el primer paso en el camino del éxito.
Leonardo, sin saber cómo la había conseguido, ya la tenía.
Pensó un poco y, sin hacer un gran esfuerzo, pronto empezó a vislumbrar el abanico de posibilidades que se le abrirían en caso de materializarse ese romance.
Ella tenía dinero, contactos, y seguramente podría proporcionarle placer en dosis industriales, ya que por lo que se decía de ella en la prensa era evidente que era una niña rebelde y malcriada a la que le gustaban las fiestas más que respirar.
Totalmente motivado por la promesa de una vida mejor, entendió que lo único que se interponía entre él y su plan era la realidad.
Había que modificarla.
Comenzó a seguir una dieta estricta, se dejó crecer la barba y con los últimos recursos que le quedaban contrató los servicios de un estilista, un asesor de imagen y un talabartero.
Al talabartero lo despidió en seguida porque no conseguía saber para qué lo había contratado.
Se perdonó a sí mismo por ese descuido diciéndose que cuando uno persigue una visión es normal que cometa errores.
En cuanto consiguió transformar su cuerpo en el de un atleta, y su apariencia en la de un príncipe, fue a pedir empleo como vendedor a la sucursal matriz de Calzados Gomory.
Algo habría en el brillo de sus ojos porque lo contrataron en la primera entrevista.
Nota 2: O tal vez eran todos títeres de un destino pre diseñado por una divinidad perversa.
Durante cuatro años, Asmodeo trabajó vendiendo zapatos, esperando en silencio su oportunidad de verla y seducirla.
Una mañana de primavera, en la que él ya casi se había olvidado de su propósito, la vio entrar por la puerta principal.
Sus sensores se activaron.
El recuerdo de los incontables sacrificios que había tenido que realizar para poder publicar su primer y único trabajo literario, unido al de los cuatro años que acababa de pasar esperándola, hicieron que pudiera transmitirle en pocas palabras una visión tan irresistible que encantó a la princesa Gomory y la hizo delirar de deseo anticipándose al placer que imaginaba que el apuesto Asmodeo le daría.
El romance comenzó en ese instante. La unión de los cuerpos se consumó esa misma noche, antes de cenar, poco después de que Leonardo saliera del trabajo.
Nota 3: Los dos estaban en llamas, pero en esos cuatro años de trabajos forzados, Asmodeo se había vuelto muy responsable y, por más entusiasmado que estuviera con la princesa, no quiso abandonar las responsabilidades que había aprendido a cumplir con tal de poseerla.
El resto es literatura.
Se convirtió en un empresario de éxito y se olvidó por completo de su obra maestra.
Tuvieron tres hijos y fueron bastante felices.
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