El álbum de fotos del Hombre Invisible

Enfrento el teclado con una mezcla de miedo, esperanza y desapego.

Lo único que tengo es un título y la la leve intuición de que en algún momento tiene que aparecer un tigre.

Como el tigre ya apareció, lo único que me queda es el título.

Empecemos.

La gran ventaja que tiene el Hombre Invisible sobre el resto de los mortales, por lo menos en lo que a álbumes de fotografías se refiere, es que en teoría todas las imágenes del mundo le pertenecen.

Paisajes, retratos, fotografías microscópicas, de la NASA.

Cualquier tipo de fotografías.

Da igual.

Si lo deseara, podría presumir de verse reflejado en cualquier imagen.

Es cierto que si alguien lo escuchara relatar sus aventuras, con razón podría desconfiar de su presencia efectiva en los lugares y momentos en que él asegurara haber estado.

Y no habría manera de comprobarlo.

Sólo una persona invisible, con capacidad para ver a otros de su especie, podría dar fe de su participación en las supuestas instantáneas de su álbum infinito.

Hasta aquí llegamos.

El tema no da para más.

O tal vez sí, pero el juez que dictamina lo que es correcto y lo que no, me está gritando a un volumen tan alto que no consigo escuchar con claridad.

Para poder continuar, a pesar de esa desagradable circunstancia, me aferro a la imagen del tigre.

Verlo dos veces en la película "El último Elvis" me dio la fuerza que necesitaba para enfrentar el abismo con las manos y el corazón vacíos, sin ideas ni propósitos de ninguna especie.

Estoy flotando a la deriva en un océano de estrellas.

Digo tu nombre para tratar de encontrar un rumbo, o un hogar, en esta bóveda celeste, pero ya no funciona ni cómo brújula ni como ancla.

Se parece mucho al de las personas que no conozco.

El tiempo pasó como una brisa.

Si pudiera volver atrás, no cambiaría nada.

Lo cambiaría todo.



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