Lohengrin

Llegó la hora de tomar el toro por las astas, de lanzarse a la aventura como un clavadista mexicano.

Creo que sentí el ímpetu (qué palabra maravillosa, por Diooooossssss) cuando le di clic a un video que había publicado mi amigo Pancho en Facebook.

Eran las Variaciones Goldberg de Bach, interpretadas por un señor llamado Glenn Gould.

Al señor no lo conocía. Lo conocí ahí.

A las variaciones me parece haberlas abandonado antes de que pasaran los primeros diez segundos algunos años atrás, cuando creía que antes de Led Zeppelin no había pasado nada interesante.

Escuchando a ese señor, sentí una inspiración.

Después, una expiración.

Ahora ya entré en calor y estoy tecleando con el mismo entusiasmo con que él tocaba en ese video.

Bueno, no sé si tanto, pero me siento así, lo que ya es algo.

Eso me hace acordar a aquellos que se fuman un porro y creen que tocan la guitarra como Jimmy Hendrix.

No se engañen. No es así.

Además, lo más importante es tocar como uno mismo.

Jimmy ya tocó lo que tenía que tocar.

Volviendo a lo nuestro, digamos que la escucha de Bach me llevó a Eric Satie y después a Richard Wagner, Lohengrin, y ese fue el momento en el que decidí que había llegado la hora de teclear como un poseso.

Tac tac tac... tararín... tararirarán... tibaduradibasibadubadurabín..

Mensaje no tengo.

O tal vez sí, vamos a ver.

Estoy bajando la cortina de un día intenso.

No tan intenso como sería si me hubiera bañado en un jacuzzi con dos suecas bisexuales, pero bastante intenso, dentro de la humildad de las circunstancias.

Tuve una conversación con un pájaro que me siguió por una calle arbolada durante 70 metros, aproximadamente.

Primero empecé imitándolo (bastante mal, pero a él no le importó porque me cazó la onda al vuelo y se ve que le gustó).

Ahí empezamos a conversar.

Después de un rato, me pareció que había llegado el momento de seguir caminando.

Para mi sorpresa, voló un poco y se paró en una rama cerca mío y me hizo cui.... cui...

Yo le respondí.

Cui... cui...

La verdad es que estaba tan emocionado que me temblaban las piernas.

Decidí caminar un poco más para ver si no era una casualidad.

No era.

Voló y cui, cui, cui... y me miraba...

Así dos o tres veces más...

Me hubiera gustado tener unas migajas de pan... o una bolsita con alpiste... para darle de comer... no sé... no me atreví a pensar que sólo disfrutaba de la compañía...

A veces me da miedo pensar que el mundo puede ser un lugar tan maravilloso...






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