Encuentra tu propósito
¿Quién no quisiera ser esa antena parabólica capaz de captar del infinito los mensajes que trajeran paz, amor y armonía a este maravilloso mundo nuestro?
¿Quién no quisiera tener un telescopio tan potente que le permitiera ver ese rincón del universo —si es que existe— en donde los seres comparten la existencia ayudándose los unos a los otros, para poder así copiar el modelo?
Hoy vi un documental en donde un reconocido científico afirma que el calentamiento global es un fraude y que somos engañados por personas que intentan asustarnos para obtener beneficios de todo tipo.
Conversando acerca de este tema con una amiga que no es bióloga ni climatóloga pero sí muy inteligente, me dijo que tenemos que ser muy cautelosos a la hora de aceptar esas informaciones ya que muchos científicos son capaces de maquillar la verdad hasta hacerla irreconocible con tal de agrandar su propia cuenta bancaria.
Como no estoy en condiciones de saber quiénes mienten y quiénes dicen la verdad, y estoy muy lejos de poder influir con mis opiniones a las personas que toman las decisiones que más tarde o más temprano afectarán incluso mi propia vida, me dedico a actuar de la mejor manera posible, siendo esa actitud mi única bandera y mi único gesto destinado a construir lo que considero un mundo más agradable para todos.
A veces me pregunto qué podría hacer para ayudar a aquellos que sufren más que yo.
No soy tan hipócrita como para decir que «me duele en el alma» el hambre de otros, mientras yo estoy comiendo un plato de ravioles con estofado. Si me doliera en el alma, haría algo más drástico, me dedicaría por completo a tratar de aliviar ese sufrimiento. Me indigna, sí, pero a veces también me indigna la liviandad con la que yo mismo acepto algunas circunstancias que son vergonzosas.
En algunos aspectos, sin embargo, presento batalla. Me gusta el fútbol, pero hace ya tiempo que dejé de mirarlo. Ya no conseguiría dormir siendo un cómplice de esa farsa que permite que unos pocos jóvenes deportistas —y algunos no tan jóvenes empresarios— administren fortunas obscenas para beneficio propio mientras miles de trabajadores honestos están tratando de juntar fondos para construir los baños en las escuelas de sus hijos.
Son gestos minúsculos, lo sé, posiblemente inútiles, pero me permiten andar con la conciencia más tranquila.
Cuando llegue al cielo —si es que llego y si es que hay un comité de recepción interesado en aceptarme— podré decir que no fui un salvador pero tampoco un diputado. No construí hospitales, pero tampoco generé mucha basura. No saqué a muchos de la calle, pero tampoco le di mi voto a proyectos que hicieron que muchos tuvieran que dormir abajo de un puente.
Mi tao es dar amor a nivel local, y escribir esta carta, con la esperanza de que te estimule a hacer lo mismo.
Si muchos damos lo mejor que tenemos, y ampliamos nuestra conciencia de manera que abarque, aunque sea un poco, también a nuestros semejantes, habrá muchas más posibilidades de que se de vuelta la tortilla.
Con esa esperanza, te abrazo, querido/a lector/a desconocido/a, hoy y todos los días.
Namasté.
¿Quién no quisiera tener un telescopio tan potente que le permitiera ver ese rincón del universo —si es que existe— en donde los seres comparten la existencia ayudándose los unos a los otros, para poder así copiar el modelo?
Hoy vi un documental en donde un reconocido científico afirma que el calentamiento global es un fraude y que somos engañados por personas que intentan asustarnos para obtener beneficios de todo tipo.
Conversando acerca de este tema con una amiga que no es bióloga ni climatóloga pero sí muy inteligente, me dijo que tenemos que ser muy cautelosos a la hora de aceptar esas informaciones ya que muchos científicos son capaces de maquillar la verdad hasta hacerla irreconocible con tal de agrandar su propia cuenta bancaria.
Como no estoy en condiciones de saber quiénes mienten y quiénes dicen la verdad, y estoy muy lejos de poder influir con mis opiniones a las personas que toman las decisiones que más tarde o más temprano afectarán incluso mi propia vida, me dedico a actuar de la mejor manera posible, siendo esa actitud mi única bandera y mi único gesto destinado a construir lo que considero un mundo más agradable para todos.
A veces me pregunto qué podría hacer para ayudar a aquellos que sufren más que yo.
No soy tan hipócrita como para decir que «me duele en el alma» el hambre de otros, mientras yo estoy comiendo un plato de ravioles con estofado. Si me doliera en el alma, haría algo más drástico, me dedicaría por completo a tratar de aliviar ese sufrimiento. Me indigna, sí, pero a veces también me indigna la liviandad con la que yo mismo acepto algunas circunstancias que son vergonzosas.
En algunos aspectos, sin embargo, presento batalla. Me gusta el fútbol, pero hace ya tiempo que dejé de mirarlo. Ya no conseguiría dormir siendo un cómplice de esa farsa que permite que unos pocos jóvenes deportistas —y algunos no tan jóvenes empresarios— administren fortunas obscenas para beneficio propio mientras miles de trabajadores honestos están tratando de juntar fondos para construir los baños en las escuelas de sus hijos.
Son gestos minúsculos, lo sé, posiblemente inútiles, pero me permiten andar con la conciencia más tranquila.
Cuando llegue al cielo —si es que llego y si es que hay un comité de recepción interesado en aceptarme— podré decir que no fui un salvador pero tampoco un diputado. No construí hospitales, pero tampoco generé mucha basura. No saqué a muchos de la calle, pero tampoco le di mi voto a proyectos que hicieron que muchos tuvieran que dormir abajo de un puente.
Mi tao es dar amor a nivel local, y escribir esta carta, con la esperanza de que te estimule a hacer lo mismo.
Si muchos damos lo mejor que tenemos, y ampliamos nuestra conciencia de manera que abarque, aunque sea un poco, también a nuestros semejantes, habrá muchas más posibilidades de que se de vuelta la tortilla.
Con esa esperanza, te abrazo, querido/a lector/a desconocido/a, hoy y todos los días.
Namasté.
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