Yo, robot

Me miro al espejo y me doy cuenta de que me convertí en un robot.

No fue de golpe, como en La Metamorfosis. Lo mío fue poco a poco, como crece un nogal o evoluciona una especie.

Un día, como si fuera un viento surgido de la nada, fui testigo de la llegada de un deseo inexplicable de quedarme en casa y faltar al cumpleaños de un amigo.

Después, una atracción irresistible, verme obligado a ponerme las pantuflas, tener ganas de leer el diario, hacer comentarios sobre el clima, todas esas cosas que antes me parecían espantosas.

Para que no creas que quiero evitar destacar los aspectos positivos, voy a decir que la transición fue casi indolora.

Imagino que por ser tan delicada, tan lenta.

Claro, todo el tiempo sabía que en el fondo de la boca, no muy bien camuflado, se escondía un punto de resignación amarga, un arco oscuro de aceptación del otoño inevitable, del ocaso de la inocente alegría de los recién llegados.

Yo lo veía, claro, lo sentía, sabía que estaba ahí, arrinconado pero saludando en la sorpresiva visión de un amigo pelado, en otro gordo, en las arrugas de aquella tía que dicen que cuando era joven había sido Reina de la Vendimia.

Uno va al trabajo, vuelve, se enamora, tiene unos hijos, los manda a la escuela, ve la tele, etc, y así van pasando los días. Acá una pasión, allá una pelea, la mayor parte del tiempo nada, una meseta gris de silencio y espera.

Y ahora encima está el Corona Virus.

Todo el mundo enmascarado.

Qué golpe bajo.

Cuando hace unos años veía a Michael Jackson en una burbuja, protegiéndose de los virus, me daba vergüenza.

Ahora veo unas manos que me son muy conocidas las mías poniéndome un barbijo.

Y lo que más me molesta es que lo acepto como si fuera un destino inevitable, y compro fideos, y garbanzos, y algún jugo de uva, para alegrarme un poco.

Tengo una novia que dice que me ama.

Me da ganas de gritarle "ya despiértate, nena... aquí no queda nada amable... el fantasma que habitaba esta carcaza se fue siguiendo la misma ruta por la que vio partir al Major Tom y al Capitán Beto".

Pero no hago nada. A veces hasta me veo decirle que yo también la amo, que todo va a estar bien, y cosas por el estilo.

Y ella se sonríe... pero sus tuercas, igual que las mías, necesitan aceite.

Y los dos sabemos que difícilmente vamos a encontrar en nuestra caja de herramientas lo que estamos buscando.

Qué ganas tenemos de volver a estar envueltos en esa risa leve, en esos abrazos que enfrentan tornados.

Pero nuestros cuerpos hacen troc, troc, troc, shric, troc... troc...

Estamos rayados, sí,  como el pan que cubre esta milanesa de amor, como los discos de vinilo que hoy se descomponen lentamente bajo tierra.

Somos robots.

Robots.

R   o... gb ...oooooooooooo....ytt... ss



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