El protector

El Coreógrafo del Silencio estaba sentado, pero quieto como esos artistas callejeros que se disfrazan de estatua. Por un momento, pensé que había alcanzado el paranirvana, o que estaba muerto.

Algunas palomas se peleaban por las migas de un sandwich que tenía en la mano derecha. Eso fué lo que me hizo pensar que tal vez estaba muerto. En otras ocasiones lo había visto alimentar palomas, pero siempre como si fuera un semidios, nunca con esa pasividad espeluznante.

Había una que incluso se había parado en su cabeza, funcionando tal vez como centinela para el festín de sus compañeras.

Me acerqué y las espanté con las manos. En ese momento no estaba preparado para respetar el derecho a la vida y la libertad de las palomas. Me preocupaba más que mi amigo estuviera muerto. 

Lo sacudí.

Abrió un ojo como quien abre una lata de sardinas.

Después abrió el otro, y no dijo nada.

Hubiera pensado que estaba enojado por la interrupción si no fuera porque su mirada se parecía más a un agujero negro abandonado que a un tornado tropical.

—Querido... qué sorpresa —, dijo, como quien dice que le parece que va a llover.
—Maestro... disculpe que lo interrumpa, pero la verdad es que me asusté... lo vi tan quieto que pensé que había perdido el interés por los asuntos terrestres... —, respondí.
—Bueno, vamos, no es que tenga el mismo interés que un adolescente en celo, pero todavía me intereso. Si no, no hubiera venido a alimentar a las palomas...
—Sí, pero visto desde afuera parecía que ellas se alimentaban solas. Incluso tenía una en la cabeza...
—Qué lindo... —, dijo el Coreógrafo.
¿Qué lindo qué? Lo dice como si no se hubiera dado cuenta.
—La verdad es que no me había dado cuenta. Creo que por un momento perdí la noción de ser algo separado del resto. Tal vez me quedé dormido.
¿Cómo se va a quedar dormido con una paloma en la cabeza? Maestro... o tiene que ir al neurólogo o se pone una bata y abre un templo...
—Mire, me parece que hoy usted está un poco nervioso... además, y espero que no lo tome a mal, ese barbijo negro no le queda nada bien... parece un ninja, por no decir un criminal... lo reconocí porque soy muy observador, pero otro hubiera dado un salto y llamado a la policía —, dijo El Poeta sin Obra, ya más despierto.
—Mejor que la policía no venga... usted está sin barbijo y me imagino que sabe que no se puede —, dije.
—Barbijo... barbijo... querido... yo no puedo ponerme un barbijo porque no existo, soy un holograma, un haz de luz. Soy el barbijo, el Covid 19 y la esperanza de los que todavía no nacieron, soy el sandwich, la paloma y esta fantasía cósmica llamada proceso digestivo. Por un lado, todo esto me extraña, y por otro, no me sorprende en absoluto. Siento como si usted y yo conversáramos ahora por primera vez... y mire que hemos recorrido caminos...
—Por eso le digo... lo noto un poco raro...
—Gracias a la vida, que me ha dado tanto... si no fuera raro ¿Qué sería? Un cajero automático... un artefacto funcional, pero helado, producido en serie por una serie de robots muy serios. Qué feo. Qué feo es el mundo de los barbijos y el distanciamiento social. ¿Adónde quedó aquello de "Oh, juremos con gloria morir"? No le digo que voy a ir a una Covid Fest, pero tampoco me voy a proteger de la vida como si fuera una enfermedad. El camino del medio...
—No, Maestro, disculpe, pero no es así... usted tiene que protegerse y proteger a los demás. No es lo que a usted le parece y nada más. En esto estamos todos juntos.
—Ahí es donde usted no me entiende...
—La verdad es que no ¿Por qué no me explica a ver si lo entiendo mejor?
—Abra su mente, Quaid, y va a entender como si fuera la traducción de la letra de un tema de ABBA. 
—Nunca fui fan de ABBA.
—Es porque a usted le gustaba más Led Zeppelin o Silvio Rodríguez... siempre fue un rockerito intelectual, pero no me diga que si le mostrara la traducción de la letra de un tema de ABBA no la entendería...
—Me imagino que sí...
—Bueno, entonces preste atención... el asunto es que hace unos días que ando practicando un tipo de meditación que llaman Metta, que parece que quiere decir amabilidad amorosa, compasión, o algo así. Es del tipo de meditaciones que usted cierra los ojos y empieza a sentir amor por una persona que le gusta mucho, a la que le desea el bien de manera incondicional. Después, traslada ese sentimiento a alguien que no le va ni le viene. Un cajero de supermercado, por ejemplo. Después, y esto al principio no es fácil, a alguien que no le gusta ni un poco. Después, a su barrio, su ciudad, su país, el mundo entero, etc. 
—Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es porqué tenía una paloma en la cabeza y estaba quieto como una estatua —, dije. 
— Bueno, porque estaba en la parte del etcétera.. me entusiasmé y empecé a sentir amor por todo, por el universo mismo y más allá... y ahí fué que me olvidé de mi cuerpo, de mi mente, y me convertí en una especie de amor inespecífico... o me quedé dormido... como usted prefiera...
¿Un paranirvana de barrio?
¿Por qué no?
—Me gusta... Disculpe que lo haya interrumpido. ¿En serio no tiene barbijo?
—Tengo, sí. Odio toda esta payasada, pero en ese aspecto voy con la corriente. Me lo saqué en esta soledad para tomar un poco de sol. No son muchos los que llegan hasta esta parte del parque en estos días.
—Tiene razón... entonces, lo dejo que tome sol tranquilo... nos vemos en cualquier momento..
—No, espere. ¿No quiere ir a almorzar?
—Sí, pero ¿Usted está con hambre?
—Y ¿que quiere? Estas guachas me comieron todo el sandwich...
—Entonces, vamos. ¿Canelones?
—Aleluya...



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