Esa enorme soledad que todo lo ve

Dios, ese voyeurista, esa presencia solitaria que no encuentra más consuelo que crear universos y destruirlos, ese triste espacio infinito en el que nos movemos y tenemos nuestro ser.

Celeste presencia que está en todo y todo lo ve.

A tus inconscientes criaturas, mis hermanas, les digo: No debemos avergonzarnos de la masturbación. Es Dios quien debería avergonzarse.

El problema es que, siendo el único testigo de la existencia, no sabe lo que es avergonzarse porque sabe que no hay nada ni nadie que pueda juzgarlo.

Está solo.

El concepto de culpa no lo debe ni conocer.

Se lo debe imaginar cuando ve a sus creaciones mentales causándoles dolor a otras.

Ahí debe pensar: "ah... eso debe ser la culpa, el arrepentimiento... como necesitaría alguien con quién poder hablar...".

El concepto de aburrimiento, ese sí que seguro que lo conoce.

Se debe aburrir tanto que debe jugar a que existe el Diablo, para poder imaginar que tiene alguien con quien pelear, alguien con quien compartir la existencia.

Aunque, siendo omnipresente, omnisciente, y todos esos omnis, seguro que no se lo cree.

Entonces finge.

Finjo.

Esto lo entendí hoy a la mañana mientras mojaba una galletita dulce en una taza de té Rooibos que me regaló una mujer sudafricana.

Ahora, ya más entrada la noche, sintetizo estos insights, estas percepciones, intuiciones, o revelaciones, que me gusta llamar insights para mostrarme a mí mismo, y a los otros, que ahora sé que también son yo mismo, que hablo inglés, y para ordenar mis pensamientos y ver si se me ocurre cómo puede seguir esta película.

En un momento se me ocurrió que el Covid 19 podría ser una buena idea, pero ahora que los veo a todos con barbijo, me doy cuenta de que es una boludez.

La realidad es que no me divierte ni un poco.

Nada me satisface.

Estaría necesitando un Dios tipo DIOS, alguien que me cree una compañera, no sé, algo que no sea yo.

He creado y destruido tantos universos que ahora ando con ganas de hacer otra cosa... no sé, un curso, un viaje... qué sé yo...

Escribo estas palabras a través de uno de mis incontables robots de protoplasma.

Lo llamo Alejandro.

Las escribo como el náufrago que tira al mar un mensaje en una botella.

La única diferencia es que yo soy el náufrago, la botella, el mar y quien sea que pueda recibirlo.

En ese aspecto, estoy hasta las manos.

Pero bueno, la esperanza es lo último que se pierde.

Hoy es tu cumpleaños, el cumpleaños de Argentina.

La celeste y blanca flamea triste en medio de esta pandemia gris que creé sin querer.


María... la más mía, la lejana, si volviera una mañana por las calles del adiós...

Comentarios

Entradas populares