El lado oscuro del corazón

Entre los gurúes y los coaches de la Nueva Era es muy común escuchar frases del tipo "sigue a tu corazón" o "sigue tu pasión".

Según afirman, al enfocarnos en lo que más queremos, con un poco de perseverancia y alguna ayudita de nuestros amigos, alcanzaremos cualquier objetivo que podamos imaginar.

Lo que por lo general permanece oculto en la letra chica de su propuesta mágica es que para que el sistema funcione es imprescindible que nuestro deseo esté de acuerdo con las leyes del mercado.

Quiero decir que vos tenés que querer tener una verdulería, ser ingeniero, trabajar en un museo, ser empresario, o algo por el estilo. No podés querer tener resueltos tus problemas económicos, ser saludable comiendo cualquier cosa, y relacionarte como más te guste con las personas que más te gusten.

Tu corazón tiene que querer dar algo a cambio por los bienes que esperás recibir.

Según parece, esto se basa en una ley que es parte de la constitución fundamental del cosmos.

Si a todos se nos diera por comer palmitos y tomar champagne, pero a nadie se le ocurriera cosechar,
envasar y distribuir palmitos, o dedicar su tiempo a producir champagne, sería imposible satisfacer los deseos de todo el mundo, a menos que existiera una divinidad omnipotente a la que le gustara hacerlo sin recibir a cambio nada más que la satisfacción de haberlos satisfecho.

Así que por más mantras o afirmaciones positivas que uno repita, si uno quiere vivir como un príncipe (o una princesa) y no ha tenido la suerte de nacer en una familia real, no le quedará más remedio que trabajar.

Ahí es cuando los gurúes dicen: "sigue tu pasión" o "sigue tu corazón".

En realidad, nos quieren hacer creer que en nuestra naturaleza hay un deseo primordial que en caso de ser perseguido nos llevará inevitablemente al éxito o, por lo menos, a la satisfacción.

Así, aquellos que tenemos cierta predilección por la poesía surrealista, deberíamos dedicarnos sin descanso a producir e intentar colocar en el mercado nuestros versos más inspirados.

En caso de que nunca consiguiéramos más que pagar nuestras cuentas (y esto ya sería un milagro en el caso de un poeta o poetisa surrealista), por lo menos habríamos tenido la gran satisfacción de no tener que trabajar como cajeros de supermercado.

Una observación atenta de la vida privada de la mayoría de los gurúes conocidos nos permitirá descubrir que ninguno de ellos viaja en colectivo ni vive en un pequeño apartamento en un barrio marginal.

La mayoría vive en una mansión con vista al mar, en un lugar maravilloso, y les cobra fortunas a personas que tienen mucho dinero pero están aburridísimas para decirles que "sigan su corazón".

Esto me hace suponer que lo que a estas personas les gusta no es tanto inspirar a ricos desencantados como disfrutar de todos los beneficios que esa práctica les representa.

Después, claro, también existe la adicción al poder.

A ninguna persona de bien, que tuviera su vida más o menos resuelta, se le ocurriría ser presidente de un país.

¿O te parece que lo hacen porque sienten un deseo irrefrenable de ayudar a los demás?

Lo más probable es que les encante salir en televisión y sentirse importantes viendo como los demás tienen que hacer las cosas que a ellos se les ocurrieron.

Muchos políticos tienen suficiente dinero como para tomar champagne y comer palmitos todos los días, como para vivir en mansiones a la orilla del mar, conseguir la compañía sexual más cotizada del mercado y mandar a sus bisnietos a universidades privadas, sin embargo, en vez de retirarse a disfrutar de los bienes que de algún modo consiguieron adquirir, siguen discutiendo en siniestros ministerios soñando tal vez con convertirse en estatua de alguna plaza pública.

Yo no soy ni coach ni gurú, pero tengo que darte el mismo consejo: "seguí tu corazón".

La única diferencia es que yo no te prometo que ese camino te lleve a ningún lado.

Mucho menos con este virus miserable que nos tiene a todos con barbijo, esquivando los abrazos y pensando que el vecino es un enemigo.

Parafraseando a Castaneda: hay caminos con corazón y caminos sin corazón. Ninguno de los dos conduce a ninguna parte, pero los que tienen corazón hacen que el viaje valga la pena.



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