Mahakashyapa


Así como a nivel microscópico los cambios parecen vertiginosos, a nivel macroscópico uno tiene la impresión de que nada cambia. Si miráramos una ciudad desde un avión, no sabríamos decir quiénes son felices y quiénes desdichados. Desde la luna, ni la veríamos. Y si estuviéramos mirando el cielo en otra galaxia, no sabríamos ni que existe algo a lo que algunos seres llaman ciudad... Por otro lado, no puedo dejar de destacar lo acertado que me parece aquel aforismo hermético que afirma que "como es arriba es abajo". Un simple dolor de muela afecta a todo el individuo, y el individuo, más tarde o más temprano, termina afectando a todo su entorno. Por eso, siendo el entorno de todo individuo el infinito mismo, más tarde o más temprano, su dolor de muelas terminará de alguna forma repercutiendo en los confines más recónditos del universo... y cuando digo recóndito lo digo siempre desde nuestro punto de vista, claro. Para los que viven ahí, los que vivimos en un confín recóndito somos nosotros. Es lo mismo que con lo exótico... para nosotros, la belleza oriental es exótica, para los chinos, la exótica es la nuestra. O por lo menos así era antes de la televisión. ahora ya nada que sea terrestre parece tan exótico...—, dijo el Coreógrafo del Silencio y se quedó callado, mirando su copa de vino con la misma actitud con que imagino que Buda debe haber mirado la flor que finalmente le dió a Mahakashyapa.

Yo estaba ya medio borracho y arrastraba una desilusión crónica que le atribuía al hecho de tener que andar por la calle con barbijo.

Por suerte, en un gesto tan heróico como revolucionario, decidimos dejar nuestros barbijos en el barbijero para poder tener una conversación que tuviera por lo menos algo del gusto de aquellas pre pandemia, de aquellas de cuando la gente a la que le gustaba conversar todavía podía mirarse cara a cara sin sospechar que una consonante explosiva cualquiera pudiera llevar hasta su torrente sanguíneo un virus mortal.

Me di cuenta de que había estado escuchando al Poeta sin Obra como quien mira un atardecer. No tenía ni idea de lo
que me había dicho. Me sentí levemente avergonzado. No mucho porque estaba ya medio borracho y arrastraba una desilusión crónica que le atribuía al hecho de tener que andar por la calle con barbijo. (Déjà vu).

Para que no se diera cuenta de que sus palabras habían caído en oídos sordos, como me acordaba que el había dicho algo de un microscópio, se me ocurrió una frase que pensé que podría salvarme.

—Si analizo lo que me acaba de decir a nivel microscópico, podemos hablar por toda la eternidad, pero si veo su discurso con una perspectiva macroscópica, no tengo nada que agregar. Y ahora estoy muy macroscópico. Debe ser por esto de los protocolos, los barbijos y la pandemia en general—, dije.

—Exacto. Uno se va a enjabonar y no sabe si lo que agarró fue una esponja o un surubí. No sabe si el hombre que está en la puerta es el portero o un holograma creado por la CIA. Es horrible. Concuerdo plenamente con usted. Estoy muy contento por el hecho que por lo menos en este ámbito dejamos caer nuestros barbijos y enfrentamos un eventual destino abreviado con una actitud que me atrevo a llamar de desprendimiento total—, dijo él, y otra vez se quedó callado como Buda aquel día.

—Bueno, no sé si tanto... fijesé que tomamos vino, pero mate no...—, dije, ya dentro de la conversación y sin sentir remordimiento alguno por haber perdido la primera parte.

—Tú también, Bruto... por favor... no me diga eso... ¿no me escuchó lo que le decía de lo microscópico y lo macroscópico?—, me preguntó.

—Sí, claro, por eso le dije lo que le dije—, respondí, tratando de rescatar mi dignidad perdida.

¿Entonces me quiere decir que usted no se tomaría unos mates conmigo ahora?

—Ahora estamos con el vino... no hagamos de dos cosas buenas una mala...

—Por favor, hablemos en serio... ¿es tanto lo que valora su vida que está dispuesto a defenderla incluso al precio de no poder volver a tomar mate con un amigo? ¿Tan microscópica es su visión?

Ahí me pareció entender por dónde venía el discurso que me había perdido. Sabía que decir que sí podría poner en riesgo una amistad añeja, y que decir que no podría exponerme a una prueba práctica de mi lealtad a una amistad que si bien tengo en altísima estima no me gustaría comprobar con mi propia muerte. También sabía que no podía tardar mucho en responder, porque si tardase mucho sería como cuando la chica en la película le pregunta al muchacho si la ama y el se queda callado durante tres segundos y después le dice "claro, mi amor, 
¿cómo no te voy a amar? Te amo con todo mi corazón", pero ella ya no le cree nada.

—Hablando seriamente, creo que en este momento mi visión está más alla de lo macro y lo micro. Es más una visión de rayos X. Yo veo a través del barbijo y la pandemia, a través de la cuarentena, y tengo esperanza, pero como entiendo que lo micro y lo macro son dos aspectos de la misma moneda, me doy cuenta de que no puedo abandonar a uno por el otro. Tengo que trascenderlos. Y por eso busco el punto medio entre el coraje y la prudencia. Por eso me aventuro a quitarme el barbijo para conversar con usted, pero no soy tan temerario para tentar a la suerte tomando unos mates. Y fíjese si en ese aspecto seré macro que cuando digo tentar a la suerte no estoy pensando sólo en mi salud sino también en la suya. No sólo que no me gustaría ser víctima del Covid 19... no me gustaría ser quien se lo presente a usted... Si tiene que ser, que sea, pero tampoco vamos a andar jugando a la ruleta rusa...—, dije.

—Me parece que con el tiempo usted va demostrando algunos atisbos de sabiduría... lástima que nos hayan cerrado el cabaret... qué lindo momento para ir a tomar unos whiskys y conversar un poco con las chicas...

—Por favor, no me lo recuerde, que esta soledad me hace acordar cada vez más a la otra...

—No, disculpe... mejor no hablar de ciertas cosas...





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