Olvidarse el barbijo

Me atrevo a suponer que desde antes de que la comunicación se organizara en palabras a la gente 
ya se le daba por interpretar las cosas que pasaban a su alrededor.

Imagino que ya en los primordios de la civilización la protomujer miraría a su protomarido, o protonovio, y le señalaría el cielo nublado como diciéndole: "amor, me parece que va a llover".

Luego, el protohombre le señalaría un tigre y con otro gesto le diría: "amor, subamos al árbol".

Y entiendo que así habrá ido pasando el tiempo hasta que aparecieron las brujas y los hechiceros, y los videntes que se especializaban en ver el futuro, ya fuera leyendo las palmas de las manos, tirando las cartas o usando cualquier otro tipo de estrategia.

Ya el siglo pasado, cuando se puso de moda el psicoanálisis, cualquier persona que quisiera demostrar un interés genuino por el autoconocimiento se enorgullecía al contarle sus sueños a sus amigos, y, los más osados, se los contaban también a su psicoanalista, esperando, claro, una interpretación.

"Soñé que estabamos flotando en un río desbordado, era una inundación, y yo estaba consiguiendo mantenerme a flote, pero vos no, y me agarrabas y me arrastrabas hasta el fondo. ¿Qué querrá decir?"

Ya en nuestro siglo (aclaro que nací en el anterior, pero para mí mi siglo es este. El otro también fue mío, pero ahora el mío es este. Y si me toca ver otro, también lo voy a llamar mío), aparecieron la angeleología kármika, la lectura de aura y los regisgros akáshicos, entre otras maravillas.

El asunto es que ahora, con el Covid 19, la cuarentena, y toda esta espantosa escenificación del aislamiento social, los símbolos que hay para interpretar son más urgentes e inmediatos.

Ya son pocos los que se interesan por saber si su madre los quería más o menos que a sus hermanos, o si van a encontrar pareja en los próximos seis meses.

Ahora el asunto tiene la inminencia de un tigre en el camino.

Ahora es ver cómo vivimos este día. 

No queremos pensar mucho en si habrá o no un mañana. Eso da miedo.

Entre los protagonistas de la colosal erupción de sentimientos encontrados que nos recorren desde la punta de los piés
hasta las alturas más remotas de Sahasrara (también conocido como el chakra coronario), hay ahora nuevos actores, nuevas señales.

Para mí, el símbolo más universal de la pandemia es el barbijo.

Todos tenemos uno. O dos. 

O más. 

Hay barbijos baratos, comunes, deluxe. Hay para todos los gustos.

Hasta yo, que lo odio, y que veía a Michael Jackson como un payaso cuando se encerraba en su burbuja antitodo, ahora tengo uno. 

Dos.

El otro día, hablando con un amigo, me dijo "salí de mi casa y me di cuenta de que me había olvidado el barbijo. Volví. Me di cuenta de que me había olvidado de darle de comer a la gata. Le di. Salí de mi casa y me di cuenta de que me había olvidado de ponerme el barbijo".

Él pensaba que tenía problemas de memoria, pero lo tranquilicé.

Si bien es cierto que es posible que esté tratando de superar la cuarentena fumando un poco más de lo recomendado por la OMS, el problema del barbijo es más profundo.

Es la bandera de guerra del Covid 19. 

El Corona Virus desfila por las calles del mundo demostrando su poder en cada barbijo.

Los contagios y las muertes, comparados con la Peste Bubónica, la Gripe Española o la Segunda Guerra Mundial, no son tantos. Sin embargo, el alcance de esta pandemia parece ser mayor. Las otras mataban cuerpos, esta está matando almas. La gente está ansiosa, se deprime, no sabe qué hacer.

Bueno, vamos a entrar en tema, porque si no empezamos de una vez seguimos charlando y no ponemos nunca los puntos sobre las íes. 

Nota: quiero aclararle a los eventuales lectores y lectoras de la posteridad, principalmente a aquellos y aquellas que no tengan un contacto íntimo con mi obra literaria, que en mi vida cotidiana es muy raro que use una expresión del tipo "poner los puntos sobre las íes", pero cuando llega la hora de escribir me es muy difícil resistir la tentación.

Nota 2: Naturalmente, los lectores y lectoras de la posteridad no se verán a sí mismos como representantes de la posteridad sino de la actualidad, del aquí y ahora más rabioso que esté palpitando en su tiempo de existir. Y verán, tal vez, mi obra incandescente como un producto de la antigüedad, que no es para mí hoy otra cosa que el presente que me toca vivir.

No te preocupes: Olvidarse el barbijo es natural.

El ser humano comparte la naturaleza de los pájaros y los rinocerontes. Su destino es de llanuras y atardeceres, de romances junto al mar, de montañas y ¿por qué no? de estrellas. 

Claro, es obvio que tenemos algo que ni los pájaros ni los rinocerontes tienen, pero compartimos una parte fundamental de su naturaleza. 

Esa parte es la primera que se rebela. Le gustan el aire y los besos, los abrazos y el sol en la cara.

La segunda rebelión, la más profunda, viene de esa parte que no compartimos ni con las lagartijas ni con los bisontes. Es la mente reflexiva, la consciencia de ser.

Esa está que arde.

Se imagina diez años de esta fantochada y tiene ganas de salir a cazar virus a cachetazos.




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