Albergue transitorio

Estaba conjugando la primera persona del plural del pretérito pluscoamperfecto de subjuntivo del verbo garchar cuando me llamó Patricia B. 

Haría más o menos diez años que no sabía nada de ella. 

Nunca fuimos ni grandes amigos ni grandes amantes, pero siempre funcionamos como una especie de salvavidas sexual cuando las cosas estaban difíciles para cualquiera de los dos.

Como mi situación no era próspera, ni monetaria ni sexualmente hablando, y ella apareció así de repente, imaginé que no me llamaba para contarme que se casaba sino que estaba en una situación parecida a la mía.

Después de los inevitables ¿qué hacés, tanto tiempo? y otros por el estilo, me preguntó si no quería que nos viéramos en un bar que está en Cabildo y Juramento, a tres cuadras del hotel al que íbamos siempre que nos encontrábamos.

¿Cuándo?—, dije yo, tratando de hacerme el interesante.

¿Estás muy ocupado?—, respondió.

Creo que con esas dos preguntas fue suficiente para que ella supiera que yo no estaba ocupado y para que yo confirmara que ella tenía la clara intención de tomar un jugo de naranja antes apenas para que los dos pudiéramos fingir que cumplíamos con algún tipo de protocolo fantasma de la normalidad .

Tenía ganas de verla. 

Un poco porque hacía mucho que no la veía, y mucho porque hacía mucho que no cogía y ella se presentaba como una especie de respuesta de Dios a las plegarias a las que Tinder no había podido responder.

El único miedo instintivo que surgió en mi interior como un rayo durante nuestra breve interacción telefónica era el que me provocaba imaginar que el tiempo, ese paciente y despiadado asesino de todo lo que existe, la hubiera tratado mal.

No tenía miedo de que hubiera envejecido, eso era casi inevitable, tenía miedo de que hubiera engordado, se hubiera teñido el pelo de violeta, fuera Hare Krishna, o alguna cosa por el estilo.

Uno nunca sabe... hay para todos los gustos...

Me vi tentado a sugerirle que nos viéramos antes por Whatsapp, pero me sentí un miserable y le dije que estaba libre, que nos veíamos en dos horas en Cabildo y Juramento.

Por las dudas, fui sin los lentes. El paso del tiempo es mucho menos evidente cuando no los llevo.

Como yo seguía siendo puntual y ella seguía teniendo la misma tendencia a retrasarse 10 o 15 minutos, la vi cruzar Cabildo.

No había engordado ni se había teñido el pelo. De lejos, se la veía normal.

¡Vamos, Coveli!

"El Señor es mi pastor. Nada me puede faltar", pensé.

Llegó con una sonrisa linda, relajada. Yo también me reí. 

La verdad es que estaba contento.

Nos abrazamos un poco más de lo normal. 

Para ser sinceros, creo que aprovechamos para palparnos de armas y confirmar sin muchos trámites que estábamos los dos en el mismo barco.

¿Podemos suspender la parte del bar?—, me preguntó.

—Sí. ¿Vamos al de siempre?—, respondí.

—Sí.. qué bueno...

Fuimos caminando abrazados, riéndonos, contándonos algunos detalles insignificantes.

Cuando me dijo que en los últimos diez años no le había pasado nada demasiado extraordinario, me sentí un poco sorprendido. Había imaginado que se habría casado, tenido un hijo, estudiado antropología, viajado a México, no sé, algo que se pareciera un poco a una aventura.

Pero creo que no llegué a demostrar mi sorpresa ni siquiera con una mueca tradicional, porque la verdad es que yo tampoco tenía mucho para decir y porque el eventual relato de alguna que otra circunstancia interesante que pudiera haber vivido se hacía en ese momento irrelevante ya que estábamos cada vez más cerca del hotel.

Entramos. 

Pedí una especial. 

Ella me miró como diciendo que no hacía falta y yo la miré como diciendo que sí, que esto había que celebrarlo.

Llegamos a nuestra suite nupcial. 

Por suerte, nunca nos la habían dado. No tuvimos que hacer el esfuerzo de lidiar con recuerdos. 

Era todo nuevo, todo aquí y ahora.

Puse una luz suave y nos fuimos sacando la ropa como si nos hubiéramos despedido ayer.

Nos besamos, nos acariciamos y nos cogimos como nunca antes nos habíamos cogido. 

Yo lo noté, y estaba seguro de que ella también lo había notado. 

Había pasado algo.

No sé si habrá sido por el tiempo, por la soledad o los astros, pero el asunto es que esa noche los dos sentimos algo que nunca antes habíamos sentido. 

Creo que era como un cariño.

Ahora que lo pienso, me parece que fue amor.


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