Un largo camino a casa

Son las cinco de la mañana. Acabo de tener una pesadilla. Si fuera una pesadilla común, ni te hubieras enterado. Lo que hizo esta tan horrible es que todo parecía muy normal, tan normal que me costó mucho despertarme. 

A diferencia de otras pesadillas, de las cuales uno quiere olvidarse lo antes posible, esta me atrajo como si fueran dos suecas desnudas tomando champagne en un jacuzzi. 

No quise escaparme ni de su contenido ni de sus efectos y la analicé hasta entender por qué me había hecho sentir tan mal. 

Por suerte, parece que mi realidad es, al menos por ahora, más amigable. Tengo ganas de sentarme a meditar para celebrar que no estoy viviendo esa pesadilla, pero entiendo que es más importante registrar la sabiduría que me mostró y después meditar o irme a desayunar a la costa del lago.

Bueno, el asunto fué así.

Quedé con un amigo para encontrarnos en Retiro a las 21 hs para tomar un micro que nos iba a llevar a Miramar.

Tal vez por el hecho de que a lo largo de la vida fui desarrollando, un poco por diseño y otro porque no encontré otra solución, una cierta propensión a la disciplina, a las seis de la tarde ya había llegado a Puente Saavedra, desde donde pensaba tomar el tren Mitre. 

Si conocés Buenos Aires, entenderás que iba a llegar a Retiro a las 18:30hs. 

Pero, por favor, recordá que estamos entrando en la pesadilla.

El asunto es que cuando estoy en Puente Saavedra me doy cuenta de que no tengo barbijo. Por suerte, veo que estoy a metros de una farmacia. Me tapo un poco la cara, para que no me vea un policía, y entro. Vivo un incidente interesante con la cajera, pero no lo voy a describir en detalle porque si no esta entrada se va a hacer demasiado larga. Basta decir que tardé mucho para pagar porque yo tenía dinero de varios países y de todas las denominaciones imaginables y no lograba encontrar el que necesitaba. Se fue haciendo una cola extensa, mi charla con la cajera se fue prolongando, hasta que finalmente conseguí pagar y me fui imaginando que podría volver algún día para invitarla a pasear mientras una señora que estaba en la cola me decía "atrevido".

Ya en la calle, con mi barbijo, me doy cuenta de que no me bañé y de que tampoco tengo mi equipaje.

Tengo que volver a mi casa. No puedo viajar en estas condiciones. Me doy cuenta de que ni le avisé a mi madre que iba a viajar.

Eso debería haberme llamado la atención. Mi madre murió hace varios años. Además, según mis cálculos post pesadilla, la última imagen que tengo de ella es en el departamento de la Calle Maipú al 400. A cuatro cuadras de Puente Saavedra. Eran sólo cinco o diez minutos de caminada.

Decido tomar un tren. 

Acá ya empieza la psicodelia. 

Lo tomo en la dirección contraria.

Cuando me doy cuenta, me bajo y tomo un colectivo que se llena en un segundo.

Se sube un grupo de artistas callejeros que llegan hasta el último asiento, a donde yo estoy, y empiezan a decirme su texto como si no hubiera un lugar mejor en el colectivo para expresar su arte. Yo discuto y les digo que no tienen barbijo y que por favor se vayan a locutar a otra parte. El colectivo para y me doy cuenta de que estoy en un lugar que no conozco. Bajo.

Nota: estoy dejando muchos detalles que podrían tener algún interés fuera del relato para no hacerlo tan interminable como parecía en el sueño.

Le pregunto a una chica adónde está Retiro, así me puedo tomar el tren para volver a mi casa, bañarme, agarrar mi mochila, saludar a mi madre, y volver a Retiro para encontrarme con mi amigo. 

Me empieza a decir que está lejos. Veo que en realidad no sabe y le digo que no puede ser, que tiene que estar cerca, que tiene que haber un tren cerca. En eso, los dos nos damos cuenta de que estamos a cien metros del tren y que justo llega uno.

Lo corro. Se va antes de que llegue. De todas formas, iba en otra dirección. Ahora me doy cuenta.

Me encuentro con unos amigos del colegio y todos están charlando de los exámenes que vienen. Somos los únicos que no terminamos la secundaria. Tenemos que dar muchos exámenes de materias que nos llevamos previas. A mi me parece que va a ser un montón porque yo ya estoy estudiando alguna otra cosa. Me siento agobiado.

Me acuerdo de que tengo que volver a mi casa y me despierto.

Me pregunto si habrá sido algo que comí o un exceso de sinsentido en esta prisión domiciliaria deluxe en la que paso la cuarentena.

Otro. No sabe, no contesta.

Me quedo en la cama, celebrando que estoy vivo y esperando que no sean apenas las 12 de la noche. Decido levantarme para escribir estas palabras. Son las cinco. Perfecto. Puedo empezar el día.

Lo que me llevó a escribir es un detalle que me parece la moraleja de esta historia.

El sufrimiento que experimentamos en cualquier situación, o pesadilla, puede ser rastreado hasta su origen. Y su origen es siempre la inconsciencia.

Yo debería haberme dado cuenta de que no tenía nada que hacer en Puente Saavedra sin barbijo ni equipaje, yendo a Retiro para encotrarme con un amigo para viajar en micro a Mirarmar. 

Hace cinco años que vivo en Brasil. 

Además, estando supuestamente tan cerca de mi casa, ¿cómo se me ocurrió tomar un tren, y encima uno que iba en otra dirección?

De ahí en adelante, todo fue una escalada de incongruencias.

Una vez aceptada la primera, las otras fueron una consecuencia lógica.

Eso es lo que te quiero decir. 

El origen. 



Comentarios

Entradas populares