La ley y el orden
Cuando escuché esto por primera vez, me pareció que no era tan importante, que había textos muchos más jugosos que yo necesitaba leer para avanzar en el camino del conocimiento y que este podía esperar.
Yo estaba en busca de la clave secreta que me permitiera acceder de una vez y para siempre a los misterios de la existencia.
Mientras estudiaba hermetismo, y coqueteaba con el budismo, los rosacruces, la cábala, Madame Blavatsky, la física cuántica, la meditación, el yoga, el tai chi y cuanta disciplina prometiera quitarme los velos que me impedían ver la realidad tal cual es, escuché la frase: "antes de la iluminación, transporto agua. Después de la iluminación, transporto agua".
Me pareció graciosa, pero, por otro lado, me indignó. La iluminación no podía ser tan poca cosa. Yo imaginaba que cuando me iluminara iba a ver el universo como energía, que ángeles multidimensionales iban a venir a felicitarme y a darme la bienvenida al mundo de los seres más evolucionados del universo.
Ahora, que ya pasó bastante agua bajo el puente y ni me iluminé ni espero iluminarme, la frase del agua ya no me indigna y la de la mente de principiante me parece cada día más importante.
Cuando uno deja de ver el cielo como una residencia ideal post mortem, lo único que le queda es el momento presente.
Ese momento presente, tan recomendado por todos los gurúes de la nueva era, puede ser tanto la puerta a la liberación como la condena más espantosa.
Uno pierde todas las esperanzas. Lo único que tiene es esto, esta respiración, este cuarto, esta computadora, esta ciudad, este mundo, este trabajo, esta pareja, estas series de Netflix, este esto, tan este y tan esto que uno puede empezar a sentir unas ganas locas de escaparse.
Por eso ya Jesús, que tampoco inventó la pólvora, decía "sed como niños pequeños".
Eso no quiere decir que un adulto tenga que comportarse de manera irresponsable o hacerse pis en la cama.
Quiere decir que un adulto debería tener, además de su adultez, y todo el conocimiento que le da su experiencia de vida, esa actitud de asombro y aventura que tanto caracteriza a los infantes.
Para un niño, un paseo hasta el supermercado en un día de lluvia puede ser una experiencia inolvidable.Para un adulto también, pero puede estar acompañada de todo tipo de insultos y maldiciones.
Los adultos estamos esperando que nos toque una varita mágica y nuestra vida se transforme mágicamente en un mix ideal de posibilidades que podría incluir la belleza y la fama de nuestros actores favoritos, su dinero, el conocimiento de un buda, su alegría, la capacidad de gestión de los grandes empresarios, la benevolencia de los grandes benefactores de la humanidad, etcétera, lo que vos quieras...
La vida cotidiana nos parece poco, los truenos son para nosotros apenas ruidos que vienen de las nubes.
La gran pregunta sería cómo podemos volver a experimentar cada momento como lo que verdaderamente es, algo único e irrepetible.
La verdad es que todo hace suponer que nadie tiene ni idea si existe o no una vida ultraterrena, y mucho menos de cómo sería.
Lo que hay es este beso, esta ducha, este plato de ravioles.
¿Cómo hacer para que no empiecen a parecerse a todos los anteriores?
Ahí llega Susuki: Mente zen, mente de principiante.
Esto tampoco quiere decir que uno no tiene que especializarse en nada. Todo lo contrario.
Uno puede profundizar en su(s) oficio(s) todo lo que quiera, llegar a ser una de las máximas autoridades en el asunto.
Y, lo que es más, sería hasta recomendable seguir uno de esos caminos...
Lo que uno no tiene que perder jamás es esa alegría, esa esperanza de crecer y mejorar que es tan característica de los principiantes.
Si no, ¿de dónde va a sacar la fuerza para seguir practicando, para seguir amando?
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