El mandato biológico y el auge del cine porno

A ningún animal se le ocurriría tomarse un año sabático, meditar o construir un telescopio. Cada uno se limita a hacer lo que le corresponde a su propia especie, ni más ni menos. 

Y lo que la naturaleza espera de los animales es esto: que se muevan para buscar su comida —ocupando así el lugar que les corresponda en la espantosa cadena alimenticia, un día como predadores, otro como presas, y que se reproduzcan.

Nuestra especie, al menos al comienzo, compartía estos mismos mandatos biológicos. Después, el desarrollo de la consciencia trajo todo tipo de nuevas posibilidades y refinamientos.

Un humano, por ejemplo, sí puede plantearse conocer la Antártida, volar en globo, hacer un curso de origami, consumir plantas psicotrópicas, ser el presidente de un país, o cualquier otra cosa que se le ocurra.

De todas formas, más o menos escondido detrás de su eventual refinamiento cultural, está ese animal que intuye que tiene que moverse para conseguir su alimento y que siente una imperiosa necesidad de reproducirse.

El tema de la forma en que consigue su alimento lo dejamos para otro día.

Hoy lo que nos interesa es esa su irresistible pulsión de querer aparearse.

A lo largo de la historia, los machos dominantes siempre disfrutaron de los mejores alimentos y fueron los felices encargados de fecundar a las hembras más atractivas del grupo. 

Sí, ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida absurda, y ahora las cosas cambiaron.

Ahora si uno tiene plata compra la comida en el súper y las mujeres trabajan y son profesionales exitosas, etc.

Te pido, por favor, que me des un segundo para elaborar mi teoría de por qué creo que estamos a punto de presenciar uno de los saltos cuánticos más grandiosos de la consciencia en la historia de la humanidad.

Cuando Cicciolina fue elegida diputada en Italia, su triunfo no se debió a que la gente pensaba que ella era la más adecuada para el cargo. Fue un voto protesta. Desilusionados con la clase política, los italianos pensaron que votarla era todavía más ridículo que votar en blanco, y se sintieron, por un momento, revolucionarios.

Ahora la cosa es distinta. 

Ahora la gente está empezando a idolatrar a las estrellas del cine porno.

Falta poco para que las empresas empiecen a contratar a actores y actrices como influencers, y para que los veamos opinando sobre cualquier tema y los tomemos en cuenta como si fueran expertos en todas las áreas.

Al ofrecernos en pantalla la representación gráfica de lo que es un estupendo desempeño sexual, los actores y actrices del cine adulto se convierten en modelos perfectos de nuestra naturaleza animal, que, según mi modesto punto de vista, es todavía muy fuerte pero está dando los últimos manotazos de ahogado.

Creo que en el fondo todos sabemos que hay algo que no anda bien.

El problema es de raíz, y no se arregla ni con socialismo ni con liberalismo: es un asunto de consciencia.

Creo que el auge del porno es el último intento del orden social tradicional de mantenerse en pié.

Por eso lo distribuyen gratis en Internet.

Si querés aprender a jugar al ajedrez, tenés que pagar. Si querés ver personas bellas realizando todo tipo de acrobacias sexuales, estás a un clic de distancia.

Mi pronóstico es que pronto van a ser vistos como una categoría superior en el mundo de la actuación.

Van a ser tratados como semidioses y cada vez más jóvenes van a tratar de emular sus proezas.

Ninguna chica va a querer ser como Meryl Streep, todas como Lana Rhoades. 

Esa celebración cada vez más exaltada de la sexualidad por la sexualidad misma, en algún momento va a explotarnos en la cara dejando al descubierto la verdad desnuda: esa es una lección que ya aprobamos mucho tiempo atrás. 

Ya sabemos cómo ser animales. 

Ahora el desafío es inventar la humanidad.



 



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