El océano en una gota

Rumi dijo: "no eres una gota en el océano. Eres el océano entero en una gota".

No soy un experto en gotas ni en océanos, pero te invito a que imaginemos nuestra vida como la de una gota que cae de una nube, tardando en caer los años que podamos vivir. 

Lo que es más, si te gusta pensar que somos inmortales, hasta podemos olvidar por un momento que en algún momento va a tener que caer.

Cuando la gota deja la nube, se sorprende. Todo es nuevo. El contacto con el aire, el paisaje cambiante.

Después de un tiempo, se da cuenta incluso de que es una gota y de que está separada de otras gotas que si bien se parecen a ella, no son ella.

Cuando se empieza a acostumbrar a esa sensación y a conversar con otras gotas, para poder identificarse mejor decide llamarse María, o Juan Carlos.

Con el pasar del tiempo, se acostumbra a su identidad y la defiende a muerte, porque es la única realidad que conoce.

Así pasa sus días, cada vez más lejos de la nube y más cerca del mar.

Un día, habiéndose olvidado de su pasado de nube, tal vez por instinto, tal vez por aburrimiento, se pregunta: ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?

Una gota mística, que se llama Rumi, le dice: "Vienes del infinito y no vas a ninguna parte. Estás aquí y ahora. Eres el infinito".

—No, no, en serio —, le responde la gota. Quiero saber de dónde vengo y hacia dónde voy.

—Bueno...—, le dice la gota Rumi, que se da cuenta de que es inútil intentar explicarle cómo son las cosas—. Vienes de aquella nube blanca que está allá arriba y vas hacia ese mar azul que está allá abajo.

—Pero ese mar parece una sopa gigante... si caigo ahí me voy a perder... me voy a morir... no voy a poder ni nadar... yo soy de agua...

—Eso es lo que te quería decir—, le responde Rumi, pacientemente.

Para nosotros, que estamos muy acostumbrados a nuestro nombre y a nuestra historia, a percibir el mundo a través de nuestros ojos y a sufrir los dolores de muela mucho más en carne propia cuando los sufrimos nosotros que cuando los sufre el vecino, la perspectiva de disolvernos en un océano de consciencia es aterradora.

A pesar de que desde casi cualquier otro punto de vista la experiencia no puede representar más que un crecimiento, desde el nuestro es una tragedia.

Ampliarle la memoria a nuestra computadora nos parece fantástico.

Hacerle lo mismo a nuestro pequeño cerebro, haciéndolo más o menos voluntariamente formar parte de la Internet Cósmica, nos parece un error imperdonable ya que nos damos cuenta de que eso sería una pérdida total de nuestra tan querida individualidad.

No queremos ser los poseedores del conocimiento de todo lo que existe, existió y existirá jamás.

Queremos recordar a nuestra maestra de primer grado y a nuestra madre diciéndonos que estamos muy lindos con el uniforme de la escuela. Queremos recordar nuestras alegrías.

Bueno, creo que la idea fue transmitida.

Como te imaginarás, en este tema no puedo ofrecerte certezas. Apenas esta parábola para que pensemos un poco juntos. 

¿Yo qué sé de las gotas y el océano? 




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