El amor antes de descubrir América

Cuenta la leyenda que en agosto de 1492, después de haber convencido a los reyes de España para que financiaran su expedición que tenía como objetivo llegar a India navegando en la dirección contraria a la habitual, abrigando la esperanza de que sus suposiciones fueran correctas y que el mundo fuera una esfera, Cristobal Colón llegó con su tripulación y sus carabelas a La Gomera, una de las siete Islas Canarias.

Su objetivo oficial era abastecerse de comida, vino y agua, y, teniendo en cuenta que muchos de los hombres que lo acompañaban eran ex presidiarios, y que estaban por emprender una aventura que todos intuían por lo menos peligrosa, y que todos eran hombres, y que con ellos no viajaría ninguna mujer, no sería descabellado suponer que además de abastecerse de provisiones también pensaran en visitar alguna casa en donde hubiera mujeres que se dedicaran a ejercer el oficio que algunos sugieren es el más antiguo del mundo.

Imagino que La Gomera, en 1492, no sería Las Vegas, pero supongo que es probable que allí vivieran por lo menos algunas mujeres dispuestas a darles una eventual última alegría a ese grupo de hombres que pronto se aventurarían a lo desconocido.

Lo que pienso que nadie esperaba —y yo tampoco, porque me vine a enterar ahora leyendo un artículo sobre el azúcar en Wikipedia—, es que en uno de esos cuatro días Cristobal se enamorara de una mujer llamada Beatriz de Bobadilla y su estancia en la isla se prolongara por un mes.

Claro, él no sabía que estaba destinado a descubrir América.

No sé cómo pude vivir hasta hoy pensando que un hombre dispuesto a aventurarse al mar en busca de una nueva ruta comercial, junto a un grupo de ex presidiarios, desafiando al mismo tiempo la idea de que el mundo era plano, no iba a ser capaz de demorarse un mes en el trayecto por causa de una pasión.

No era un contador noruego, era un marino genovés!

Es probable que hasta haya intentado convencer a Beatriz para que se sumara a la expedición y que ella le
haya respondido que su pasión por él era grande, pero no tanto como para subirse a esas carabelas con las que hoy tendríamos miedo de cruzar el Río de la Plata si el día estuviera nublado.

Nota: y no olvidemos que los muchachos que iban a bordo no debían ser tan amables como Michael Bublé.

El asunto es que el descubrimiento de nuestro querido continente —por los europeos, claro— fue precedido por un romance capaz de detener por un mes en puerto a una flota financiada por los reyes de España.

Brindo por ese amor más que por el éxito de la expedición!

Espero que quienes saben más de historia sepan perdonar la alegría y la superficialidad con la que encaro estos acontecimientos.

La verdad es que mi conocimiento del tema es mínimo.

A mi favor, digamos que a raíz de esta información nació en mí un deseo de investigar y saber más.

Tal vez en el futuro vendré arrepentido a corregir alguna de las afirmaciones que con tanta liviandad hice aquí, pero espero que puedan disculparme.

La eventual aparición de un amor inesperado me llena de esperanza.




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